La Patria (Colombia)

El alcalde Marín en el país de las marionetas

- Flavio Restrepo Gómez f.restrepo@icloud.com

Manizales no se merecía la suerte de tener un alcalde como Carlos Mario Marín. Esta ciudad que es el ícono de una raza pujante y trabajador­a, fue levantada hace muchos años, como lugar obligatori­o de paso, desde Antioquia hasta Honda, para llegar a Bogotá. En ese proceso de desarrollo, desde lo que fue inicialmen­te, se han invertido esfuerzos mancomunad­os de mucha gente, que transformó el caserío cercano al volcán Arenas, en una ciudad pujante, como el desafío de una raza que hizo de la montaña, el desfilader­o, el precipicio y las irregulari­dades del terreno, un sito conocido por todos y elevado desde las laderas hacia las estrellas.

Manizales es en realidad la ciudad que sirve para mostrar, que se puede construir una ciudad en cualquier lugar, por gente que se sienta orgullosa de sus raíces y de lo que ha logrado levantar con tesón, dedicación y empuje.

Han pasado muchos personajes para manejarla política y administra­tivamente, desde excelentes hasta muy malos. Lo que nadie esperaba era que la ciudad fuera manejada por alguien que superar el nivel de peor, para ser dirigida por un bufón mediocre y despistado sin criterio, alguien que tiene problemas en la corteza, sin haber logrado pasar del cerebro primitivo, que en la mayoría de sus actos sale a flote. Un personaje lleno de cuestionam­ientos revelados por él mismo en lo personal, comprobado­s en su comportami­ento público, que sufre las consecuenc­ias de la falta de inteligenc­ia emocional y la escasísima actividad de sus pocas neuronas.

Marín dirige a Manizales como un hazmerreir, un inescrupul­oso de la peor estofa, un incapaz con la profunda y degradada concepción de la función pública, que no es la obligación que le encargaron para que manejara los destinos de la ciudad, convencido como está de que vive en un mundo paralelo de fantasías y fanfarrona­das, encaminand­o la ciudad por mal rumbo, perdiendo su posicionam­iento en la geografía nacional, con actos dramáticos de payaso sin gracia, actos de magia inexistent­es en la realidad, que solo sirven para mostrar el mundo irreal en el que vive y desarrolla su alterada concepción de dirigente y de funcionari­o público.

Hacer el contrato de intercambi­o con Liberland, con un tipo más orate que él, que cree tener un país entre Croacia y Serbia, inexistent­e al que “ninguna de las naciones vecinas reclamó soberaníač­sobre este territorio hasta que apareció Vít Jedli ka, un político de República Checa que estaba buscando dónde crear un país y trazó en esos pastos los límites imaginario­s de la “república libre” de Liberland en abril de 2015”, que no es re conocida internacio­nal mente como nación, no tiene nada para mostrar diferente a los acuerdos firmados con ciudades manejadas por alcaldes tonto se imbéciles, que con sofisticad­a estulticia se autoprocla­man progresist­as y celebran pactos que violan la legalidad política, para hacer el ridículo internacio­nal y mostrar la falta de carácter y cordura que tienen quienes han participad­o en ese juego de engaños, con los que compromete­n sus regiones y sus ciudades.

Manizales merece mejor suerte que la de estar en manos de un mediocre personaje que no sabe gobernar, no tiene idea de lo que significa el arte de la política, no entiende los problemas reales que tiene la ciudad, agravados en su paso por la Alcaldía, con sus pendejadas y actos que demuestran grandes vacíos o “gaps” en esa personalid­ad que él mismo mostró, está deformada por sus antecedent­es, sus declarados vicios y sus autorrecon­ocidas alteracion­es en lo que ha sido su vida cotidiana, que según declara él mismo, está llena de inexcusabl­es actos en el pasado, de una persona que pudiéndolo­s tenerlos en su vida privada sin que nos importen, no pueden ser aceptados para que sea el que gobierne una ciudad, menos una capital de un departamen­to en Colombia.

Liberland es solo una de las fantasías de un personaje que bien puede haber salido de una ciudad inexistent­e, sin el valor literario de la Camelot del rey Arturo, la isla idílica Utopía de Thomas Moro; la Liliput habitada por enanos que Jonathan Swift, ideó para “Los viajes de Gulliver”. Marín sigue la senda de los que viven en el País de las Maravillas de Lewis Carrol, o el personaje que maneje Zenda, el reino inventado por Anthony Hope. Podría también ser alcalde de Macondo, o de las tierras de Oz.

En fin, Marín podría irse a vivir a Pasagarda, un lugar inexistent­e donde sería la mano “deremocha” del Rey.

Manizales merece mejor suerte que la de estar en manos de un mediocre personaje que no sabe gobernar.

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