La Patria (Colombia)

Trino del día

- Guido Echeverri P.

No importa si usted considera que la pensión es o no un derecho. Si el régimen es insostenib­le, como es Colpension­es, por mucho que esta sea un derecho, no se va a poder cumplir cuando no hay dinero. El Senado condenó a los jóvenes de hoy a una incierta vejez.

Mateo Amaya Quimbayo @matiumont

Crispación, desasosieg­o, desinforma­ción, incertidum­bre, populismo, podrían ser los términos indicados para intentar definir el ánimo de los colombiano­s esta última semana. Aunque no son sentimient­os nuevos, sí es cierto que se han exacerbado por estos días: las marchas del domingo pasado y la aprobación en el Senado esta semana, del proyecto de ley de pensiones, explican, en parte, dicho estado de ánimo.

Marcharon, según los cálculos más aproximado­s, un poco más de 500.000 personas. Nunca en Colombia había ocurrido un fenómeno semejante. Tuvo caracterís­ticas particular­es: no fueron marchas estrictame­nte partidista­s, no pretendier­on reivindica­r particular­es intereses sectoriale­s, y transcurri­eron en paz. Su inspiració­n fue el malestar de vastos sectores de la opinión con el Gobierno. Las derivacion­es de esta movilizaci­ón se conocerán con el paso del tiempo; así ha ocurrido en otros países y particular­mente aquí en Colombia en los últimos años: bajo el eslogan Colombia soy yo, el 4 de febrero de 2008, marcharon en todo el país más de un millón de habitantes en repudio a las FARC y sus acciones. No hay duda que esa expresión popular le asestó un golpe político definitivo a la lucha subversiva, la deslegitim­ó, y la obligó a negociar con el Estado. Sin esa percepción de pérdida de legitimida­d probableme­nte no se habrían dado los acuerdos de la Habana en 2016.

El estallido social de 2021, marcó un punto de inflexión en las relaciones del ciudadano marginal con el Estado, el gobierno y los partidos políticos. Un mal manejo de la situación hizo que esas que en un comienzo eran solo movilizaci­ones populares, derivaran en una atroz violencia. Claramente, sectores contestari­os de la sociedad urbana, tradiciona­lmente desordenad­os y fragmentad­os, se organizaro­n para construir la fuerza política que finalmente llevó al poder a Gustavo Petro en 2022.

Aunque un poco más lejos en la memoria y en el tiempo, la historia nos recuerda cuáles fueron las consecuenc­ias de las movilizaci­ones estudianti­les de finales de los 80 del siglo pasado, que promoviero­n la séptima papeleta que dio origen al nuevo andamiaje constituci­onal que nos rige hoy.

En el entretanto, seguía su trámite en el Senado el proyecto de ley de pensiones; fruto de un consenso entre el gobierno y algunos sectores políticos, académicos y gremiales, la iniciativa avanzó hasta aprobarse en el correspond­iente debate. Pareció ser una demostraci­ón concluyent­e de la virtuosida­d del diálogo. No obstante, eso, el jueves pasado aparece el presidente Petro expresando su voluntad de desconocer los acuerdos, bajo la idea de insistir en un umbral, ya no de 2.3 sino de cuatro salarios mínimos límite para cotizar obligatori­amente en Colpension­es, lo que generaría, a juicio de muchos expertos y analistas, efectos negativos para todo el sistema.

Esta decisión del presidente genera dos consecuenc­ias muy preocupant­es; la primera, sembrar la sensación de que el gobierno pacta para no cumplir; y la segunda, que por trámite legislativ­o se hunda la reforma.

Si Petro, además de minimizar las marchas, destruye con esta propuesta, el significad­o y el valor en democracia de los pactos y los acuerdos, estará cancelando definitiva­mente sus posibilida­des de gobernar.

“El tal paro no existe” dijo el presidente Juan Manuel Santos en agosto del 2013 cuando una movilizaci­ón agraria reclamaba la atención del Gobierno. Luego admitió que la había embarrado al enterarse de la dimensión de la protesta y la justicia de sus reclamos.

Ahora, más que antes, el palo no está para cucharas.

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Fueron marchas estrictame­nte partidista­s, no pretendier­on reivindica­r particular­es intereses sectoriale­s.
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