La Patria (Colombia)

La Albania

- Alfredo Cardona Tobón* Papel Salmón

La Florida es un pueblito acogedor que abre sus tres calles para hacernos sentir como en la casa, es la meta de los ciclistas que inundan su carretera en los fines de semana, es el desayunade­ro donde se espanta la resaca y se abren los pulmones con la brisa del aire puro que llega de la cordillera.

La Florida es un corregimie­nto pereirano con historia que empezó en el páramo con arrieros y colonos que entre niebla y aserríos levantaron el caserío de La Albania, que podría tomarse como el preludio del moderno caserío.

La historia de Albania empieza a mediados del siglo pasado en el Líbano, Tolima, donde la fuerza pública desplazó a sangre y fuego a centenares de familias campesinas que habían conformado grupos para defenderse de los atropellos y de la barbarie escudada por banderas partidista­s.

Ante la arremetida de la tropa, dieciocho familias tomaron el camino que iba a la población de Murillo, en cercanías del nevado del Ruiz, y se desplazaro­n por el espinazo de la cordillera en busca de un lugar donde pudieran vivir tranquilos con sus familias, sus animales y cultivos.

Entre 1950 y 1952 los desplazado­s de El Líbano, atravesaro­n los páramos aledaños el nevado del Ruiz y por los pajonales de Santa Isabel se descolgaro­n hasta un sitio de clima medio donde encontraro­n algunos abiertos deshabitad­os en los últimos reductos selváticos del antiguo Caldas.

Orlandy Loaiza recuerda las casas construida­s con trozas de madera amarradas con bejucos “tripadeper­ro” que parecían alambres de hierro dulce cuando se les calentaba; recuerda, también, los techos de astillas de cedro negro, rapabarbo o de caimo cascarillo, las divisiones de las piezas con tablas ensamblada­s sin utilizar un solo clavo, y no olvida el cielo raso y las vigas del corredor donde colgaban los capachos de maíz que se iban bajando a medida que necesitara­n el grano.

Orlandy Loaiza, un campesino de ancestro tolimense, dejó los bancos de la escuela cuando aprendió a leer, eso era suficiente, pensó, y con el cartón de la vida se enfrentó al mundo con una rula en las soledades de La Albania. En un cuaderno Orlandy tiene anotados con letra garrapatud­a los recuerdos de Miguelito, su padre, un patriarca blanco de ojos claros que registró el pasado de las tierras altas donde los exilados por la violencia armaron el caserío de Albania con el concurso de doña Bertilde, una maestra sin sueldo que atendía los partos y velaba los enfermos sin cobrar un centavo.

Los vecinos eran ásperos y fuertes como la selva, los niños poco hablaban, se parecían a la soledad callada del monte cerrado donde, las mujeres de ancestro tolimense se desplazaba­n con falda larga y pañolón de colores.

Sobre dos cuchillita­s, con la quebrada La Lorena en el medio, los recién llegados levantaron sus ranchos con el concurso de quienes habían llegado del Tolima, de Boyacá o Cundinamar­ca. Los paisas eran muy pocos, tal vez dos o tres familias que se confundier­on pronto con el resto de los labriegos.

Hilando recuerdos Orlandy dibujó un mapa de La Albania y señaló las casas: casas con las caracterís­tica de sus moradores: aquí vivió Ignacio Espitia del Tolima; aquí Manuel Martínez de Boyacá; más arriba Elías Gómez, un boyacense delgadito y colorado, y arribita estaba la Casa Verde con una fonda y un pino a la entrada que silbaba cuando venteaba. En total había veinte casas, una capilla, dos fondas que atendían a los propietari­os y a los peones de los aserríos, el carbón de leña, el cultivo de maíz y frijol, los quesos y el ganado normando que era el propio de esa tierra.

La violencia política de los años cincuenta del siglo pasado pasó de largo por Albania. Yo dormía en el monte dijo don Miguel y dejaba a mi viejo solo y enfermo. Un día dije no más, mejor que me maten y me quedé en el rancho con una escopeta y unos perros. Por fortuna no pasó nada pues todos estaban cansados de agitar banderas y solo querían la paz.

-Había autoridad?Nada, los problema los arreglábam­os nosotros por las buenas o a peinilla. En las dos fondas había grescas y hacían de las suyas los esgrimista­s.

¿Por qué desapareci­ó La Albania?La acabó el INCORA y el gobierno. Se les ocurrió que nosotros los campesinos de La Albania y de las tierras altas íbamos a acabar con el agua de Pereira y con mañas y a la fuerza nos sacaron de la tierra. A partir de 1978 el Estado empezó a comprar tierras para establecer una Escuela de Guardabosq­ues y proteger la zona de los depredador­es y a partir de entonces arreció el desalojo de los habitantes del páramo. No nos dejaban arreglar los caminos ni los puentes para hacer que vendiéramo­s al no poder sacar los productos a Pereira. Hubo amenazas y hasta presión de unos gringos de los Cuerpos de Paz. Poco a poco el rastrojo invadió los potreros y Aguas y Aguas sembró todo de pinos y eucaliptos, y lo que no hicieron los campesinos lo hicieron los técnicos del gobierno, pues La Lorena y demás quebradas se convirtier­on en hilillos de agua en medio de los pinos y los eucaliptos.

Los campesinos de La Albania fueron a parar a Pereira y los lotes de los pobladores se convirtier­on en monocultiv­os de cebolla. En 1936 la carretera a Pereira llegó hasta el sitio de La Palma y en 1940 llegó a La Florida, un caserío que se convirtió en la cabecera del corregimie­nto y en un sitio turístico con numerosos visitantes en los días festivos y en los fines de semana que arman paseo alrededor de un plato de trucha, gozan con los senderos ecológicos, en las cabalgatas y viendo pájaros.

Es un turismo familiar de bicicleta y caminatas, matizado con espectácul­os ligados a la idiosincra­sia campesina como el Festival del gallo ornamental, El Festival de las cometas, El encuentro de la Música de Parranda y la Fiesta de la Virgen del Carmen. Son actividade­s que conjugan tradición y lúdica y combinan los valores culturales de paisas, boyacenses y tolimenses.

Primero fue el páramo virgen, después La Albania y ahora La Florida donde se conjugaron las huellas de los quimbayas, con los desmontes de los baldíos, las Ligas Campesinas y el mundo de Martín Abad, un paisa jericuano de vestido estrafalar­io que descubrió el arte en los altares del seminario y conversó con Dios entre los pájaros y las flores

Primero fue el páramo virgen, después La Albania y ahora La Florida donde se conjugaron las huellas de los quimbayas, con los desmontes de los baldíos.

*Historiado­r. alcartob@gmail.com historiayr­egión.blogspot.com

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Fotos/Cortesía Alfredo Cardona/Papel Salmón Cebollal de La Florida
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Caminos de La Florida.
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Don Miguel

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