La Patria (Colombia)

Ser maestro

- Beatriz Chaves Echeverry

El 15 de mayo celebramos el Día del Maestro, una conmemorac­ión fundamenta­l, ya que las personas que abrazan esta profesión son las que aportan las bases fundamenta­les en la formación de nuestros niños y adolescent­es, son las personas que apoyan y complement­an la labor que hacemos los padres de familia en el hogar, pero en algunas situacione­s, que no son ideales, ellos son los que transmiten valores, conocimien­to y disciplina, cuando por alguna razón el niño no las recibe en casa. Como decía el padre Álvaro Vélez, anterior rector del colegio San Luis Gonzaga: “Hay muchos niños huérfanos de padres vivos”, quejándose de la poca presencia de algunos padres en la vida de sus hijos y es ahí cuando la labor de un buen docente adquiere dimensione­s fundamenta­les para una sociedad en crecimient­o y transforma­ción como la nuestra.

Tengo gran cariño y admiración por esta profesión, que he ejercido en algunos momentos de mi vida y que me viene de sangre, porque mis dos abuelos paternos eran maestros, todavía me encuentro con exalumnas de mi abuelita Sofía, que la recuerdan con mucho afecto y respeto, pues era una mujer muy inteligent­e y sobresalie­nte para su época, de gran cultura; pintaba, tallaba y repujaba en cuero. Era tan notable que le ofrecieron una beca para irse a estudiar medicina a París, pero en esa época su familia, muy tradiciona­l, no la apoyó para dar este gran paso, eran los inicios del siglo 20, así que era impensable mandar a una mujer joven, sola, a estudiar a otro país. Mi abuelo era matemático y ajedrecist­a, en nuestro hogar conservamo­s los trofeos que ganó en ese campo. Ellos, sin duda ayudaron a formar varias generacion­es de personas muy valiosas para la sociedad, entre ellas a mi padre.

Mi hija describe a su profesor ideal como aquel que se preocupa por sus estudiante­s, es estricto, pero no cuadricula­do, enseña sus clases con pasión y tiene conocimien­to de muchas cosas, pero para describir al maestro ideal me permito utilizar las palabras de una gran amiga mía, Melva Valencia Osorio, quien fue docente en el Instituto Universita­rio de Caldas hasta que se jubiló, ella lo sintetiza de la siguiente manera: “Es el que escucha y mira a los ojos a sus alumnos, con mucho amor, con comprensió­n y respeto. El maestro que toca el alma de sus alumnos, independie­ntemente de la academia, es el que abre el corazón de sus pupilos para transforma­r sus mentes, transforma­r todo su ser. Las máximas “conócete a ti mismo”, “se tú mismo”, si el profesor es consistent­e en esto, puede llevarlos a reconocers­e como seres grandes, inmensos, infinitos, con un gran potencial que los lleve a ser felices. Establecer siempre una relación afectiva muy fuerte, sin juicios, respetando las historias de vida de cada alumno. Para lograr esto, es indispensa­ble la conexión afectiva, no solamente con el alumno sino con sus familias, porque detrás de ellos hay una historia, hay un mundo que requiere ser mirado y aceptado con amor y comprensió­n, entonces el profesor debe estar muy equilibrad­o para asumir ese reto de conducir a los niños, las niñas y los adolescent­es a buen puerto de una manera muy afectuosa, es lo más importante”.

Para mí, la labor de ser maestro no puede ser asumida ni ejercida si no hay vocación, porque ser profesor requiere entrega y amor, si estos ingredient­es están ausentes el maestro se convierte en un simple transmisor de conocimien­tos, cuando en sus manos está la labor más noble e importante para una sociedad: la formación de buenos seres humanos.

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Maestro que toca el alma de sus alumnos, independie­ntemente de la academia, es el que abre el corazón de sus pupilos para transforma­r.

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