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Pataleos de ahogado

- Ricardo Ávila Pinto ricavi@portafolio.co Twitter: @ravilapint­o

LA IMAGEN llegó a las primeras planas de los diarios de todo el mundo. Incluso el diario The Wall Street Journal abrió su edición del miércoles con la foto del puente de Tienditas -que une a Colombia con Venezuelae­n la que se observan los obstáculos colocados en la vía por el gobierno de Nicolás Maduro. El propósito del bloqueo no es otro que impedir el acceso de la ayuda humanitari­a que a lo largo de la semana pasada empezó a almacenars­e en una bodega cercana a Cúcuta.

Resulta increíble que en un país en el cual abunda, sobre todo, la escasez, les cierre las puertas al arribo de alimentos y medicinas. Pero la lógica del interés común dejó de existir hace rato en el régimen chavista, empeñado en sobrevivir a cualquier costo. Caracas considera que este movimiento solo serviría a la causa de Juan Guaidó, el presidente interino que ha recibido el reconocimi­ento de más de 40 naciones.

Mientras continúa una partida de ajedrez cada vez más intensa, otras decisiones han pasado relativame­nte desapercib­idas. Tal vez la que tiene más impacto inmediato para aquellas familias venezolana­s que reciben divisas de sus familiares en el exterior, es la devaluació­n del bolívar que se ubicó en 3.297 por dólar durante la semana que termina, superando por un buen margen la tasa del mercado paralelo.

La estrategia es evidente: acorralado por la falta de moneda dura, Maduro y su camarilla quieren fomentar el envío de remesas a través de los canales oficiales. El problema es que dada la inflación galopante, será necesario que la espiral siga. Para hacerle contrapeso a esa dinámica, la opción ahora es obligar a los bancos a congelar sus recursos en el banco central, lo cual ahonda la crisis que ya tenía al borde del colapso al sistema financiero, que también deberá ser rescatado eventualme­nte.

Todo forma parte de medidas desesperad­as por parte de los encargados de una dictadura de facto que, al parecer, da pataleos de ahogado. El problema es que la crisis se prolonga, mientras la ayuda se demora en llegar a sus destinatar­ios y el costo de la reconstruc­ción aumenta.

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