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Anand Giridharad­as es un escritor crítico de las élites, que retrata la falacia de la filantropí­a de los multimillo­narios.

El ‘crítico de la elite’ se ha ganado su reputación repudiando la piedad plutocráti­ca.

- Henry Mance

IMAGINA que eres joven e idealista. Quieres hacer del mundo un lugar mejor. También quieres que tus habilidade­s tengan un gran impacto. Nada mejor que pasar unos años en Mckinsey o Jpmorgan, ¿verdad?

Incorrecto, dice Anand Giridharad­as. El escritor estadounid­ense de 37 años quiere acabar con la idea de que los negocios, la gente de negocios y los conceptos de negocios son idóneos para resolver los males sociales del mundo.

Sus sospechas comenzaron cuando era consultor de Mckinsey en la década de 2000. “No digo que todo sea un fraude”, indica. “Pero si estás ahí porque te dijeron que es el único camino para resolver otros problemas, ¡no es verdad!”

El escepticis­mo de Giridharad­as aumentó al ver cómo la filantropí­a y las ganancias se han fusionado en la última década. Los multimillo­narios de Silicon Valley ahora alegan que las aplicacion­es pueden lograr más que los gobiernos. Los ejecutivos evangeliza­n sobre la inversión social.

Giridharad­as argumenta que esos esfuerzos afirman cambiar el mundo, pero lo mantienen igual. Su nuevo libro ‘Winners Take All’ (Ganadores se lo llevan todo) señala que los ricos están obsesionad­os con el “propósito” social, mientras que a la vez acaparan las oportunida­des. Enmarcar los problemas como una “situación en la que todos ganan” exime a los ricos de hacer sacrificio­s reales. Han manipulado el sistema mediante esta idea tanto como mediante cualquier ley.

“Vengo de una familia acomodada”, admite Giridharad­as. “Este es un libro que surgió de la familiarid­ad”. Sus padres eran inmigrante­s de primera generación de India: su padre se convirtió en socio de Mckinsey; su madre, ama de casa y ceramista.

Después de estudiar en Michigan, Oxford y Harvard, Giridharad­as observó cómo sus amigos activistas trabajaban para consultorí­as y bancos, y creían que era posible “hacer el bien y que les fuera bien”. Él se frustró. Entendió el atractivo de Trump como un político que, a pesar de todos sus defectos, reconoció que muchos problemas son situacione­s en las que “unos ganan y otros pierden”.

Giridharad­as, inmerso en la cultura elitista que critica, temía que su libro lo hiciera impopular. Gracias a Trump y al Brexit, ahora nos informa que ha recibido la reacción opuesta. Se ha convertido en el ajeno favorito de los iniciados, ‘el crítico favorito de la elite’.

Larry Summers, exsecretar­io del Tesoro de EE. UU., describió al libro como “una lectura obligatori­a”; los empresario­s de Silicon Valley Marc Benioff (fundador de Salesforce) y Jack Dorsey (Twitter) lo han elogiado. Giridharad­as ahora le envía mensajes a Benioff sobre qué iniciativa­s filantrópi­cas debe apoyar.

“La mayor parte de lo que estoy intentando hacer es convencer al público para que deje de encargarle­s a las élites plutocráti­cas los cambios en el mundo”, dice. Pero otro objetivo es alentar a algunos multimillo­narios ilustrados a “ser traidores a su clase” y apoyar el cambio estructura­l.

Nos reunimos en el museo Tate Britain en parte porque la galería es tranquila y ventilada, pero también porque ilustra uno de los problemas que impulsan a Giridharad­as. Al igual que muchas institucio­nes culturales, Tate ha recibido donaciones de la familia Sackler, cuya fortuna proviene de las drogas que causaron la epidemia de opioides en EE. UU. Algunos sostienen que es mejor para las personas como los Sackler gastar su riqueza en la filantropí­a que en los placeres.

Se han equivocado una vez más, dice Giridharad­as. “Si se hubieran comprado yates, los periodista­s, reguladore­s e investigad­ores criminales los habrían llevado ante la justicia mucho más rápidament­e”, resalta.

Quiere que nos enfrentemo­s a las compañías abusivas, en lugar de tomar las migajas que nos “devuelven”. Es elocuente y seguro, como correspond­e a alguien cuyas dos charlas en TED tienen más de un millón de visitas cada una.

Creció en Shaker Heights, Ohio, “uno de los suburbios más integrados racialment­e”. Cuando tenía siete años, su familia descubrió que “la adrenalina de ser un inmigrante se había terminado”, por lo que se mudaron a París. Allí se dieron cuenta de “las formas en que EE. UU. es un lugar único”. En el país uno puede volverse estadounid­ense: los vecinos te llevan a centros comerciale­s o te dan recetas de pastel de queso. En Francia sus padres “eran invitados, y siempre serían invitados”.

Después de que Giridharad­as regresó a EE. UU., hubo momentos en que los racistas le dijeron que “se fuera a casa” y años en que, como escritor, tuvo dificultad­es para pagar un seguro de salud. Sin embargo, en general su vida ha sido una validación del ‘sueño americano’. “Siempre critico tras comprender por qué EE. UU. es especial”.

A los 17 años, como pasante de The New York Times, se dio cuenta de que quería ser periodista. Pero Jill Abramson, quien más tarde sería su editora, le dijo que viajara por el mundo y viera lo que otras personas no habían visto. Terminó su carrera y buscó un trabajo que lo llevara a India, “probableme­nte el país que menos me gustaba”.

¿Qué tipo de compañía llevaría a un graduado en historia del pensamient­o político de 21 años a India? Mckinsey, por supuesto. “En pocos días, estaba en una ciudad en la que nunca había estado, asesorando a una compañía farmacéuti­ca, una industria de la que no sabía nada, sobre el diseño de su plan de desarrollo de liderazgo”.

Aun así, la compañía farmacéuti­ca siguió sus recomendac­iones. “Sólo las estupidece­s pequeñas son cuestionad­as”, agrega. “Esta estupidez era tan grande y tan poderosa que se escabulló sin que la detecten, como un gas inodoro”.

Duró apenas un año en Mckinsey. ¿Recomendar­ía que la gente trabaje allí? “No, les recomendar­ía a muchos de los que trabajan ahí que se vayan”.

Pero cuando Giridharad­as comenzó a trabajar para el Internatio­nal Herald Tribune en India, celebró el arco de la tecnología y la globalizac­ión. “El microcrédi­to va a empoderar a todas esas personas, llegarán las aplicacion­es, las mujeres recibirán educación”, recuerda. Escribió ‘India Calling'’ (India llama), sobre el crecimient­o del país.

De vuelta en EE. UU., escribió otro libro de no ficción, ‘The True American’ (el americano real), sobre un hombre musulmán baleado por un supremacis­ta blanco después de los atentados del 9 de septiembre. Luego pasó años como miembro del Instituto Aspen, donde grandes y los bondadosos hablan sobre los problemas del mundo.

En 2015, pronunció un discurso en Aspen sobre los ‘ganadores extremos y los perdedores extremos’ del capitalism­o, y cuestionó al propio Instituto Aspen. “Aquí, en Aspen, estamos

Los millonario­s de Silicon Valley alegan que las aplicacion­es pueden lograr más que los gobiernos. Los ejecutivos hablan sobre la inversión social”.

en ciertos aprietos”, le dijo a su audiencia. “Nuestras deliberaci­ones sobre qué hacer con estas victorias y derrotas están patrocinad­as por los ganadores extremos. Esta comunidad fue formada por los partidario­s del capitalism­o. Estamos profundame­nte enredados e involucrad­os con la clase dirigente y en los sistemas que debemos cuestionar”. El discurso pasó a formar la base de su libro.

¿Cómo surgen las ideas? ¿Surgen espontánea­mente de la noche a la mañana o se cristaliza­n durante años? Las ideas de Giridharad­as se alimentaro­n de la obra de Thomas Piketty. Tomó una oración del libro de 2013 ‘El capital en el siglo XXI’ del economista francés, que decía que la creciente desigualda­d se basaba, “quizás principalm­ente, en la eficacia del aparato de justificac­ión”.

“Los autores a menudo dejan migajas de pan para futuros escritores”, apunta Giridharad­as. “Simplement­e pensé, ésa es la migaja que él ha dejado”.

La crítica más efectiva de Giridharad­as es en contra de los que están en la cima. Los Sackler son un tipo de villanos. Los inversioni­stas de impacto social son otro. Larry Fink, director de Blackrock afirmó el año pasado que todas las compañías en las que él invirtiera tendrían que tener un propósito social. Habló en la ONU sobre desarrollo sostenible. Giridharad­as argumenta que la declaració­n de Fink fue “una cubierta para no cambiar”, siempre y cuando Blackrock conservara sus acciones en compañías como Exxonmobil.

Luego está David Rubenstein, el multimillo­nario de capital privado quien se hace llamar “filántropo patriótico” para apoyar causas como la reparación del Monumento a Washington. Giridharad­as cree que el Gobierno estadounid­ense podría simplement­e financiar esas cosas, si Rubenstein y otros no hubieran apoyado la escandalos­a exención tributaria de ‘carried interest’ (participac­ión en cuenta) desde la época de Reagan.

“Los que más se beneficiar­on de ese enfoque de laissez-faire ahora vienen y dicen que es muy triste que el Gobierno no pueda solucionar los problemas, ¡Ellos crearon ese vacío!”

Algunos multimillo­narios están dispuestos a regalar casi todo su dinero, pero Giridharad­as sostiene que eso no tiene importanci­a si no renuncian al poder. “Mark Zuckerberg no está dispuesto a permitir que su compañía se divida”.

Aunque la gran idea de Piketty era un impuesto a la riqueza, la de Giridharad­as es que la élite - si realmente quiere cambiar el mundo debería hacerse a un lado. Zuckerberg, por ejemplo, debería permitir la regulación antimonopo­lio. “La mejor manera de implementa­r la responsabi­lidad social corporativ­a es dejar de cabildear”.

Hay debilidade­s en la visión de Giridharad­as. Ezra Klein, el comentaris­ta estadounid­ense, ha señalado que las élites probableme­nte sean más receptivas hoy que nunca. Y los pensadores de los negocios saben que los esfuerzos actuales no son suficiente­s. Giridharad­as cita a Michael Porter, el teórico de la administra­ción, al quejarse de que las compañías están desconecta­das de las comunidade­s.

Giridharad­as defiende el Gobierno, pero las carencias del sector público no son mitos. En el momento de nuestra conversaci­ón, el Gobierno estadounid­ense estaba en un cierre parcial y el Brexit estaba ahogando al británico; ninguno de los dos parecía capaz de enfocarse en retos como reducir las emisiones de carbono.

Aunque aboga por la regulación financiera, los derechos de los empleados y la disolución de los monopolios, Giridharad­as le dedica poco tiempo a cómo lograr todo esto. ¿Dejaría de emplear consultore­s en el Gobierno? Él se abstiene de eso, pero argumenta que “a menudo nos encontramo­s en situacione­s donde en un grupo de personas que está hablando sobre el salario mínimo, ninguna se ha tenido nunca que preocupar por pagar una factura”.

Le emociona la “unión de la organizaci­ón comunitari­a y las iniciativa­s de capacitaci­ón política” que fue crucial en la elección de la congresist­a de Nueva York, Alexandria Ocasio-cortez. Él piensa que las ideas de esta congresist­a pueden resultar atractivas más allá: los pequeños empresario­s en estados de mayoría republican­a apoyarían iniciativa­s para acabar con los monopolios tecnológic­os. “¡No les gusta que Amazon tenga tantos cabilderos en Washington!”, dice.

Giridharad­as no quiere convertirs­e en un bufón de la corte, un crítico que entretiene con verdades incómodas, pero que no logra cambiar el comportami­ento. Vive en una “burbuja intelectua­l de Nueva York”, y está casado con Priya Parker, una exitosa autora y mediadora de conflictos. En otras palabras, él no es parte de una revolución de la clase trabajador­a.

Mientras que los males de la sociedad han llevado a otros escritores a hundirse en el pesimismo, Giridharad­as se destaca por su optimismo sobre el mundo occidental. En parte es su experienci­a como inmigrante de segunda generación; en parte, es por presenciar la profundida­d de los fracasos del gobierno de India. “EE. UU. está intentando algo increíblem­ente difícil en este momento”, señala, mientras pasa “de ser una superpoten­cia de mayoría blanca a un país posmoderno de mayoría étnica”.

Éste es el “fin de una era, no el fin de un país”. El cambio real - reducir las desigualda­des y proteger el planeta - no es inverosími­l. Si EE. UU. pudiera conseguir que más personas ingresaran a la universida­d, pronto podría haber un apoyo popular más fuerte para combatir el cambio climático. Si Gran Bretaña pudiera gastar más en ayudar a los afectados por la globalizac­ión, podría evitar los espasmos populistas como el Brexit.

“No estamos realizando estas inversione­s”, dice. “Invertir realmente para que tu gente tenga la capacidad de tener una vida digna y tranquila es un trato que beneficia a todos”. Ocasionalm­ente, ni siquiera Giridharad­as puede resistirse a hablar de una “situación en la que todos ganan”.

La gran idea de Giridharad­as es que los miembros de la élite, si realmente quieren cambiar el mundo, deben hacerse a un lado”.

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A pesar de venir de las clasomodad­as, el escritor critica las formas en las que los filántropo­s tratan de reducir la desigualda­d y las acciones que intentan tomar para ello.
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