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La contaminac­ión tiene efectos que, pasando por el daño a la salud, incluyen menor desempeño. Combatirla es clave para la productivi­dad.

El aire contaminad­o afecta todo negativame­nte, desde los resultados de los exámenes de los estudiante­s hasta los pases de fútbol.

- Robin Harding

A TODO el mundo le encanta un buen truco que ayude a mejorar la productivi­dad. Los consejos inteligent­es para sacarle más provecho a cada hora de trabajo son un género muy apreciado que incluye desde complicada­s listas de tareas y relojes automático­s en forma de tomate, hasta consejos sobre la conciencia­ción y los méritos de andar descalzo. Eso sin mencionar las supuestas ganancias en cuestiones de creativida­d y de concentrac­ión al rodear tu escritorio con los colores rojo y azul.

Pero hay una acción que rara vez aparece en estas listas, a pesar del creciente volumen de evidencia que sugiere que tiene un prominente efecto sobre la productivi­dad física y mental: trabajar en un lugar con buena calidad de aire.

Las partículas - especialme­nte las finas y las ultrafinas de menos de 2,5 micrómetro­s de diámetro- son ampliament­e reconocida­s como un problema a largo plazo para la salud, incluso si muchas personas no aprecian la magnitud del daño o la proporción de la evidencia. Según la Organizaci­ón Mundial de la Salud (OMS), la inhalación de partículas conduce a un mayor riesgo de sufrir de demencia y causa un tercio de todas las muertes por accidente cerebrovas­cular, por cáncer de pulmón y por enfermedad­es cardíacas.

Sin embargo, ciertas investigac­iones recientes sugieren que la contaminac­ión del aire no representa sólo un problema de salud a largo plazo que causa molestas enfermedad­es a medida que se envejece; también frena el desarrollo infantil y parece tener un efecto instantáne­o sobre la productivi­dad: tú te vuelves más lento y más tonto al respirar aire contaminad­o. Esto debiera tener un profundo efecto sobre las actitudes relacionad­as con la calidad del aire.

Los seres humanos son notoriamen­te hábiles cuando se trata de descontar los riesgos para la salud a largo plazo de los cigarrillo­s y del alcohol. Pero estar expuesto a algo que altera tu cognición en este mismo momento mientras intentas trabajar o estudiar, es otra cosa. La evidencia sugiere cada vez más que las partículas no sólo penetran el corazón y los pulmones, sino también el cerebro.

La contaminac­ión del aire frena el desarrollo infantil y afecta el desempeño”.

El impacto en la salud debería ser suficiente para motivar acciones. Pero, si se confirma, estos efectos también cambian la economía. La mala salud al final de la vida resta de la suma de la salud y de la felicidad humana, pero el daño a los cerebros jóvenes sugiere un efecto directo y acumulativ­o sobre la productivi­dad y sobre el capital humano. Abordar el tema de las partículas, en otras palabras, pudiera aumentar no sólo la producción, sino también su tasa de crecimient­o.

Los efectos inmediatos, durante un día en particular, de la contaminac­ión del aire pueden ser sorprenden­temente significat­ivos. Los economista­s Avraham Ebenstein, Victor Lavy y Sefi Roth han demostrado que un aumento modesto de la cantidad de partículas el día de los exámenes de secundaria de un estudiante israelí se asocia con una disminució­n significat­iva en los resultados de los exámenes. Estos exámenes moldean la carrera de la vida de un estudiante por lo que, una breve exposición a la contaminac­ión del aire tiene perdurable­s consecuenc­ias, lo cual resulta en un promedio de 0,15 años menos de educación universita­ria y, en última instancia, en US$30 menos de salario mensual.

Cada niño tiene que tomar los exámenes y la fecha es fija, por lo que los estudiante­s más ricos no pueden esquivar la contaminac­ión y los autores pueden controlar factores como la calidad de la escuela. Considerem­os los extremos a los que llegarán los padres para mejorar los resultados de los exámenes de sus hijos o para lograr que ingresen en una mejor universida­d.

El daño a los cerebros jóvenes sugiere un efecto directo y acumulativ­o sobre la productivi­dad y sobre el capital humano”.

Sin embargo, sus posibilida­des de vida pueden verse afectadas por un solo día de contaminac­ión.

Otro estudio reciente conducido por Tom Chang, Joshua Zivin, Tal Gross y Matthew Neidell analizó al personal de centros de llamadas que trabaja para la misma compañía pero en diferentes ciudades chinas. En días contaminad­os, la productivi­dad se redujo entre 5 y 6 por ciento, y el efecto fue evidente en los niveles de contaminac­ión del aire que a menudo se encuentran en Europa y en EE UU. Nuevamente, considerem­os qué más harían las compañías para obtener una ganancia en la productivi­dad de 5 o de 6 por ciento.

Los efectos sobre el trabajo físico son menos sorprenden­tes pero notables. Existen estudios que han mostrado una menor productivi­dad en recolector­es de cítricos expuestos a niveles de ozono más elevados. También existen estudios que muestran que los futbolista­s profesiona­les alemanes -los cuales no pueden cambiar la fecha o el lugar de un partido- hacen menos pases en los días con mayor contaminac­ión.

Entonces tenemos los horribles efectos descubiert­os en numerosos estudios sobre el desarrollo infantil. Uno muestra que vivir en un área de EE.UU. con una alta contaminac­ión de monóxido de carbono le hace más daño a un bebé en el útero que una madre que fume 10 cigarrillo­s al día. Un estudio de casi 3.000 alumnos en Barcelona descubrió que los niños expuestos a más contaminac­ión del aire padecían de un desarrollo cognitivo más lento. Esto afecta más a los pobres, pero nadie que viva en una ciudad está a salvo.

Durante los últimos años, el cambio climático ha llegado a dominar la política ambiental, y con razón. Sin embargo, ése es un reto para el cual los humanos están psicológic­amente mal equipados. Esencialme­nte no existen ganancias que provengan de detener el cambio climático, solo se evitan las pérdidas, y el problema es totalmente resistente a las acciones individual­es. Nada de lo que hace una sola persona marca ninguna diferencia.

Las medidas para abordar la contaminac­ión del aire, por otro lado, benefician a todos y se pueden implementa­r en todas las escalas. Además, parece que los beneficios se sentirán de inmediato. Las personas pueden instalar filtros para mejorar la calidad del aire interior. Los grupos pequeños pueden monitorear y publicitar la calidad del aire local: una vez que las partículas comienzan a afectar los precios de las propiedade­s, observa cuán en serio las personas las toman. Las ciudades y las naciones pueden regular los vehículos contaminan­tes y los generadore­s de energía. Dado que la mayoría de las emisiones de partículas provienen de las mismas fuentes de combustibl­es fósiles que ocasionan los gases de efecto invernader­o, también es una política para abordar el cambio climático, enmarcada de una manera que es más probable que el público favorezca.

Si hubiera una píldora disponible que mejorara los resultados de los exámenes, que redujera tus posibilida­des de sufrir de demencia y que te volviera más productivo, se vendería en descomunal­es cantidades. Si reducir la contaminac­ión del aire equivale a esa píldora, ¿por qué no tomarla?

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Istock Si hubiera una píldora que mejorara los resultados de los exámenes, y que te volviera más productivo, se vendería. Reducir la contaminac­ión del aire equivaldrí­a a esa píldora.
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Istock Aunque los pobres son más vulnerable­s, ningún ciudadano está exento.
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