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Destinos.

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La capital del entretenim­iento mundial está en medio del desierto y ofrece tantas posibilida­des que es imposible no disfrutar su estadía, porque para cada gusto hay un plan disponible.

La inspiració­n de fábulas, películas, series, fotos, refranes y, sobre todo, noches llenas de aventuras únicas, son algunas de las posibilida­des que –sin ser fanático del juego, de las despedidas de soltera y matrimonio­s hechos por Elvis, los conciertos o los espectácul­os y los lujos– convierten a esta ciudad en una apuesta segura para visitar, y en la que todos ganan.

Desde su nacimiento en 1909, Las Vegas ha sido la capital del condado de Clark. Debe su nombre al comerciant­e y explorador mexicano-español Antonio Armijo que, en 1829, al buscar atajos para cubrir la ruta entre Santa Fe (Nuevo México) y Los Ángeles (California), vio cómo en este valle existían manantiale­s que creaban extensas áreas verdes que contrastab­an con el desierto que las rodeaba. Una jugada de buena suerte que derivó en que su vocación sea el turismo y las apuestas la columna vertebral de su economía.

En 1931, con la legalizaci­ón del juego en los casinos, la fama de Las Vegas como la ‘ciudad del pecado’ empezó a crecer y no solo por ofrecer licores, shows de baile, conciertos y letreros de neón enormes. Cuatro años más tarde terminó la construcci­ón de la presa Hoover, que hoy se ve como una gran obra de infraestru­ctura, que hace parte el registro nacional de lugares históricos de los Estados Unidos y que se ha vuelto un gran atractivo turístico.

Todavía se cree que lo pasa en Las Vegas se queda allá. Y son tantas cosas las que ocurren en esta ciudad de 352 kilómetros cuadrados, que todo puede suceder. Los casinos, los letreros luminosos que no descansan, las atraccione­s al aire libre, la posibilida­d de viajar entre mundos llamativos que son realmente hoteles, están allí, en medio de un desierto situado a dos horas de una de las joyas geográfica­s de los Estados Unidos (el Gran Cañón).

Desde los años 50, la música en la ciudad ha sido clave. Las Vegas fue la casa de estrellas como Elvis Presley, Frank Sinatra, Jerry Lewis y Tony Bennet y ahora esa tradición la siguen artistas como Paula Abdul, Mariah Carey, Bruno Mars, Bon Jovi o Sting.

De hecho, ya desde que se llega al aeropuerto Mccarran, las máquinas tragamoned­as hacen su aparición, y es que se puede llegar con un dólar en el bolsillo y ‘hacerse rico jugando’ o perderlo todo. En cuestiones de azar, todo es 50% de posibilida­des. Pero recuerde: todo puede ocurrir, como en la película Qué pasó ayer…

Desde Bogotá existen al menos 48 opciones de vuelos para llegar a Las Vegas, eso sí, todas con una escala en los Estados Unidos o México.

La magia en la calle

Ya metidos en la ciudad, Las Vegas Strip es la calle que concentra la mayor parte de atractivos. Empieza en el lado oeste del aeropuerto internacio­nal, con un letrero que reza ‘Welcome to Fabulous Las Vegas’, creado en 1959 por Betty Willis y Ted Rogich. Y sigue al aparecer el Mandalay Bay: un hotel, casino y centro de convencion­es gigantesco, de 39 pisos, 24 restaurant­es y más de cuatro hectáreas de playas artificial­es, dos piscinas termales, una de olas artificial­es, otra para bañistas topless y un río artificial con una pequeña cascada. Otra de sus atraccione­s clave es el acuario de agua salada de tiburones Shark Reef, que contiene el tercer tanque más grande del país. Incluye dos túneles para poder cruzar y apreciar la vida marina de los escualos.

En la siguiente esquina, hacia el norte, se encuentra la gran pi

rámide de Luxor, que concentra 4.408 habitacion­es en su interior. Su tamaño es similar al de la Roja y la de Acodada de Egipto, y el negro de su estructura contrasta con la punta de la pirámide, que ilumina el cielo nocturno.

Luego, un castillo gigante se asoma: el Excalibur, cuyo diseño está basado en la leyenda del rey Arturo, con los caballeros de la mesa redonda y el mago Merlín. Es un viaje en el tiempo y ofrece un gran espectácul­o, llamado el Torneo de Reyes, que simula una justa medieval. Es uno de los pocos hoteles de ambiente familiar. El resto es para los adultos.

Detrás, aparecen el Empire State y la Estatua de la Libertad, en una réplica de la ‘gran manzana’ que incluye el espectácul­o del Circo del Sol para adultos: el Zumanity, un cabaret que hace una exploració­n de las fuerzas ocultas detrás del deseo.

Mitos y ‘realities’

Al recorrer dos cuadras hacia el norte, se avizoran las fuentes más famosas: las del lago del hotel Bellagio. Son más de 1.200 chorros que, cada media hora desde las 8 de la noche, cobran vida acompañada­s de un repertorio que comprende 30 canciones.

Al frente, un halo de romance rodea al Hotel Paris, con una imitación de la ciudad luz con el Arco del Triunfo y la Torre Eiffel incluidos.

Y el imponente Caesars Palace está en la siguiente cuadra. Allí el visitante puede perderse en medio de las piscinas de Apolo, los ‘bufets’ para comer como un emperador, las obras de Miguel Ángel, una pequeña Fontana de Trevi y, por supuesto, el nuevo Hell’s Kitchen, el restaurant­e de Gordon Ramsey.

Es ese otro espacio nuevo de Las Vegas: el de la televisión y los realities, en el que pueden conocerse desde las cocinas de altos chefs, hasta la casa de empeños de 'El precio de la historia', con Rick incluido.

Más allá, un rosado flamingo escolta a la High Roller, una de las ruedas más grandes del mundo, que supera a las famosísima­s London Eye (133 metros) o Singapore Flyer (165 metros).

Y siguiendo unos pasos más allá, comienza el renacimien­to italiano: se imponen atraccione­s como el Hotel Venetian, una recreación de la nostálgica Venecia, con sus canales, el Puente Rialto, el Campanile y la Plaza San Marcos. Se ofrecen paseos en góndola con serenata.

La siguiente atracción es el famoso hotel Mirage, que desde 1989 posee un sistema de dos volcanes, una laguna y lanzadores de fuego que emiten flamas, además de cascadas rodeadas por piscinas. Allí, los asistentes podrán presenciar cómo enormes bolas de fuego se mueven al compás de la melodía exclusivam­ente creada para esta atracción.

El siguiente hotel es la joya de la corona: el Wynn, uno de los más lujosos de Las Vegas, con 50 pisos y un concesiona­rio que vende Ferraris y Maseratis y un campo de golf exclusivo, entre otros atractivos.

Y la cereza del pastel es la torre del Stratosphe­re –pertececie­nte al hotel y casino del mismo nombre– que, con 350 metros de altura, es la estructura de mayor altura en Nevada. En la punta hay dos observator­ios, un restaurant­e giratorio y tres atraccione­s: el Big Shot, a 329 metros arriba, es la más alta del mundo; el Insanity the Ride, que hace que las personas cuelguen sobre el borde de la torre y luego giren circularme­nte a aproximada­mente 60 kilómetros por hora, y el Xscream, la tercera estructura de este tipo más alta del planeta.

Además de Las Vegas Strip –conocida oficialmen­te como Las Vegas Boulevard–,existen otros dos puntos imperdible­s: Fremont, la segunda calle más importante y que representa su parte antigua, y el Citycenter Las Vegas, el último desarrollo urbano de la capital de Nevada, que comprende lujosos hoteles, galerías de arte y el centro comercial Crystals.

La oferta, pues, es amplia y confirma que Las Vegas es una apuesta en la que todos ganan, así sea una ciudad del pecado.

Las Vegas Strip es la calle que concentra la mayor parte de atractivos, y empieza en el lado oeste del aeropuerto internacio­nal, con un letrero que reza: ‘Welcome to Fabulous Las Vegas’.

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