Publimetro Barranquilla

Así es amanecer con las ‘tinteras’ venezolana­s del centro

Muchas de las que ahora son vendedoras de café antes eran universita­rias. Tuvieron que emigrar a Colombia para poder alimentar a sus familias

- LINA ROBLES lina.robles@publimetro.co

Desde hace varios meses, el centro de Barranquil­la se despierta todos los días con una inusual presencia femenina que adorna sus agrestes calles, antes dominadas por hombres. “Lindo, quieres un tinto”, gritan coquetamen­te mujeres jóvenes en las esquinas, que poco a poco comienzan a recibir la luz del amanecer.

Altas, de largos cabellos, amplia sonrisa y marcado acento caraqueño, de inmediato al expresarse se reconoce su procedenci­a. Reunidas en grupos de dos o tres, prefieren estar acompañada­s para protegerse, con la ayuda divina de rosarios de cuentas plásticas que cuelgan en sus cuellos. “En este oficio una nunca sabe, hay que hacer parte de alguna manada y estar consagrada a la Virgen de Coromoto”, le cuenta a PUBLIMETRO Yurlieth Campos, quien llegó hace dos meses provenient­e del estado de Anzoátegui.

Mientras toda la ciudad aún duerme, la administra­dora de empresas venezolana Dayana García sale a las 3:00 a.m. a comenzar su turno ‘tintero’. Ella tiene unos atractivos ojos color miel, el cabello rubio rizado y amplias caderas que despiertan algunos piropos entre sus clientes. “Todos los días vengo a que me sirva un tinto esta mujer bonita”, dice uno de sus asiduos visitantes.

Dayana vive en un cuarto compartido en una pequeña pensión cerca al Hospital de Barranquil­la. Duerme poco pensando en sus dos hijos, una niña de 2 años y un niño de 6, que dejó al cuidado de su madre hace apenas cuatro meses en el estado de Falcón, en la ciudad de Punto Fijo.

Ella, al igual que las demás, usa ropa cómoda porque sabe que su jornada es larga para vender los 18 termos de tinto de un litro. Lo hace de 4:00 a.m. a 4:00 p.m., en lo que ella denomina “jornada continua”.

“Antes de la llegada de Maduro, en mi ciudad, Punto Fijo, al salir de la Universida­d de Zulia tenía un negocio de telas con una amiga y nos iba muy bien, pero al subirse el costo de la vida, ya la moneda no dio más y quebramos. O era venirme para Colombia y enviar dinero a mis hijos o quedarme allá y verlos morirse de hambre sin poder hacer nada”, relata la mujer angustiada.

Para algunas la sonrisa se ha borrado, mostrando el amargo de la desesperan­za. Se niegan a contar sus historias o a tomarse fotos para la prensa. “Te pido por favor no me tomes con la cámara, no quiero hablar”, nos exigió una de ellas.

Cafetería La Tradición

Más de 400 litros matutinos de tinto bullen en las tres grecas industrial­es de la Cafetería La Tradición, dos cuadras arriba de la calle 30 con 38. Esta producción es apenas una parte de la que se vende en un solo día. “Aunque no parezca, Barranquil­la consume mucho café”, señala tocándose la cabeza Hernando Sánchez, administra­dor de la cafetería, mientras parece hacer cálculos mentales: “Perdí la cuenta”, agrega.

Estos tipos de cafeterías son comunes en la ciudad, cada barrio tiene por lo menos una. Antiguamen­te eran visitadas solo por hombres vendedores de tinto, quienes arrastraba­n sus termos y panes con la ayuda de un carrito de dos ruedas o cargándolo­s al hombro sobre una base de madera. Ahora estos negocios proveen a los numerosos grupos de nuevas trabajador­as, quienes hacen largas filas para llenar sus termos y compartir sus historias. “A principios de año solo eran como doce muchachas, pero desde hace tres meses para acá han llegado más, calculo como unas cien solo en este sector”, indica el administra­dor.

Sin embargo, en La Tradición reconocen que estas mujeres venden “mucho tinto” portando en sus brazos dos termos de café cada una, generalmen­te marcados con Liquid Paper o esmalte de uñas con sus nombres para evitar confusione­s a la hora de volverlos a llenar varias veces al día. “Ellas venden bastante porque el genotipo de la venezolana es muy bello y son mujeres muy hermosas que nos alegran la vida”, resalta Emerson Giraldo, quien lleva ocho años operando las grecas en esta cafetería.

En la fila para llenar sus termos espera con paciencia Celeste Ramos, estudiante de segundo año de Medicina nacida en Ciudad Ojeda. A sus 24 años, esta joven tuvo que dejar a su hijo de apenas un año y medio con sus familiares y partir hacia Colombia con el fin de mandarles dinero. “No pude seguir estudiando con la situación allá, solo quiero que Maduro deje el poder y regresar de nuevo. La gente no tiene comida y nos estamos muriendo de hambre. Así no se puede vivir”.

Esta joven, como muchas otras, confía en tener una temporada de ventas exitosa en diciembre para poder celebrar la Navidad en Venezuela. Antes de comprarle regalos y juguetes a su hijo, Celeste le quiere llevar pañales. “El regalo del niño Dios es lo de menos, porque desde que nació mi niño no sabe lo que es un pañal, espero poder llevarle muchos, y leche”.

Entre las otras jóvenes solteras que también hacen fila a la espera de llenar sus termos está una delgada morena, de cabello negro y ondulado, llamada Nohelí Soler, quien como algunas de ellas, usa sus ganancias para otros gastos que no precisamen­te hacen parte de la canasta familiar.

“Allá muchas no conocen lo que es la keratina y yo me vine para Colombia porque quiero hacérmela y aprender a hacerla”, resalta la joven y comenta que teñirse el cabello en algunas regiones del vecino país se ha convertido en una cuestión de estatus. “Llegan acá y lo primero que hacen es teñirse el pelo y publicar las fotos en el Facebook para que las vean con nuevo look. Se tiñen de pelimonas o pelirrojas”, detalla la mujer abrazando sus termos.

Este trío de nuevas ‘tinteras’, conformado por Leomary, Norma y Yurlieth del estado de Anzoátegui, llegó apenas hace dos días a unirse a la masa de trabajador­as que engalana ahora las noches barranquil­leras.

Al preguntarl­es por Nicolás Maduro, a todas se les ensombrece el rostro y se les corta la risa. “Que ojalá un misil bien grande se lo lleve para siempre”, demanda Norma mientras que las demás señalan que el pueblo venezolano escogió al líder político porque en ese momento representa­ba la continuaci­ón de Hugo Chávez. “El pueblo se confió y creímos en él porque jamás pensamos lo inhumano que podría llegar a ser, y que el poder lo enceguecie­ra tanto”, lamenta Yurlieth.

“Llegan acá y lo primero que hacen es teñirse el pelo y publicar las fotos en Facebook” Nohelí Soler, joven venezolana que trabaja vendiendo tinto

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|JAIRO CASSIANI - PUBLIMETRO Recorrimos las calles de la ciudad en busca de esas historias de mujeres guerreras y trabajador­as que venden tinto desde la madrugada hasta bien entrada la tarde.
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