Publimetro Barranquilla

Para no perderse.

Una isla ubicada en el estado de Paraná alberga historias sobre seres mitológico­s y otras acerca de valientes que han decidido renunciar a todo por quedarse

- MAURICIO BARRANTES

En las noches en que la luna ilumina el andar de los soñadores, la Isla de la Miel, o Ilha do Mel en portugués, resulta siendo un destino de ilusiones.

Apenas se desembarca en su playa, el despojarse del calzado es igual de liberador que renunciar a un trabajo odiado o a una relación fallida. Sentir la arena en los pies y caminar al ritmo de las olas es la manera de adaptar el cuerpo a la lógica taciturna de la vida en una isla. El sol en perfecta posición, las risas de extraños y la brisa sanadora ayudan a romantizar el momento. A punto de entrar en el hechizo de creer en la perfección del lugar, los habitantes empiezan a develar la historia de la Cueva de las Encantadas y un destello de razón hace que el visitante se cuestione si lo que está experiment­ando es auténtico o fruto de un engaño.

Estar dispuesto a creer en la leyenda de las Encantadas requiere una preparació­n que empieza con la elección de la ruta para llegar a la Isla de la Miel. Desde la estación de trenes de Curitiba parte un tren con vagones similares al Expreso de Hogwarts, el tren de Harry Potter, señal de que el turismo y la magia no solo están conectados por la forma en la que se desvanecen los 15 días de vacaciones al año, sino por cómo se va construyen­do el relato de un viaje desde los espacios f ísicos.

El recorrido incluye trucos que permiten que el pasajero sea testigo de la transforma­ción del gris de la ciudad en toda la variedad de los verdes de la vegetación, a través de estructura­s naturales mucho más complejas que las de cualquier tipo de metrópoli.

El destino final del tren es Morretes, que como ciudad logra anidar en la mente el delirio justo para que luego sea posible creer en sirenas y amores fugaces. Compuesta de casas coloniales y un río pintoresco, Morretes parece una ciudad congelada en el tiempo. Los restaurant­es son su atractivo principal, lo que la hace un destino gastronómi­co, pero pasajero. El inclemente calor obliga a caminar más lento y a desear la ausente corriente de aire. Tras subir pocos, pero interminab­les escalones, una iglesia nada memorable reafirma la noción de estar en el pasado, que según cada experienci­a puede ser alguno de sus 289 años de historia.

A 48,5 kilómetros de Morretes se encuentra el Punto Sur (Pontal do Sul), desde donde se puede tomar un transporte a la Isla de la Miel. El pasaje ida y vuelta cuesta 44,18 reales, en una promesa que puede quedar a medias si se decide perder el boleto de regreso. Así lo hicieron Carolina, una argentina que recibe a turistas y vive hace 15 años en la isla; y Natalia, que vino del norte de Argentina con todos sus ahorros destinados a montar una cervecería y, ante el confinamie­nto en pandemia, tuvo que gastarlos en sobrevivir, por lo que debió empezar de cero.

Tras tocar la arena de la Ilha do Mel, el turista entiende por qué algunos lo han dejado todo por estar allí. Cada hostal y tienda tiene una historia que va desde personas que decidieron pensionars­e y vivir la última etapa de su vida frente al mar, aquellos a quienes las dinámicas de las ciudades los agobian y prefiriero­n los chinelos (chancletas u ojotas en español) que los zapatos formales y quienes se dejaron seducir por las sirenas en la ruta de las Encantadas, y fue el hechizo y no la razón lo que los hizo quedarse.

En el camino hacia la cueva de las Encantadas ya se pueden percibir alteracion­es de la realidad. La racionalid­ad se pone a prueba cuando en el andar se empiezan a sentir sutiles roces con la piel de las sirenas. Si llega a suceder, en vez de voltear a ver si es auda téntica la sensación, se aconseja mantener el último vestigio de pensamient­o lógico. Conservar la cordura requiere evitar la coincidenc­ia de mirar fijamente el brillo de los ojos de las Encantadas, que puede llegar a marear en época de enamoramie­nto. Las sirenas son como las brujas, no hay que creer en ellas, pero de que las hay las hay.

Son los ancianos de la isla quienes cuentan, sin titubear, que las historias son ciertas y que sí, las sirenas habitaron la cueva, hoy visitada por turistas curiosos. Desde el interior de la llamaGruta das Encantadas, vale la pena recrear con imaginació­n cómo eran esas sirenas.

La leyenda cuenta que en las noches con luz de luna, los hombres de la isla eran atraídos por mujeres de divina belleza que bailaban y cantaban hasta embriagar la razón. Un indígena de la zona, al escuchar lo que los demás decían, decidió ir a comprobarl­o. En la cueva pudo ser testigo de la belleza de las sirenas y se enamoró de una de ellas. La condición para poder tener una vida juntos era la mayor de las pruebas: la muerte. Él aceptó y desde entonces las Encantadas no aparecen con tanta frecuencia, con lo que el relato empezó a mezclarse con los mitos, los sueños lúcidos y los cuentos.

Tras la visita a la cueva y cuando la puesta del sol marca el fin del día, un trago de la cachaça cataia es necesario. Se trata de una mezcla de la bebida alcohólica tradiciona­l del Brasil (en español, cachaza) con una planta tradiciona­l de nombre cataia, a la que algunas personas le atribuyen poderes curativos como sanar heridas, solucionar problemas estomacale­s y tratar la impotencia sexual. Como con las sirenas nada es coincidenc­ia, suena una canción del mítico grupo brasileño Legião Urbana: Hoje a noite não tem luar. En la voz de Renato Russo se cuenta la historia de un amor que nació en el mar y que, tras recordarlo en la ausencia, solo queda la tristeza y la nostalgia. Suena en la isla de las sirenas Encantadas, con lo que a las almas solitarias no se les adhiere la nostalgia, sino la esperanza de perder la razón, algún día, por un amor de sirena, así cueste la vida.

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