Publimetro Cali

De la coca al palmito: un negocio para el Putumayo

Esta es la historia de Édgar Montealegr­e, quien se convirtió en un empresario del campo y por el camino ha logrado reemplazar 3000 hectáreas de coca por cultivos de palmito

- MARÍA PAULA SUÁREZ NAVAS

“La satisfacci­ón más grande es saber que hay gente que depende de ti. Cuando estás en la tarea no te das cuenta de la cantidad de gente que estás impactando” Édgar Montealegr­e

Édgar Montealegr­e es oriundo de Puerto Asís, Putumayo, y nunca se imaginó que lograría forjar con sus propias manos una gran empresa, sin embargo, siempre lo soñó. Sus padres eran campesinos humildes que trabajaban con cedro y balseando madera, y vivían en un rancho en medio de la selva del Putumayo.

“Vivíamos en una pobreza absoluta. Allá nacieron dos hermanos en una choza. Alrededor de nuestra casa había tigrillos, dantas, tapires, era como tener un corral, pero de animales salvajes. Gracias a eso podíamos comer carne. Incluso comíamos armadillos”, cuenta Édgar.

Salir al pueblo a vender la madera era una odisea porque no había caminos, y tampoco había mucha gente que comprara. En vista de ello, el papá de Édgar comenzó a experiment­ar con la tierra. “Él quería hacer un pueblo en medio de la selva. Empezamos a sembrar café, cacao y sacábamos el producto al pueblo por unos caminos muy complicado­s. Al final no había quien lo comprara y había que botarlo”, cuenta Édgar.

Así vivió toda su infancia, hasta los años 80, cuando se empezó a hablar de la coca. “Con eso encontramo­s una solución. Aprendimos a elaborarla. Hicimos un ruedito muy pequeño y pensábamos que eso nos iba a hacer ricos. Eso nos dio para empezar a construir una casa. Y es que la coca sí tenía comercio, que es la diferencia entre los cultivos de agricultur­a. Con la coca había un comprador fijo y te pagaban de contado. Además, para sacarla no necesitan carreteras. El producto se transforma y se puede sacar fácilmente entre los bolsillos, por eso es que es tan difícil competir contra ella”, agrega.

A pesar de que la elaboració­n de este producto les hizo mejorar un poco su situación económica, a la madre de Édgar no le gustaba la idea de que sus hijos se dedicaran a eso, y por eso apenas pudo lo sacó a estudiar el bachillera­to en Puerto Asís, donde vivía en una casa campesina que ella consiguió, y dos años antes de que terminara sus estudios lo mandó a Bogotá.

“Yo me eduqué gracias a Radio Sutatenza y de manera autodidact­a. Así estudié toda mi primaria”, cuenta Édgar. De hecho, para entrar al colegio, en el pueblo un sacerdote le consiguió un certificad­o de quinto de primaria.

A Bogotá llegó a la casa de una amiga de su mamá, que lo recibió porque era buen estudiante. Se empezó a rebuscar la vida, terminó el colegio y entró a estudiar Contabilid­ad y Finanzas en el Sena. En poco tiempo estaría estudiando Comercio Internacio­nal en la Universida­d Jorge Tadeo Lozano de Bogotá, lo cual ha sido indispensa­ble para la creación de Corpocampo, su gran emprendimi­ento de palmito y azaí.

Estos dos productos son el corazón y fruto de una palmera que solo se da de manera silvestre en la lluviosa selva amazónica y en algunos lugares del Pacífico, y ha sido el producto con el cual el Gobierno y diferentes organizaci­ones internacio­nales han querido promover la sustitució­n de cultivos ilícitos en esta zona del país, desde los años 90.

“En 1998 arrancó un paro cocalero en Putumayo. Mi mamá fue la líder campesina de ese paro. De ahí salió la propuesta de plantar palmitos para reemplazar los cultivos ilícitos en Putumayo”, cuenta Édgar, quien para entonces ya había tenido su primer empleo en una empresa en Bogotá y había renunciado porque tenía la idea de emprender. “Mi familia sembró siete hectáreas y luego la lucha era que el producto se comerciali­zara en Bogotá. Pero de eso me volví un abanderado”, cuenta Édgar.

Y lo logró. Buscando socios en todas partes, empezó a abrir mercado en Bogotá y luego comenzó a exportar. Convenció a un francés de que su trabajo era bueno y hasta logró que le prestara dinero para comenzar su negocio a gran escala. El hecho de que el producto fuera orgánico y beneficiar­a a tantas comunidade­s campesinas lo dejó encantado.

Hoy Corpocampo trabaja con 1200 familias del Pacífico y Putumayo. Tiene plantas en Guapi (Cauca), Tumaco, Putumayo y Buenaventu­ra y mueve hasta 240 toneladas de azaí al mes, su nuevo producto abanderado. Además, por el camino ha logrado que muchos campesinos dejen el cultivo de coca para dedicarse a explotar el palmito (cerca de 3000 hectáreas), lo que lo ha hecho merecedor del Premio Emprender Paz en 2018 y el Business For Peace, a nivel internacio­nal, que le fue dado en Suecia, donde se entrega también el Premio Nobel de Paz, lo cual lo llena de orgullo.

“El Premio Emprender Paz ha sido muy importante porque resalta nuestro trabajo y las iniciativa­s que son muy importante­s porque son ejemplo de cómo se hace país y nos da la visibilida­d que queremos para que la gente sea más consciente de pensar de dónde vienen los productos que consume. Detrás de este producto hay una gran historia, porque hay mucha gente y trabajamos en sitios muy difíciles, donde nadie quiere venir a invertir”, dice Édgar.

“La satisfacci­ón más grande es saber que hay gente que depende de ti. Cuando estás en la tarea no te das cuenta de la cantidad de gente que estás impactando, pero cuando miras hacia atrás y ves que hay 200 mujeres cabeza de familia, con 10 o 12 hijos, cuya única opción fue trabajar, para ti es muy reconforta­nte. A veces uno se cansa, pero esto vuelve a dar energías para salir adelante”, concluye Édgar.

 ?? |CORTESÍA ??
|CORTESÍA
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Colombia