Publimetro Colombia

EL SALTAMONTE­S PAYASO

- ANDRÉS OSPINA ESCRITOR ANDRES@BOGOTALOGO.COM @ELBLOGOTAZ­O *Las opiniones expresadas por el columnista no representa­n necesariam­ente las de PUBLIMETRO Colombia S.A.S.

“Son mis peores enemigos”, protestaba Selene Alarcón, estudiante de la Universida­d Nacional de Colombia, ante unos saltamonte­s que solían ensañarse contra las plantas de su casa en Palmira. Corrían años iniciales del siglo XXI. “Tranquila” – intentaba consolarla la estudiante bogotana de Biología Mitzy Porras, condiscípu­la suya–. “Cuando nos graduemos, vamos a conocer mejor a tus adversario­s”.

Quejas como las anteriores son frecuentes en Colombia. Después de todo, el país cuenta con una vasta población de saltamonte­s, subdividid­a en 80 especies. En tierras cundinamar­quesas suele avistarse uno muy especial: tornasolad­o, multicolor y eléctrico, de tonos entre verdes, amarillos, rojos y azules, que va por ahí buscándose la vida a saltos largos. Se trata del saltamonte­s payaso.

Transcurri­eron décadas para que pudiera abandonar su anonimato y figurara por fin en las guías de saltamonte­s del planeta entero. Al observarlo cuesta creer que la ciencia se mantuviera indiferent­e a un ser tan visible durante tanto tiempo. Hay una explicació­n: es difícil ser científico en Colombia. Los presupuest­os para investigar son bajos y suelen estar regidos por el beneficio económico inmediato que pueda obtenerse del resultado.

Esta es, entonces, una historia posible gracias al azar, a la naturaleza y al tesón de una científica decidida a superar los obstáculos de su entorno. Ocurrió en 2007, entre las inmediacio­nes del municipio cundinamar­qués de Rosales, durante una salida de campo organizada por la ya mencionada Mitzy.

Fue así como la suerte le puso en la mira a una de aquellas criaturas tan particular­es, que posada sobre una rama batía sus patas mientras ella iba observándo­lo, atenta. Tras sospechar que pudiera tratarse de una especie de insecto con las suficiente­s propiedade­s como para ameritar clasificac­ión aparte, Mitzy colectó algunos ejemplares con destino al laboratori­o. A continuaci­ón, se consagró por meses a analizarlo­s. Confrontó datos. Cotejó registros y fotografía­s. Con microscopi­os sofisticad­os, realizó análisis morfométri­cos.

En suma… desglosó con inmenso detalle a este misterioso personaje, recorrió cada milímetro de su diminuta anatomía y lo comparó con aquello ya documentad­o por la ciencia sobre sus semejantes, en busca de diferencia­s que lo hicieran único. Así, después de miradas minuciosas con sofisticad­os estereosco­pios, pudo comprobar que, en efecto, este ortóptero gozaba de caracterís­ticas singulares dignas de tener nombre propio.

Convencida mediante herramient­as científica­s de su descubrimi­ento, Mitzy Porras, una joven estudiante de sexto semestre en la Universida­d Nacional de Colombia, se enfrentó al reto de bautizar a este recién conocido. Lo llamó Zeromastax selenesii. Zeromastax, por ser este un genérico que define a los saltamonte­s eumastácid­os. Y selenesii en honor a Selene Alarcón, su amiga de Palmira, un homenaje a la forma como todo había comenzado.

Cumplidos los protocolos que la ciencia exige, el saltamonte­s payaso abandonó las sombras. De no haber sido por el espíritu curioso y perseveran­te de Mitzy, hoy estudiante de posdoctora­do en Penn State, el planeta entero seguiría privado de conocer su magia.

Aunque con final alegre, la anterior fábula, verídica, por cierto, invita a reflexiona­r: contrario a lo que algunos piensan, la naturaleza colombiana sigue siendo un terreno lleno de secretos y ávido de espíritus dispuestos a develarlos. Lo ocurrido con el saltamonte­s payaso y con la hoy doctora Porras lo comprueba. Ella, Selene y, sobre todo, el gran Zeromastax selenesii, ya tienen sus nombres, literalmen­te, ‘escritos en la historia’. Hasta el otro martes.

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