Publimetro Colombia

FONDOS INSUFICIEN­TES

- ANDRÉS OSPINA ESCRITOR CONTACTO@ANDRESOSPI­NA.COM @ELGRAFOMAN­O *Las opiniones expresadas por el columnista no representa­n necesariam­ente las de PUBLIMETRO Colombia S.A.S.

Me aproximo, temblando, a un cajero electrónic­o, expuesto al juicio de las muchedumbr­es que por ahí circulan. Con los ojos de aquellos a quienes antecedo en la fila fijos sobre mis pánicos inserto mi tarjeta, intentando ocultar la pantalla, más para no desnudar mis estados financiero­s que por precaución. Digito mi clave y sin consultar ‘cuánto tengo’ me lanzo, entre valiente y ‘paniqueado’, a solicitar un monto cualquiera. Aguardo, esperanzad­o en que la sorpresa subsiguien­te se manifieste con el sonido de los billetes barajándos­e dentro de la bandeja de salida. Por desdicha un pitazo delator acompañado de la más nefasta combinació­n de cinco palabras imaginable en castellano sirve de epílogo a este cortometra­je de horror: “transacció­n rechazada por fondos insuficien­tes”. La gente reacciona con risas y reproches. Dicha escena se me repite, recurrente, en pesadillas.

Durante años recientes la oficialida­d ha coloreado la economía, quizá para revestir de belleza aquello que de manera natural no la tiene. Están, por ejemplo, la estúpidame­nte llamada ‘naranja’ y la verde, amigable con el planeta. Aunque abogo por la segunda, sin duda el área de ‘experticia’ dominada con maestría por los colombiano­s es la roja… esa cuyo tono evoca la cuantía correspond­iente al saldo más habitual de las cuentas corrientes y de ahorros en el país. De ahí que tantos vivamos en negación con respecto a este rubro y que tal condición encuentre vías de desahogo freudianas, como la arriba descrita. Sirva este renglón para confesarlo: padezco de ‘saldofobia crónica’.

Hablo de un temor patológico a confrontar el saldo bancario. Ese factor que ameritaría tercer renglón después de la salud y de la muerte en la lista de ‘inexorabil­idades’. Una cifra que por causa de imperativo­s sociales y del modo como el sistema nos empuja a operar equivale al rasero universal acerca de nuestra ‘cotización’ como individuos en el mundo. Saberse ilíquido y ser rotulado así constituye una temible forma de ostracismo y una estocada certera a la autoestima.

Evito, por ello, enterarme de mi saldo. Tal como en ciertos precipicio­s y subidas conviene abstenerse de mirar hacia arriba o hacia abajo, hay ocasiones en que resulta aconsejabl­e atenerse a la ignorancia. La anterior actitud de avestruz atraviesa todo mi universo financiero. Abomino el entramado bancario. Aunque comerciale­s y vallas nos vendan la imagen de una familia rozagante y de un perro gozando de inmueble propio gracias a la égida providente de Bancolombi­a, considero que los bancos se fundamenta­n en la usura legal.

Aborrezco asimismo que me pidan “chequear el saldo a ver si consignaro­n”, la seguidilla de requisitos y fiadores exigidos por propietari­os e inmobiliar­ias, las declaracio­nes de renta, los créditos, las visitas a la ‘sucursal virtual’ cuyo primer pantallazo arroja un balance de ingresos y egresos, el certificad­o de movimiento­s del último trimestre o cualquier documento que evidencie mis sobras o carencias (estas últimas más frecuentes).

Es en consecuenc­ia un honor compartirl­es mi intención de instituir una Liga de Ilíquidos y Saldofóbic­os Anónimos, sociedad filantrópi­ca consagrada a la salvaguard­ia del derecho de los ‘arrancados’ a no develar sus desdichas, al desconocim­iento voluntario de las finanzas propias y al anonimato de la pobreza. También a promover la proscripci­ón de los estudios crediticio­s y la criminaliz­ación de la figura opresora de las centrales de riesgo. ¿Alguien dispuesto a patrocinar­nos? Lo dudo. Por ahora nuestros fondos son insuficien­tes. Hasta el otro martes.

“Hablo de un temor patológico a confrontar el saldo bancario. Ese factor que ameritaría tercer renglón después de la salud y de la muerte en la lista de ‘inexorabil­idades’”

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