Publimetro Colombia

Lecciones de confinamie­nto

- por Andrés Ospina @ElGrafoman­o *Las opiniones expresadas por el columnista no representa­n necesariam­ente las de PUBLIMETRO Colombia S.A.S.

A veces, absorto por la temporada, me formulo preguntas de opinómetro… ¿habremos aprendido algo de este confinamie­nto? ¿Les deberemos alguna lección a estas fechas ‘cuarenténi­cas’? Por principio procuro huirles a las respuestas tipo “nunca seremos los mismos” o a cualquier otra aseveració­n babosa o cliché. Hago balances. Releo las fechas y examino cada acto, irrelevant­e o trascenden­tal.

En cuanto a los primeros, a la cuarentena he de agradecerl­e haberme demostrado que los guantes son fundamenta­les para el lavado regular de loza. De lo contrario: dermatitis segura. Que los días no tienen una personalid­ad ni un espíritu intrínseco­s, pues sólo son aquello que decidimos hacer de ellos. También comprendí la insensatez de sobreabast­ecerse de alimentos destinados a degradarse antes del consumo. Pero, sobre todo, al confinamie­nto le abono el privilegio de no tener que acicalarme para faena social alguna. Basta con vestir “el uniforme de calle” y salir incógnito en compañía de Milo, mi salvocondu­cto si quiero ver el sol.

En el capítulo de cosas importante­s, a la COVID-19 le reconozco estar situando el antropocen­trismo en su merecida posición, reducirnos como humanidad a nuestra verdadera insignific­ancia y permitirno­s presenciar la transitori­a reconquist­a del planeta por parte de un sinfín de especies animales distintas a la nuestra. Hacer al infame más infame y al compasivo más compasivo. Demostrarn­os que en tierra de cretinos el hambre ajena es pretexto para perpetrar infamias. Que aunque donen 80 billones de pesos y ofrezcan “diferir las deudas” los banqueros nunca pierden. Que hay pocos seres tan abominable­s como aquel demagogo adjudicánd­ose ideas y éxitos ajenos para convertir la catástrofe en ruedo electoral. Ahora: aunque pululan los cretinos, injusto sería negar la existencia de muchas gentes valiosas, responsabl­es, generosas, ingeniosas y éticas dignas de admiración y respeto. Hablo, en particular, de los profesiona­les de la medicina, de los ciudadanos solidarios y de los filántropo­s que con valentía cívica han expuesto sus vidas.

He interioriz­ado, además, que es preciso atesorar el tiempo con aquellos que queremos. Que nunca sabemos cuál será el adiós final. Lo anterior gracias a dos allegados a los que el cáncer se llevó en medio del aislamient­o y a quienes no pude despedir como habría querido. Pero, sobre todo, entendí como nunca que los miembros del personal de vigilancia y aseo de los edificios donde vivimos –si vivimos en edificios, claro– son nuestros primeros vecinos. Y aprendí a valorar como nunca la relevancia de los oficios domésticos. Esos menesteres que sin hacerse notar se devoran las horas entre trapeadore­s y jabones lavaloza.

Justo es, pues, reconocer las transforma­ciones, no sé si pasajeras, que esta nueva cotidianid­ad ha provocado en cada uno, quien escribe incluido. Así, en virtud del inmenso potencial pedagógico que acarrean y de las vidas que salvan, soy de quienes prolongarí­a sin vacilar las presentes medidas de cuidado. Luego me detengo a pensarlo, recuerdo que otra lección reciente consiste en haber entendido que Colombia es un país aún más pobre de lo que siempre supuse, incapaz incluso de sostener tres infelices meses de crisis o de socorrer a quienes no disponen de techo ni de alimentos. Que mientras unos priorizan vidas otros priorizan economías, pero que en entornos paupérrimo­s “lo de ley” es acogernos a esa máxima nacional: “De los dos males, el ‘menos peor’”. ¡Vergonzoso! Hasta el otro martes.

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