Publimetro Colombia

Hablemos de fútbol

- por NICOLÁS SAMPER PERIODISTA @UDSNOEXIST­EN *Las opiniones expresadas por el columnista no representa­n necesariam­ente las de PUBLIMETRO Colombia S.A.S.

Mundiales de fútbol en repetición: Cheryshev mete un remate con borde externo y la deja colgando en la portería de Arabia. Cherchesoy, de profusa nuca como si fuera un

shar pei, se lleva la mano al frente como el saludo militar y felicita al grandote Dzyuba. Todo viene al recuerdo, a poder beber de fuentes del ayer porque en el presente no hay.

Y en esa permanente búsqueda de contenido –no solo de fútbol, de películas, de entretenim­iento– en donde extrañamen­te y por primera vez en la historia de la parrilla del cable no está anunciada por enésima vez Virgen a los

40, apareció una charla entre Carlos Timoteo Griguol, Roberto Perfumo y Víctor Hugo Morales. Es decir, había que detenerse ahí por supuesto, sin importar que la fecha del programa nos enviara 17 años atrás.

Griguol fue un entrenador de gran sabiduría y él, en los años ochenta, aplicando técnicas propias del básquetbol, del fútbol americano y del vóleibol, se hizo famoso por hacer visible un club modesto en medio del jardín bicolor que aparece en Argentina cuando Boca y River saltan a la cancha. Ese Ferro, que hoy deambula en la B, llegó a ser un ejemplo de táctica y de estrategia. Un equipo irrepetibl­e que venció a los poderosos.

Entonces Griguol, en su inmensa sapiencia, contaba que parte del camino ideal que, de acuerdo a su concepto, debía tener un técnico, era el de formarse desde divisiones inferiores hasta dar el salto en primera, tal como cualquier futbolista. Claro, dijo que tuvo suerte porque pocas veces en un club piensan que un técnico de inferiores tiene valor. Griguol, ataviado con una colorida pashmina y su boina típica, les dice a Perfumo y a Víctor Hugo que cuando llegó a la primera división de Rosario Central como técnico, ya tenía la ventaja de conocer a los 400 muchachos que integraban las inferiores. Sabía bien cómo nutrirse. Y que en tiempos de técnico juvenil, lo primero que les pedía a los jugadores era el boletín de calificaci­ones: por más crack que fuera, si alguno se llevaba una materia, no entraba en la convocator­ia.

El buen Timoteo: las páginas de la revista El Gráfico registraba­n que cuando un talentoso futbolista descollaba, lo primero que hacía el técnico era preguntarl­e sobre si ya había comprado la casa. Los jugadores, atemorizad­os, dejaban a tres cuadras de la cancha de Ferro, sus BMW y Mercedes Benz para que no los regañara. Al terminar la práctica, Griguol les decía que eran unos boludos: por gastarse el dinero en un carro, y por caminar tres cuadras hacia el entreno pensando que él no se daría cuenta de que estaban estrenando automóvil.

Alberto Márcico –uno de los que alguna vez dejó el BMW lejos para no ser pillado– era el 10 de aquel equipo. Y Griguol les relata a Perfumo y Morales la manera en la que daba descanso a su creativo: lo ubicaba de cinco en las dos últimas prácticas antes del juego dominical. ¿Para qué? No solo para que se tomara un refresco: también para que aprendiera a quitar el balón sin hacer faltas, a marcar, a tener panorama de juego. A ver la cancha desde otra perspectiv­a, no visual, sino de responsabi­lidad. ¡Le estaba enseñando de todo a Márcico sin que se diera cuenta!

La charla, plagada de riquísimo material táctico y técnico tuvo su coronación en el instante que Víctor Hugo le pregunta al buen Timo: “Timoteo, ¿Ferro era ofensivo o defensivo?”. Griguol, con inocencia campirana pero con sagacidad del que supo ser zorro, le responde: “¡Aún no lo sé! ¡Mire lo bueno que sería ese equipo que no sé hoy si era defensivo o si era ofensivo!”.

Difícil encontrar más contenido. Más enseñanza. Más riqueza.

Difícil encontrar menos bochinche. Menos intención de prender fuego.

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