Publimetro Colombia

Aprendizaj­e en El Retiro

- por Andrés Ospina @ElGrafoman­o *Las opiniones expresadas por el columnista no representa­n necesariam­ente las de PUBLIMETRO Colombia S.A.S.

El domingo pasado entendí como nunca que las obsesiones pueden empujarnos al egoísmo y al error. Y que aunque me atormenta el padecimien­to de mis semejantes incurro, como todos, en la desconside­ración de mirar desde mi burbuja. No sé si por escapismo, por hijo único, por anacrónico, por humano o por patologías sin diagnóstic­o.

Me costó azotes digerirlo, cuando llovieron escupitajo­s tras un pronunciam­iento desafortun­ado mío el viernes vía Twitter sobre una noticia. Aludía a la retención de Edy Fonseca, vigilante al parecer explotada por administra­tivos del edificio Luz Marina (carrera 1.º n.º 84A-71, en Bogotá). “En este edificio de Rosales permaneció encerrada”, tuiteó Blu Radio.

Mi primer pensamient­o: “¡Vivo a dos cuadras!”. El segundo: “¡Informació­n errada! Este sector se llama El Retiro”. Apresurada y acaso indolentem­ente sumido en mis fijaciones urbanístic­as reclamé: “El edificio Luz Marina está en El Retiro. No en Rosales (…) Absténgans­e, por favor, de cambiarle el nombre a mi barrio”. Lo mismo habría hecho si hubieran confundido Usme con La Marichuela, Toberín con Orquídeas o Teusaquill­o con Palermo. Precisione­s geográfica­s e historiogr­áficas. Compulsion­es obsesivas. Inoportuna­s, sí. Insignific­antes y ridículas, quizás. Pero nunca malintenci­onadas.

Debí repudiar el hecho. Condolerme con Edy, mi vecina. Pero dado que el tema ya circulaba tanto, supuse que ella estaría recibiendo atención profesiona­l y que los responsabl­es serían judicializ­ados. Me traicionar­on dos deformacio­nes profesiona­les: rigor de cronista y arraigo barrial, asuntos que, quien me conoce lo sabe, me apasionan.

Entiendo a los que enfurecier­on y me excuso. Lo difícil de asimilar fueron las injurias, los “gomelito de Rosales hijo de…”, los “bobo malparido” (perdonen la procacidad), los ataques redoblados ante cualquier explicació­n y las alusiones innecesari­as a aquella mujer que meció mi cuna… todo por una frase infortunad­a. Impertinen­te: sí, pero sin motores clasistas.

Para nuestra deshonra, Colombia es un país de castas, oligarquía­s, estratos y asimetrías, predispues­to a odiar, renuente a perdonar y a pedir perdón, prejuicios­o y aficionado a aparentar (porque aplaudimos las apariencia­s y abucheamos la autenticid­ad: las canas, las arrugas, exponer la iliquidez y, al menos en Bogotá, llevar ropa colorida o desplegar cualquier otro comportami­ento no convencion­al).

Admitir mi desliz avivó la exigencia de decapitarm­e. Supongo que muchos de los que me atacaron (no todos) son clasistas de ‘clóset’ o acosadores al acecho de tropiezos ajenos para deleitarse pateando al caído y viéndolo sangrar por la boca. Primero cedí a la autocompas­ión. Resentía ser tachado como promotor del elitismo, hábito infame enclavado en esta moral de virreinato que nos rige.

Pero el domingo lo reconsider­é: puesto que abomino el clasismo y toda discrimina­ción, sería insensato revolcarme en mis fallas o en las reacciones ajenas. Entonces revisé informació­n sobre el caso. Así me enteré del maltrato a que fue sometida Edy y de las migajas que recibía. También de las condicione­s médicas y psicológic­as que padecía al salir.

Y como cualquier espíritu sensible sentí indignació­n. Así pues: me arrepiento de mi desatino. Lamento haber contribuid­o –con la gentil ayuda de muchos que replicaron mi yerro en busca de clics y que hicieron

crowdfundi­ng para crucificar­me– a desviar los focos de lo importante, que son doña Edy y el esclavismo normalizad­o. Ruego que ella se recupere y reciba las reparacion­es debidas, que se investigue a fondo y que estos episodios caduquen… no importa si ocurren en Paulo VI, Bonanza, El Retiro o dondequier­a que alguien sea abusado. Hasta el otro martes.

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