Sigue la carrera por salvar especies amenazadas
Conservación. La pandemia tiene en suspenso a importantes proyectos para conservar a especies que se encuentran en alguna categoría de riesgo Latinoamérica. En algunas regiones preocupa que la crisis económica incremente las amenazas que tienen a varias
Un millón de especies de animales y plantas que existen en el mundo están en peligro de desaparecer. Para derrumbar esa sentencia, científicos y conservacionistas están inmersos en una carrera contra el tiempo, una maratón que tiene como meta garantizar un futuro a especies amenazadas, pero que ahora tuvo que ponerse en pausa por la pandemia.
En Latinoamérica, una de los lugares del planeta más biodiversos, pero también una región en la que se tiene una lista larga de flora y fauna en alguna categoría de riesgo, detener durante varias semanas las estrategias de conservación puede aumentar el riesgo para una especie.
Mongabay Latam habló con investigadores que trabajan en la conservación de especies endémicas de Latinoamérica, que están amenazadas o en peligro de extinción. Para todos la COVID-19 se ha convertido en un nuevo obstáculo que sortear. Hay investigadores que también advierten que la crisis económica, que viene de la mano de la pandemia, puede traer aún más presión para los hábitats de muchas especies.
Cóndor andino: apuesta de conservación regional
El cóndor (Vultur gryphus) es una especie emblemática de la región andina; países como Bolivia, Chile, Colombia y Ecuador lo consideran su ave nacional.
Su tamaño hace que sea difícil que pase desapercibido. Incluso, por ser considerado el Señor de los Cielos andinos se podría pensar que es un animal abundante. Pero no es así. Se estima que hay 10.000 cóndores en Suramérica, un número que no garantiza su futuro. Y por eso está en la Lista Roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (Uicn) en la categoría de casi amenazada.
“Es una especie muy vulnerable a cualquier tipo de amenaza”, remarca Robert Wallace, director del Programa de Conservación Gran Paisaje Madidi-Tambopata en WCSBolivia y uno de los especialistas que participan en la iniciativa regional para conservarlo.
Esta gran ave, que puede vivir 70 años en cautiverio, se reproduce hasta que cumple cinco o seis años y solo tiene una cría cada dos años. Eso hace que lleve mucho tiempo recuperar una población que pierde a algunos de sus miembros por envenenamiento, una de sus principales amenazas.
En varios países, el cóndor es víctima del veneno destinado a otras especies, como el zorro andino.
Wallace explica que se han registrado reportes de envenenamiento en Colombia y Argentina, pero “hay sospechas de que esto también ocurre en Bolivia y Perú”.
La pérdida y fragmentación de hábitat en la región norte de su distribución es otro de los problemas a los que se enfrenta esta ave que es capaz de moverse, en un solo día, en un área de 200 kilómetros.
Y aunque en naciones como Argentina se han realizado bastantes estudios sobre esta especie, aún falta tener datos de otros países, sobre todo respecto a sus poblaciones y sobre cuál es el área de acción que tiene en determinadas regiones.
Para tener esta información, antes de la pandemia, estaban en marcha estudios en países como Bolivia, donde hay un proyecto para poner transmisores con GPS que permitan conocer cuál es el espacio en el que se mueven e identificar las amenazas que hay en esa área.
En Bolivia también se espera que, antes de que termine 2020, se pueda tener el Plan de Acción Nacional para la Conservación del Cóndor.
Y aunque los trabajos en campo están detenidos, la contingencia no ha impedido que se siga adelante con la publicación de un estudio en donde se han identificado 21 sitios prioritarios para la conservación del cóndor ubicados desde Venezuela hasta Argentina. La selección de esos lugares la realizó un grupo de alrededor de 40 expertos que desde 2015 trabaja en desarrollar un proyecto regional para la conservación de esta especie.
“La comunidad de expertos –explica Wallace– cree que son los lugares en donde se tienen las posibilidades más grandes para conservar poblaciones importantes de cóndor”.
Para hacer la selección de los sitios se evaluó la distribución histórica del ave, la estimación de la población actual en ese lugar, la existencia de sitios de anidación y dormitorios.
El estudio forma parte de un proyecto regional que también busca recuperar el valor cultural del cóndor entre las comunidades.
Para Wallace, “la biodiversidad y la conservación no van a ser una prioridad para las personas si no se conoce a las especies; si no pueden relacionar por qué es relevante para la gente”.
El investigador resalta que, en estos tiempos han mostrado que es aún más importante trabajar en la conservación de especies: “El riesgo de más pandemias es mucho más fuerte si no respetamos la naturaleza y continuamos fragmentando; si continúan, por ejemplo, los mercados de vida silvestre”.
El felino del que menos se sabe
En México es posible encontrar las seis diferentes especies de felinos. El más emblemático y grande es el jaguar (Panthera onca). Pero también se encuentran el ocelote (Leopardus pardalis), el puma (Puma concolor), el lince (Lynx rufus), el tigrillo (Leopardus wiedii) y el yaguarundí (Herpailurus yaguaroundi).
“Toda la investigación con felinos en vida silvestre está detenida para evitar que se pueda contagiar a estos animales”
HORACIO BáRCENAS
Biólogo mexicano y maestro en ciencias
De los seis, tres están considerados en peligro de extinción por la norma mexicana: el jaguar, el ocelote y el tigrillo. El yaguarundí se considera una especie amenazada; este último es uno de los felinos de los que menos información se tiene.
Hace 40 años, de acuerdo con los registros históricos, al yaguarundí se le podía encontrar desde el sur de Estados Unidos hasta Suramérica. Ahora lo más al norte que se ha documentado su presencia es en los estados mexicanos de Tamaulipas y en Sonora.
El biólogo mexicano y maestro en ciencias Horacio Bárcenas se ha especializado en fototrampeo. Y con los animales que más ha realizado este trabajo es con los felinos. Esta labor le permite afirmar que, en el caso de México, es posible encontrar yaguarundís a lo largo de la vertiente del Pacífico y en los estados que tienen costa en el golfo de
México. Tamaulipas, Oaxaca, Sinaloa y Yucatán son las entidades de donde se tiene el mayor número de registros de la especie.
Información de la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad (Conabio) señala que el estado de las poblaciones de yaguarundí en México es desconocido.
Lo que sí se sabe es que una de las principales amenazas para el yaguarundí, así como para todas las especies de felinos, es que en sus hábitats hay “un acelerado cambio de uso de suelo para dar paso a la ganadería y la agricultura”.
Los registros de cámaras trampas que se han realizado, explica Bárcenas, muestran que a diferencia de otros felinos, el yaguarundí es más diurno: “Sus picos de actividades son cuando amanece o antes de anochecer”.
El biólogo comenta que es necesario realizar más estudios sobre esta especie. El problema es que ahora la pandemia pone ante los científicos un nuevo reto para trabajar con los felinos, sobre todo después de que, en marzo, se registró el primer caso de un tigre contagiado con COVID-19 en Nueva York.
“Toda la investigación con felinos en vida silvestre está detenida, para evitar que se pueda contagiar a estos animales”, señala Bárcenas, quien es miembro de la Alianza Nacional para la Conservación del Jaguar.
A la incertidumbre sobre cuándo podrán retomarse los trabajos con los felinos en vida silvestre se suma otro factor: el impacto de la crisis económica, que acompaña a la pandemia, en los ecosistemas y las especies.
El biólogo Bárcenas señala que estos impactos ya se han visto en el pasado. Y recuerda lo que sucedió en la selva de los Chimalapas, en Oaxaca, hace aproximadamente cuatro años, cuando comunidades de la zona, que realizaban protestas sociales, cerraron carreteras y bloquearon las entradas a los pueblos, lo que generó un desabastecimiento en la región.
“En la selva de los Chimalapas –explica Bárcenas– realizamos monitoreo sistemático desde hace algunos años. Y hemos visto que, cuando hay problemas sociales, la gente entra más al monte y hay un menor registro de vida silvestre”.
Los delitos ambientales –advierte el investigador– como la tala ilegal, la cacería de especies en extinción y el tráfico ilegal de vida silvestre podrían aumentar.