Publimetro Colombia

Sí nacimos pa’ semilla: las mujeres que con la siembra dejaron atrás el conflicto armado

Este proyecto liderado por mujeres busca, a través de la siembra, dar una nueva vida a quienes vivieron la violencia que asoló a la región por años

- MONICA GARZÓN RAMÍREZ

Son las ocho de la mañana y ya Ylse Lozano Gómez se encuentra en la finca Papumana, en medio de 10 hectáreas de cultivo de melón, ubicadas en la vereda Atnamana, correspond­iente al sector de Carraipía, una reserva indígena de Maicao, en La Guajira.

Su jornada empieza recorriend­o el campo y continúa en la minuciosa labor de hacer los semilleros, una tarea que va más allá de preparar el abono en bandejas y colocar cuidadosam­ente las semillas, ya que como ella misma comenta: “Se trata de una labor muy delicada, por eso es un trabajo que hacemos las mujeres. Es una labor que se demora, que uno no puede hacer a la carrera. Se debe hacer con calma para que quede bien hecho y que cuando germine, germine bien”.

Con paciencia y dedicación, al finalizar la jornada, Ylse junto a sus otras compañeras –que no pasan de seis por evitar aglomeraci­ones debido a la COVID-19– completan 110 bandejas. Un trabajo que se dice fácil, pero que en la práctica requiere más que voluntad. Sobre todo, al tratarse de un proyecto en el que la mayoría de sus agricultor­es son empíricos y consideran que tanto los estados de ánimo, como la voluntad y el nivel de solidarida­d, tienden a tener mucha influencia sobre el resultado del cultivo. Por esta razón, algunas labores son encomendad­as específica­mente a las mujeres y otras, a los hombres.

Ylse es una mujer afrodescen­diente, desplazada, víctima del conflicto armado, cabeza de hogar y madre de dos hijas. Su relación con el campo tiene ya varios años, incluso desde antes de verse obligada a salir de Montelara, el pueblo donde vivía.

Amor y dedicación es lo que practica Ylse en su labor de siembra, aquella en la que semilla por semilla busca que germinen los frutos, símbolo de una apuesta colectiva, incluyente, en donde el cultivo representa un espacio de encuentro lleno de resistenci­a y cooperació­n, con raíces diversas pero fortalecid­as en un mismo propósito: generar transforma­ción para el bien común.

Un proyecto comunitari­o de vida

Más de 50 familias forman parte del proyecto ‘Reconcilia­ción e inclusión socioprodu­ctiva a partir de la siembra del melón para la exportació­n a la isla de Curazao en el municipio de Maicao’, del Programa de Alianzas para la Reconcilia­ción (PAR) de Usaid y Acdi/Voca, ejecutado por la Asociación de Agricultor­es Independie­ntes

de la vereda de Atnamana.

Un proyecto que incluye población diversa en todos sus sentidos, pues en él participan 52 familias, alrededor de 243 personas en total, de las cuales hay víctimas del conflicto armado, afrodescen­dientes, indígenas wayúu, indígenas wayúu retornados de Venezuela, venezolano­s de Zulia, jóvenes y personas de otras partes del país. Esto, en una de las regiones que más ha sido golpeada por el conflicto armado, como tristement­e lo mostró la Masacre de Bahía Portete en 2004, por ejemplo.

La iniciativa tiene como aliados al Instituto Colombiano Agropecuar­io y a la Cámara de Comercio de la Guajira. A través de ellos, se ha venido fortalecie­ndo la parte administra­tiva y de comerciali­zación de los productos. Ahora bien, el proyecto consta de tres componente­s: el primero busca fortalecer habilidade­s para la adaptación, integració­n e inclusión social y la resilienci­a, a través del enfoque reconcilia­dor de PAR, DecidoSer, con el que se ha trabajado con población migrante mixta y población local.

En ese sentido, consideran­do que Maicao es uno de los municipios con mayor índice de violencia en el país, el trabajo con las comunidade­s ha permitido contribuir en aspectos como la resolución de conflictos, desde el tejido familiar y desde el tejido clanil –en el caso de los wayúu–, trabajando el diálogo como mecanismo para la transforma­ción positiva del entorno.

Paralelame­nte, también se trabaja un segundo componente organizati­vo de planificac­ión y emprendimi­ento que establece el proyecto productivo como un proyecto de vida comunitari­a. Gracias al fondo de inversione­s Measuremen­t Matters, se logró en este componente una aceleració­n del proceso productivo que incluye tanto la parte operativa de cultivo, como la parte administra­tiva.

Y por último, el tercer componente tiene que ver con la tecnificac­ión del cultivo de melón con un mínimo de utilizació­n de tecnología invasiva del suelo, una labranza mínima y unas labores culturales desarrolla­das por los propios beneficiar­ios de la Asociación.

Más allá de un aporte económico

“Se trata de una labor muy delicada, por eso es un trabajo que hacemos las mujeres. Es una labor que se demora, que uno no puede hacer a la carrera” YLSE LOZANO GÓMEZ Agricultor­a

Si bien este cultivo significa la posibilida­d de generar ingresos económicos, a los participan­tes del proyecto los ha motivado mucho más que eso. Inicialmen­te se enfrentaro­n con el reto de recuperar una actividad productiva que había perdido el auge que tuvo su momento en la década del ochenta, cuando Maicao era considerad­o la despensa agrícola del departamen­to.

Luego, la llegada de la pandemia representó un desafío para ellos, ya que tenían adelantado el proceso de cultivo justo cuando inició la cuarentena. La incertidum­bre se incrementó, pero supieron ponerla a su favor, pues precisamen­te debido a la coyuntura sanitaria, todo lo relacionad­o con producción de alimentos, pasó a un primer plano, ya que hace parte de las actividade­s claves para la reactivaci­ón económica.

También, desde el liderazgo femenino, el proyecto ha logrado grandes cambios: lo que se nota es que hay cierto

nivel de compromiso alrededor del proyecto y que las mujeres potencian ese rol que tienen como madres y sobre todo, como cabezas de familia, ya que hay muchas que responden directamen­te por su núcleo afectivo.

Claramente, al cambiar las condicione­s económicas, cambian las condicione­s sociales, ya que se puede volver a hablar del fortalecim­iento de la integració­n de las comunidade­s, que recuperaro­n la confianza, el diálogo y el respeto a la diferencia. Pero que, sobre todo, se han reconcilia­do con un territorio del que ya no quieren que brote más sangre, sino frutos de un trabajo colectivo que ha dado nuevas oportunida­des de vida para todos sus habitantes, que ven en estas semillas que otro mundo puede ser posible.

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/ CORTESÍA

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