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La virtud del pase

- por Nicolás Samper C. @udsnoexist­en *Las opiniones expresadas por el columnista no representa­n necesariam­ente las de PUBLIMETRO Colombia S.A.S.

Es un asunto de magos. Porque resulta imposible entender que hay una cantidad de cosas que van incluidas en un pase excepciona­l: hay que saber medir la distancia con el tiempo y la fuerza con la que se envía la pelota para que ese delivery llegue a los pies del delantero porque la idea es que la pelota aparezca en el pie del 9 en el momento justo, como a la hora de obturar una cámara fotográfic­a para inmortaliz­ar un instante. Debe ser en el instante ideal; ni un segundo antes, ni un segundo después.

Inter y Fiorentina encantaron con un tremendo partidazo, pero la jugada del partido sin duda fue propiedad del francés Franck Ribéry. Todo comienza con un ataque de inter por el sector izquierdo, de la mano de Aleksandar Kolarov. El serbio envía un centro rastrero que es capturado por el uruguayo Martín Cáceres y es ahí donde arranca la que debió ser la mejor habilitaci­ón de esta temporada en la Serie A.

El defensa uruguayo aprovecha que el Inter está volcado a la ofensiva y le da un pase con precisión a Franck Ribéry, que comienza a meter carrera por el sector izquierdo de la banda ofensiva ocupada por Fiorentina. Toma la pelota, la domina con derecha y empieza a armar el contragolp­e y mientras está conduciend­o el balón y pensando que debe mirar cómo desairar a D’Ambrosio –el hombre adversario que quiere evitar el contraataq­ue– también alcanza a relojear rápidament­e con el rabillo del ojo cuál de sus compañeros se ha lanzado en pique para aprovechar los inmensos boquetes defensivos del Inter. Y percibe que hay una saeta con camiseta blanca con vivos violetas que va corriendo por el centro. Ahora

todo depende de la magia de Ribéry.

Entonces ya pasa la línea central y con dos propósitos tira una gambeta hacia adentro: para descontar a D’Ambrosio y para hacer una pequeña diagonal que lo deje con mejor panorama. El 33 del Inter cae ante el engaño, pero no perdamos de vista que hasta ahora Ribéry acaba de atravesar la línea que divide el campo, es decir, falta mucho para que algo extraño pase, más allá de que la defensa del Inter trata de galopar histéricam­ente a su posición como si estuvieran persiguien­do a Benny Hill en el final de un capítulo.

Ahí ocurre eso del instante justo: casi al trote, luego de desactivar la marca de su rival, Ribery avanza unos tres metros más, pero hacia el centro del campo, buscando encontrar el perfil adecuado. Chiesa, su compañero en ofensiva, mucho más joven y veloz que él ha sido el encargado de poner la Stamina en esta relación. El tano corre por el centro y allí Ribéry lo ve. De derecha mete el que en serio debe ser el mejor pase ocurrido en los últimos años en la Serie A: el balón va a la velocidad adecuada, a ras de piso y partió desde su remitente a recorrer una distancia cercana a los 40 metros. La pelota pasa en cortada, de manera diagonal entre los intentos de Perišić y Kolarov por evitar lo inevitable y le queda justo en el pie a Chiesa para que, de derecha, derrote a Handanovič.

Inter ganó 4-3, pero esta fue la gran jugada del partido. ¿Que no sirvió para ganar? Como si eso fuera lo más importante del fútbol. A mí me sirvió para seguir enamorado de aquellos que tienen esa delicadeza para hacer pases geniales y me sirvió, por supuesto, para escribir esta columna.

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