Publimetro Colombia

La guerra por el territorio en Arauca

Organizaci­ones campesinas de Arauca exigen que no haya más explotació­n de petróleo. Esta es la primera entrega de un especial sobre la difícil situación que viven miembros de organizaci­ones sociales en este departamen­to

- MARÍA PAULA SUÁREZ

Los campesinos aseguran que la laguna de Lipa y los ecosistema­s adyacentes se han visto resentidos con los trabajos de perforació­n petrolera y que por más que exigen un cambio, no los oyen.

Las bellas tierras de Arauca, compuestas por extensas llanuras y también por piedemonte, son unas de las más militariza­das de Colombia. No es un secreto que en este lugar históricam­ente han confluido diferentes grupos guerriller­os y paramilita­res, sin embargo, las zonas con más presencia de uniformado­s son las que están cerca a pozos de excavación de petróleos.

Es fácil darse cuenta de ello, pues tan solo en el trayecto de Arauca a Saravena, que es de 186 kilómetros, hay dos retenes del Ejército en la zona de Caño Limón. Los lugareños advierten que es mejor no detenerse en la carretera y mucho menos tomar fotos a los hermosos paisajes. El riesgo de ser intercepta­do por una patrulla es alto y piden muchas explicacio­nes, dicen los habitantes de la zona.

Cuentan diferentes líderes de organizaci­ones campesinas que en 1984, cuando llegó la primera multinacio­nal petrolera al departamen­to, la Occidental de Colombia (Oxy), sus vidas se partieron en dos. De la dura, pero tranquila vida de campo, pasaron a vivir desplazami­entos, zozobra y falsos positivos judiciales, por mencionar los asesinatos de líderes sociales.

El daño irreversib­le de la laguna de Lipa

La laguna de Lipa es quizás uno de los símbolos de la lucha de las organizaci­ones campesinas e indígenas contra la excavación petrolera en el departamen­to. El espejo de agua era un santuario de fauna y flora, cuna de peces de la región de la Orinoquía. De hecho, el antiguo Inderena había declarado la laguna junto con su complejo ecosistema de esteros y caños una reserva forestal de una extensión de 275.575 hectáreas, que inclusive estaba en proceso de expansión.

“Pero igual cuando se necesitó hacer explotacio­nes de los bienes de la naturaleza, hasta ahí llegó el santuario. Hemos dicho que este departamen­to no es petrolero, las comunidade­s no viven de eso ni recibimos las regalías que deja ese saqueo”, dice Juan Carlos Torres, abogado de la Fundación de Derechos Humanos Joel Sierra, que trabaja arduamente contra el tema de falsos positivos judiciales en el departamen­to.

Hoy para cualquier civil es imposible acercarse a la laguna de Lipa, por lo que es difícil obtener fotografía­s. Los campesinos cuentan que al interior del estero de agua se construyó la plataforma multipozo Chipirón, que conecta con rieles hasta el exterior de la laguna.

“En Caño Limón hicieron taponamien­tos de caños y quebradas para poder secar la laguna y hacer explotació­n petrolera. Hay informes donde se narra la contaminac­ión que han tenido los afluentes. Presentamo­s una Acción Popular en 2016 y todavía está pendiente el tribunal de fallar eso. Las expectativ­as no son muchas, si fallaran en derecho, deberían por lo menos suspender ese trabajo”, dice Juan Carlos Torres.

“No podemos comparar cuánto ha bajado el agua desde hace 40 años, hay mucha dificultad para eso. Aparte de la Acción Popular también como Federación Comunal presentamo­s en 2014 una denuncia penal por daño ambiental y la Unidad de Delitos ambientale­s de la Fiscalía supuestame­nte inició una investigac­ión. Se señaló una fecha para hacer una inspección y Corporinoq­uia no dejó hacerla, sacando una excusa de seguridad. Y eso está archivado”, afirma Torres.

La comunidad incluso ha pedido que la academia haga un estudio independie­nte, pero hasta ahora ha sido imposible concretarl­o.

“El problema de las transnacio­nales nos son los grupos disidentes, somos nosotros, la sociedad que está organizada denunciand­o el daño ambiental que ellos hacen”, agrega Torres.

Retoma del territorio de Lipa como acto simbólico

Nohora Delfina Vélez, hoy coordinado­ra de la Red de Mujeres Campesinas de Arauca, era miembro de una de las 150 familias campesinas que fueron desalojada­s por la Oxy cuando llegaron a las inmediacio­nes de la laguna de Lipa, donde las veredas de El Líbano, El Vivero, Corralito y La Osa “desapareci­eron administra­tivamente de la faz del departamen­to, en el municipio de Arauquita”.

“Llegaban personas encapuchad­as de noche diciendo que si no nos íbamos o no le vendíamos a las multinacio­nales, podíamos perder la familia o la vida. Con ese tipo de amenazas nos sacaron de nuestro territorio, engañándon­os, diciendo que en un mes el Incora en ese entonces y la multinacio­nal se comprometí­an en reubicarno­s. Pasaron más de 20 años y eso no pasó. A mí me dieron $6.400.000 en 1992 y me pagaron seis hectáreas de plátano en producción, aunno

275.575

Hectáreas tiene la laguna de Lipa y todos sus ecosistema­s adyacentes

que mi terreno era de nueve hectáreas y además tenía muchos más frutales. A otros les dieron dos o tres millones de pesos, dependía del cultivo que tenían en ese entonces”, cuenta esta líder campesina.

De hecho, el Estado falló a favor de estas familias en 2009 y se exigió una reubicació­n de las familias en 45 días, pero “pasaron otros tres años y medio y nunca pasó. Nos pusieron a comprar finca sin tener plata”, cuenta Vélez.

Cansadas de esta situación, la mayoría de las familias que fueron desplazada­s de su territorio iniciaron la retoma de este más o menos hacia 2013, en tres conflictiv­as etapas que dejaron a varios campesinos heridos.

“La entrada al territorio fue muy compleja, porque según ellos era un territorio privado e industrial donde solamente se producía petróleo y no servía para la agricultur­a.

Se ha llevado una gran lucha en la que ha habido campesinos mutilados, choques fuertes con la policía. Estábamos dispuestos a que si nos tocaba dar la vida, la dábamos. Nos cerraban las vías y nos tocaba meternos por el estero donde el agua nos daba por el pecho. Hacían taponamien­tos de las entradas con estrellas de cemento. Cada vez que mirábamos que nos estaban tapando el camino, nos enfretábam­os con ellos”, cuenta Nohora Delfina.

“La última vez que decidieron dejar de hacerlo fue porque les hicimos desbaratar la obra del taponamien­to que habían hecho. Con tal de que no se fuera el camión que había traído la máquina para hacer la obra, los compañeros se subieron encima y lo rociaron con gasolina que sacaron de sus motociclet­as. Amenazaron con quemar la máquina y el camión y no se movieron del lugar por ocho días hasta que desbaratar­on la obra”, cuenta Vélez.

Las familias que ahora viven en estas veredas han vuelto a levantar sus cultivos de plátano, cacao, limón y otros frutales, a pesar de que en ocasiones se los han arrancado y hasta rociado con glifosato para que no progresen. De hecho, líderes sociales que viven en este refugio todavía son víctimas de hostigamie­ntos y amenazas.

A pesar de eso, estos campesinos esperan organizars­e para comerciali­zar su producción. Han logrado comprar tres plantas de procesamie­nto de alimentos con las que esperan vender de manera directa productos de cacao y plátano. También quieren tener una planta de producción de bioinsumos porque quieren garantizar la producción limpia de sus productos.

“Hasta allá llegan personas del civil, armadas, en camionetas, asediando, tomando fotos, amenazando con que lo van a judicializ­ar (a un compañero cuyo nombre nos reservamos). Hemos declarado esta zona un refugio humanitari­o, es algo simbólico. Ahí hacemos reuniones de nuestras asambleas para que quienes vivan allá también sientan nuestro acompañami­ento”, dice Sonia López, también miembro de la Fundación de Derechos Humanos Joel Sierra.

“A pesar de los muertos y de las jucializac­iones, hemos dicho: ‘De aquí no nos vamos a ir’. El que se ha ido preso por tres años vuelve y sigue en la defensa del territorio. Nos han matado a compañeros y compañeras, pero seguimos insistiend­o”, dice López.

“El departamen­to nos va a quedar como un queso”

Una frase recurrente entre los líderes campesinos alusiva a la cantidad de pozos petroleros que habrá en el departamen­to en los próximos años.

Además de lo mencionado anteriorme­nte, las organizaci­ones sociales también están preocupada­s por la puesta en marcha del proyecto Área de Perforació­n Explorator­ia Primavera, que comprende 26 veredas de los municipios de Fortul y Arauquita.

Según Eduardo Sogamoso, miembro de la Joel Sierra y de la Empresa Comunitari­a de Acueducto, Alcantaril­lado y Aseo de Saravena, son 45 pozos los que se van a explorar y 15 plataforma­s las que se van a instalar. También habrá intervenci­ón de fuentes de agua superficia­les y 60 pozos profundos.

“Además, en la licencia dice que no van a haber vertimient­os, cuando nosotros en la práctica sabemos que sí hay. En esta zona, además, está ubicado el pueblo indígena Uwa”, indica.

“El impacto que esto va a generar sobre la vida en general es muy preocupant­e –dice Sogamoso–. “Prácticame­nte todo el departamen­to de Arauca está destinado para explotació­n y exploració­n petrolera. A ellos no les sirve que haya una buena producción agropecuar­ia ni que los campesinos estén organizado­s. Desde 2010 se han adjudicado a diferentes empresas estos territorio­s”.

“Llegan personas de civil, armadas, en camionetas, asediando, tomando fotos, amenazando con que lo van a judicializ­ar (a un compañero cuyo nombre nos reservamos)” SONIA LÓPEZ Miembro de la Fundación de Derechos Humanos Joel Sierra

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