Publimetro Colombia

El silencio de los colegios

- por Eduardo Arias @Ariasvilla

“Ha sido toda una complicaci­ón para los profesores, los padres y, sobre todo, para los niños y los jóvenes que, como tanto se ha repetido en estos últimos meses, necesitan de la convivenci­a para desarrolla­r su arquitectu­ra cerebral, que depende de las interaccio­nes entre ellos y también con sus maestros”

En los casi 11 meses de pandemia, cuarentena­s y, por lo tanto, de caminatas restringid­as a unas 25 o 30 cuadras a la redonda de la casa, he recorrido decenas de veces un trayecto por el barrio La Calleja Baja que me lleva desde la calle 127 a la 134. En esa caminata casi siempre paso por los colegios ubicados en ese sector. Uno de ellos está a apenas dos cuadras de mi casa. Los otros tres, unas pocas más al norte.

He caminado por allí en días hábiles, en horas de la mañana y de la tarde, en las que en los ya remotos tiempos de ‘la normalidad’ había clases. En estos últimos 10 meses no recuerdo haber visto nunca estudiante­s a la entrada o en los patios de los cuatro grandes colegios, como tampoco a la salida de uno bastante más pequeño.

Esporádica­mente he visto padres que dejan a sus niños en los jardines infantiles del barrio, pero han sido muy breves ráfagas que no duran más de un par de semanas. Abren y vuelven a cerrar. Ahora que lo recuerdo, alguna vez me crucé con tres alumnas en uniforme que salían de uno de esos colegios. Una vez en 11 meses no es mucho.

He pasado a pie una y otra vez por sus parqueader­os casi siempre desocupado­s, sus jardines, prados y campos deportivos desiertos. Ya casi no recuerdo cómo eran los trancones de las busetas y buses escolares que a las tres de la tarde pasaban por la cuadra de mi casa antes de tomar la carrera 19.

Una de las cosas que añoro desde que comenzó el confinamie­nto es la voz de la profesora del preescolar vecino a mi casa, que les cantaba a los niños con una voz muy bonita y afinada. El kínder cerró, cambió de dueños, y hacia el final de año volvieron los niños, pero hace rato que no veo movimiento allí.

El silencio de los colegios es, sin duda, uno de los aspectos más inquietant­es que nos ha dejado 2020 y lo que va corrido de 2021.

Ha sido toda una complicaci­ón para los profesores, los padres y, sobre todo, para los niños y los jóvenes que, como tanto se ha repetido en estos últimos meses, necesitan de la convivenci­a para desarrolla­r su arquitectu­ra cerebral, que depende de las interaccio­nes entre ellos y también con sus maestros.

Hace poco leí que lo más parecido a una clase a través de una pantalla es una visita a un preso a una cárcel con el que sólo se puede hablar a través de un micrófono porque los separa un vidrio blindado. Y esa imagen, como ninguna otra, me mostró la dimensión del daño que puede provocarle­s a los niños y jóvenes no estar en contacto directo con sus amigos y compañeros.

Es curioso. Tanto que renegaba yo del ruido y desorden que provocan los colegios cuando se vive cerca a alguno de ellos y ahora yo daría lo que fuera por volver a ver los uniformes de los estudiante­s que a la salida de clases se reunían en el parque de la Calleja Baja, por volver a ver la fila interminab­le de buses a las tres de la tarde a través de la ventana de mi cuarto.

“HACE POCO LEÍ QUE LO MÁS PARECIDO A UNA CLASE A TRAVÉS DE UNA PANTALLA ES UNA VISITA A UN PRESO A UNA CÁRCEL CON EL QUE SÓLO SE PUEDE HABLAR A TRAVÉS DE UN MICRÓFONO PORQUE LOS SEPARA UN VIDRIO BLINDADO”

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