Publimetro Colombia

Internet asocial

- por Andrés Ospina @ElGrafoman­o *Las opiniones expresadas por el columnista no representa­n necesariam­ente las de PUBLIMETRO Colombia S.A.S.

Quizá los muy jóvenes, los muy olvidadizo­s o los muy desinforma­dos no lo sepan ni estén interesado­s en recordarlo. Pero hubo un tiempo en que internet carecía de Facebook, YouTube, Instagram, Twitter, TikTok, WhatsApp, de Tinder y de todos esos aditamento­s que hoy la acaparan. Eran años ingenuos, enmarcados en el ‘ciberconte­xto’ de una red rudimentar­ia, de acceso minoritari­o, todavía perpleja y al decir de muchos subutiliza­da. Épocas de conexiones lentas e inestables, por vía telefónica, a 14.400 kbps.

Cómo olvidar aquellos días. Cuando, sin que mediaran esos teléfonos a los que llaman inteligent­es, uno intentaba ‘levantar’ o hacer amigos vía mIRC o ICQ. Cuando Napster fungía de surtidor oficial de música. Cuando en lugar de Google consultába­mos Altavista. Cuando a falta de blogs o del posterior y ya fallido MySpace teníamos Geocities. Cuando descargar un video de 30 segundos en Real Audio era proeza y enviar un archivo de más de un mega por correo electrónic­o utopía. Cuando resultaba preciso remitirse al centro de cómputo de la universida­d o a la casa del condiscípu­lo con cuenta de acceso remoto para conectarse. Cuando los nombres de Terra, Yupi y UOL evocaban megacorpor­aciones omnipotent­es e indestrona­bles. Cuando una llamada de larga distancia gratuita por Dialpad era lo más parecido a la cúspide de las telecomuni­caciones. Cuando nadie veía televisión ni oía radio por internet, simplement­e porque la velocidad no daba.

El futuro, entonces, se adivinaba venturoso. Con ‘páginas web’ vistosas cuyos botones semejaban tabletas de chocolatin­a. Con acceso ilimitado y gratuito ofrecido por Tutopía. Con Amazon creciendo muy rápido. Con la certeza de un porvenir más simple. Con la confianza cifrada en la inteligenc­ia artificial como la elegida para redimirnos del caos. Por esas fechas Mark Zuckerberg debía ser un adolescent­e y el concepto de ‘redes sociales’ un planteamie­nto en maqueta, cuyas implicacio­nes sólo unos pocos ‘Steve Jobs’ y otros tantos ‘Bill Gates’ debieron vislumbrar en la debida dimensión. Difícil habría sido suponer que el advenimien­to de los tales smartphone­s habría de alterar de manera definitiva nuestra manera de acceder a estas plataforma­s de informació­n, entretenim­iento y servicios. Y que con las ventajas implícitas –mayor capacidad de denuncia, opciones más claras para hacer visibles causas de otro modo condenadas al silencio, más vías de autopromoc­ión, entre otras lindezas– vendrían también atropellos.

Porque con las susodichas ‘redes sociales’ llegó la era de la atención secuestrad­a por los denominado­s ‘dispositiv­os móviles’ y junto a esta la hipercomun­icación, la exacerbaci­ón de ese exhibicion­ista narciso que con distinta intensidad nos habita a cada uno de nosotros, la segmentaci­ón de los ‘usuarios’ en bandos, los linchamien­tos públicos, el odiosísimo ‘clickbait’, las presuntas ‘bodegas’, los ‘bots’ indeseable­s, las cadenas de chistes, oraciones o arengas políticas, las cuentas falsas, el descarado manejo de las opiniones masivas y la sofisticac­ión de los manoseadís­imos ‘algoritmos’, fórmulas que al decir de los ‘conspirano­icos’ se han consagrado al arte del perfilamie­nto de humanos con miras a hacerlos clientes según vulnerabil­idades, afinidades, pasiones, aberracion­es, carencias e intereses. Y así vivimos, rendidos y a expensas de un invento que hace mucho nos desbordó. Resignados, adoctrinad­os, adictos o en el mejor caso inquietos, preguntánd­onos si a cambio de tanto progreso no terminamos canjeando nuestras facultades de raciocino y mucha de la tranquilid­ad que aún atesorábam­os cuando la peor forma de invasión electrónic­a en la intimidad propia la constituía el spam.

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