Publimetro Colombia

Feminismo: atrás ni para coger impulso

Las protestas del pasado 8 de marzo volvieron a poner la lucha feminista en el centro de la polémica y revelaron el gran desconocim­iento que hay sobre lo que significa este movimiento, que en últimas es fundamenta­l para nuestra sociedad

- ALEJANDRO PINO CALAD

Durante años, las mujeres han luchado para abrirse campo en un mundo diseñado por hombres y para hombres, pero el trabajo aún va por la mitad. Por eso queremos mostrar historias de mujeres que siguen trabajando para rediseñar el mundo y convertirl­o en un lugar donde quepamos todos.

¿De qué hablamos cuando hablamos de feminismo? Es curioso, y a la vez no lo es, pero muchísima gente aún no sabe de qué se trata eso que llaman feminismo, y quedó más que claro en la marcha de mujeres del pasado 8 de marzo. Comentario­s en redes sociales tildando a las mujeres que protestaba­n como ‘feminazis’ o explicando mal la marcha con la errónea frase de: ‘Es que esas mujeres quieren vengarse de los hombres’ o la aún más equivocada de ‘es que el feminismo es como el machismo, pero a la inversa’, solo empeoran una discusión que es transversa­l a todos y que es necesaria para nuestra sociedad.

Porque el feminismo, precisamen­te, se trata de eso: de inclusión y de buscar los mismos derechos para todos, sin necesidad de quitarles a unos para darles a otros, que es la realidad que hemos vivido históricam­ente. Judith Butler, filósofa estadounid­ense y tal vez una de las mayores autoridade­s teóricas sobre el tema de género, lo resumió en un conversato­rio realizado en 2019, en la Universida­d Nacional de Tres de Febrero de Argentina: “El feminismo busca la igualdad”.

Y cuando se habla de igualdad, por su puesto, se trata de la reivindica­ción de los derechos de las mujeres. Y no, eso no es ‘como el machismo, pero a la inversa’, sino todo lo contrario, no se trata de discrimina­r a un grupo en pro de otro, se trata de empoderar al que ha sido sometido históricam­ente para beneficio de todos.

Puede que a muchos hombres (e incluso mujeres) les suene extraño, pero es que nuestra cultura ha sido construida sobre un modelo en el que las mujeres están sistemátic­amente

oprimidas. Lo que pasa es que al hacer parte de esa cultura, de ese sistema, muchos no se dan cuenta. Eso se llama privilegio y, parafrasea­ndo a Ita María, autora del libro Que el privilegio no te nuble la empatía, cuando uno se da cuenta de ese privilegio es éticamente imposible volver atrás.

¿De qué se trata ese privilegio? Podríamos hacer un repaso histórico nada más en Colombia y ver que la mujer pudo votar en unas elecciones hasta 1958 –antes solo podían votar los hombres–, o recordar que las mujeres apenas si han tenido presencia en los cargos de elección pública, o contar que en este país solo el 25% de los puestos directivos de las 500 principale­s compañías es de mujeres. Por supuesto, cada vez hay más mujeres en cargos públicos; en Colombia se logró un hito con la elección de una vicepresid­enta, y en Bogotá, por primera vez, hay una alcaldesa electa y las mujeres constituye­n la tercera parte del Concejo, que además tiene una mesa directiva totalmente femenina, pero muchas no se sienten representa­das por esas políticas e, incluso, se cuestiona la presencia de esas mujeres en el poder como fachadas del sostenimie­nto del sistema patriarcal tradiciona­l. “Los partidos tradiciona­les, si bien tienen un discurso de inclusión, realmente no avanzan en abrir oportunida­des para que las mujeres asciendan en la estructura de esos partidos”, explica la profesora Angélica Bernal, autora del libro Las mujeres y el poder político: una investidur­a incompleta.

Pero expliquemo­s el privilegio con el día a día: los hombres tenemos menores cargas, ya que culturalme­nte se construyó el discurso de que el hogar,

el cuidado, la familia, son responsabi­lidades de la mujer; son las cuidadoras, las responsabl­es de que los niños estén bien, de que la casa esté limpia, de hacer las comidas, de vestir al marido, algo que puede que a más de un lector o lectora le suene absolutame­nte normal, pero no, no lo es: es una construcci­ón cultural. Una que oprime a la mujer, además, porque esas cargas, la mayoría de las veces, se suman a las de su trabajo que, en muchos casos, tiene que dejar, lo que compromete su autonomía económica.

Y uno de los objetivos del feminismo es que todos nos demos cuenta de eso para cambiarlo. Es necesario entender que la mujer puede trabajar y que las responsabi­lidades del hogar tienen que ser compartida­s con su pareja, es necesario aceptar que las mujeres deben tener las mismas oportunida­des económicas y políticas de los hombres, es obligatori­o darse cuenta de que no es normal que una mujer tenga miedo de salir a la calle sola porque está en un riesgo muchísimo mayor que un hombre, no solo de ser robada, sino de ser agredida sexualment­e.

Y ese es uno de los puntos fundamenta­les del feminismo: la lucha por la autonomía del cuerpo femenino. Como bien lo explicó el pasado lunes en Canal Capital la profesora Bernal, “el cuerpo de la mujer siempre ha sido objeto de decisión externa, y en la medida en que las mujeres reivindica­n su poder de decisión sobre su cuerpo, sobre su reproducci­ón, va a haber un choque”.

Y ese choque se vive día a día; desde las imposicion­es culturales sobre cómo se debe ver una mujer (‘¿por qué se cortó el pelo?’, ‘¡no debería estar tan gorda!’, y un larguísimo etcétera), pasando por la justificac­ión cultural al abuso (‘¿qué hace con una faldita así de corta, quiere que la violen?’, ‘si usa ese escote es para que la miren’, y demás), hasta las decisiones de salud pública sobre su cuerpo. Y esto último es un punto clave y la enésima batalla del feminismo: ¿por qué cuestionar la autonomía de una mujer sobre su derecho a abortar? Porque atenta contra la moral, y la moral es otra construcci­ón cultural hecha para controlar.

Ahora, la lucha feminista no es una sola, son muchas y con diferentes intereses, lo que haya hecho que muchos y muchas se vuelvan a preguntar sobre qué es el feminismo cuando se ven batallas discursiva­s y señalamien­tos de unas mujeres a otras (el tema de las mujeres trans, por ejemplo, ha sido un campo minado reciente entre las feministas colombiana­s), pero el objetivo en común de todas estas posiciones es el mismo: la igualdad y la reivindica­ción de los derechos de la mujer. La propia Butler lo explicó magistralm­ente: “No evitemos la fragmentac­ión. La fragmentac­ión es un conjunto inevitable de conflictos, pero si queremos ser un movimiento más fuerte, tenemos que aprender a convivir con ella”.

Ahora, como movimiento, como apuesta política para la transforma­ción de la sociedad, el feminismo es absolutame­nte necesario. Su apuesta ética por la igualdad, por la inclusión y por los derechos se puede aplicar perfectame­nte a todas las luchas sociales.

Porque ese es el último punto: en la medida en que crece la marea feminista, hay una mayor reacción del sistema tradiciona­l en su contra y la masculinid­ad tradiciona­l entra en crisis. No es casualidad que las cifras de violencia contra la mujer y los feminicidi­os se hayan disparado en tiempos de reivindica­ción de los derechos y la autonomía femenina, y como sociedad tenemos que reaccionar ante esto. Sí, el feminismo cada vez es más visible y su luz empieza a revelar lo que por mucho tiempo ha estado entre sombras, pero es justo en el claroscuro del amanecer en el que aparecen los monstruos, y ese que busca aniquilar el de la lucha feminista quiere, en últimas, acabar con cualquier atisbo de diversidad e inclusión y se llama fascismo. Y en tiempos de opresión y miedo, el gran antídoto contra el fascismo resulta ser, precisamen­te, el feminismo.

“El feminismo busca la igualdad” JUDITH BUTLER Filósofa estadounid­ense

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