Empoderamiento y hermandad: la labor comunitaria de las trabajadoras sexuales luego de un año de pandemia
Varias organizaciones comunitarias han creado, a través de la creatividad y la solidaridad, redes de apoyo para uno de los grupos más vulnerados y estigmatizados del Barrio Santa Fe
Uno de los sectores más vulnerables, estigmatizados y violentados por la pandemia ha sido el de las trabajadoras sexuales, que sin apoyos, han tenido que valerse por sí mismas, apoyarse entre ellas y de paso, y alzar su voz ante la estigmatización. Cuando Alejandra Monocua, mujer trans de 39 años y trabajadora sexual, murió el año pasado ante la negligencia de las autoridades, una de estas redes fue la que se encargó de velar por la justicia en su caso: la Red Comunitaria Trans, que con otros colectivos fundados por trabajadoras sexuales y feministas que defienden los derechos de las trabajadoras sexuales, resignifican su posición ante la sociedad e incluso les han permitido expresar su posición política a través de proyectos comerciales y creativos, más en un periodo tan dif ícil.
De esta manera, ante la violencia y abandono social y estatal, la Red creó un Fondo de Emergencia para las trabajadoras sexuales en el barrio Santa Fe, además de una Escuela Comunitaria y hasta un calendario de moda, en el que pudieron expresar su punto de vista ante el mundo, además de colaborar con ollas comunitarias y apoyos para las personas en situación de vulnerabilidad de ese sector. “Si éramos invisibilizadas antes de la pandemia, ahora mucho peor, porque nos ven como personas que no importan, como cuerpos ‘matables’. Hubo muchas personas en estado de vulnerabilidad. A algunas las desalojaron, otras no tenían cómo darles de comer a sus hijos, denunciar se hacía más difícil, pero gracias a la campaña del fondo de emergencia para trabajadoras sexuales y la articulación con otras organizaciones feministas que no juzgan el trabajo sexual, salimos adelante”, expresa Yoko Ruiz, una de las fundadoras de la Red Comunitaria Trans y trabajadora sexual, que lleva ocho años haciendo trabajo comunitario en el barrio y quien impulsó la campaña por Alejandra. “El trabajo sexual para mí es una oportunidad laboral. Hace una década la Corte Suprema lo hizo ver como un trabajo digno y las putas son autónomas en su territorio y cuerpo. Y mientras se acaba la pandemia, debemos acompañar a las personas (incluso a las que tienen otras situaciones de vulnerabilidad) a nivel económico y de justicia, para seguir denunciando estas violencias”, añade.
Uno de los colectivos feministas que es su aliado es Putamente Poderosas, que creó su tienda de moda La tienda del putas, donde se pueden comprar piezas para apoyar a las trabajadoras sexuales en Bogotá y en Medellín. Con mercados, dinero y hasta la participación
“Si éramos invisibilizadas antes de la pandemia, ahora mucho peor, porque nos ven como personas que no importan, como cuerpos ‘matables’” YOKO RUIZ Trabajadora sexual y una de las fundadoras de la Red Comunitaria Trans
de empresas privadas, han querido no solo apoyar, sino resignificar una palabra que sigue siendo tabú en la sociedad colombiana. “Esta violencia agudizada por la pandemia empezaría a reducirse si a una trabajadora sexual le dieran un marco digno de trabajo, pero mientras más escondamos y neguemos el tema, peor para ellas, porque el trabajo sexual hay en todo el mundo y jamás se va a acabar o abolir. Tenemos que aceptarlo, reconocerlo y nombrarlo. Hay todo tipo de personas y no se puede confundir trabajo sexual con trata y con prostitución, son temas diferentes. Los derechos no se debaten: se defienden y debemos ponernos en la voz de ellas. Nosotras ponemos el tema del trabajo sexual sobre la mesa y lo resignificamos y humanizamos, no lo romantizamos. Esto se trata de un intercambio de dinero por placer, con el cuerpo como herramienta. Y ante la problemática agravada por la pandemia, hacemos acciones concretas y simbólicas, porque son las que mueven y ponen a hablar a la ciudad y al país”, explica Melissa Toro, directora de la organización.
Por su parte, otras trabajadoras sexuales han creado colectivos e iniciativas comunitarias para apoyar a sus compañeras. Es el caso de Marciana, que ahora es modelo webcam y que ha hecho varias ollas comunitarias y ha dado apoyos para comunidades vulnerables como los indígenas emberá en Bogotá que tuvieron que alojarse en el Parque Tercer Milenio, entre otros. Esto lo hace a través de su proyecto Fuego de Barrio y conoce muy bien la realidad de este trabajo: ella y su mejor amiga hicieron cerrar varios sitios de trata, por lo que sufrieron varios atentados. Su amiga murió como producto de ello, pero no pudo cegarse ante los problemas de su entorno: “Regresé para apoyar a mis compañeras y descubrí que no solo nosotras teníamos necesidades, sino que la calle tenía muchas dinámicas y factores. Empecé el trabajo comunitario con trabajadores informales y luego con habitantes de calle, disidencias sexuales, porque el barrio aglomera a todas las personas ignoradas e invisibilizadas por mucho tiempo. En estas ollas, que llevan año y medio, vemos un compartir constante y comunitario de la comunidad, donde se in