Ya no estoy aquí: una historia de rebeldía, contracultura y amor por la cumbia colombiana
Ya está disponible en Netflix una de las cintas más premiadas en México durante el último año, donde la cumbia tradicional de nuestro país es protagonista
En las montañas de Monterrey se escucha cumbia colombiana. Nombres como Lisandro Meza, Alfredito Gutiérrez o Aniceto Molina son mencionados con admiración, y alrededor del sonido cumbiero, los Kolombias, una tribu urbana de jóvenes de origen humilde, bailan versiones rebajadas de nuestra cumbia tradicional.
Frente a la pobreza, la escasez de oportunidades y la violencia, los jóvenes conformaron sus propias familias, pandillas unidas alrededor de la admiración por la cumbia colombiana. Estéticamente, estas tribus también han sido identificadas como cholombianos: visten ropa ancha, peinados de patillas largas, copetes y la mitad de la cabeza rapada. Las mujeres suelen llevar pañoletas y cadenas, con dos mechones sobresaliendo de la bandana.
Ya no estoy aquí es la historia de una de estas tribus, los Terkos lokos. Un grupo de amigos liderado por Ulises Sampiero (Juan Daniel García), un kolombias de pocas palabras y temperamento fuerte, a pesar de tener solo 17 años. Sus amigos lo consideran como un hermano mayor, y otras pandillas también lo reconocen como líder. Junto a los Terkos, Ulises vive en una zona de violencia entre pandillas y persecuciones de limpieza social, algo con lo que cientos de barrios populares latinos se pueden identificar.
En un ir y venir temporal, vemos cómo Ulises resulta en Nueva York, a donde llega contra su voluntad, y a medida que la cinta avanza, entendemos el porqué de su enorme descontento en la Gran Manzana. Las tardes de vagar escuchando cumbias rebajadas con los Terkos se terminan para Ulises cuando un malentendido entre pandillas lo obliga a huir del país. Lejos de su hogar es más rebelde que nunca, no entiende el idioma y tampoco le interesa mucho acoplarse. Lo único que lo consuela son sus canciones, que le recuerdan a sus amigos y su hogar, pero pronto se dará cuenta de que su estética y estilo de vida, su misma, están en peligro fuera de casa.
Así, la película crea un contraste entre el espíritu festivo y familiar que se vive en Monterrey a pesar de todas las carencias, en contraste con el hermetismo con que Nueva York recibe a los migrantes. En esta historia se abre paso a la eterna pregunta de si es mejor emigrar sabiendo que al otro lado no habrá nada, o si es mejor quedarse en un lugar donde el peligro es tangible, pero se es feliz en espíritu.
Esta cinta, dirigida por Fernando Frías, fue rodada entre 2017 y 2019 en Monterrey y Nueva York, y ha pasado por
“CREO QUE ESTOS PERSONAJES OFRECEN UNA MIRADA MÁS PROFUNDA A LA NATURALEZA HUMANA, LO QUE NOS LLEVA A PENSAR CÓMO NOS RELACIONAMOS UNOS CON OTROS” FERNANDO FRÍAS Director
decenas de festivales llevándose varios premios en el camino. Ahora llega a Netflix, donde comienza a dar de qué hablar entre una audiencia global. Aunque no quedó nominada al Óscar, la cinta ha sido bien recibida entre la crítica, que ha elogiado la fotografía, la producción y la narrativa misma de esta historia, que aunque no tiene un final hollywoodense, sí logra transmitir un sentir que, a la larga, es el sentir de millones de migrantes latinos.
Respecto a esta película, Frías comenta: “Me motiva contar relatos sobre personajes que quedan fuera de la historia. Son personajes marginalizados que son incomprendidos porque son de afuera o simplemente no logran seguir el ritmo de las cosas que los rodean. Al ser testigo de su lucha, creo que estos personajes ofrecen una mirada más profunda a la naturaleza humana, lo que nos lleva a pensar cómo nos relacionamos unos con otros. También admiro la libertad y rebeldía propias de la contracultura. Hoy en día, noto que cada vez hay menos oportunidades para que estos moviidentidad mientos se den.
De muchas formas, la globalización ha acabado con la espontaneidad de estas culturas emergentes. Las ganas de evadir el futuro y apegarse con terquedad al pasado es un tema recurrente en mi trabajo narrativo, así como en mis personajes e historias”.
Para esta historia, Frías pasó varios meses investigando y compartiendo con miembros de la comunidad y buscando chicos que pudieran hacer el casting para la película.
De igual manera, asegura que con esta cinta quería “evitar hacer otro drama independiente y morboso de cámara al hombro”. Por el contrario, el director asegura que su idea era construir una historia llena de metáforas visuales donde jugó con el color para mostrar la espontaneidad de Monterrey y hacer un paralelo con el caos neoyorquino: “Esto se traduce en una pérdida gradual de saturación: el hogar de Ulises se ve cálido y fresco, mientras que en Nueva York todo se ve oscuro y desgastado.
En vez de continuar con la mitología de la experiencia migrante centrada alrededor del cumplimiento del sueño americano, quise contar una historia con una mirada más cruda sobre la lucha de la vida inmigrante. Me interesaba, particularmente, la soledad y alienación que experimentan los inmigrantes en un país y una cultura nueva, incluso cuando un país representa seguridad y oportunidades”.