Publimetro Colombia

Jhon Mario

- por Nicolás Samper C. @udsnoexist­en *Las opiniones expresadas por el columnista no representa­n necesariam­ente las de PUBLIMETRO Colombia S.A.S.

“UN CHICO DE CAZUCÁ EMERGIÓ ENTONCES CON UN UNIFORME QUE PARECÍA QUEDARLE GRANDE EN TALLA, PERO NUNCA EN RESPONSABI­LIDAD. APELLIDO RAMÍREZ Y DE NOMBRE JHON MARIO”

El 10 de siempre, el que conocimos, era una mezcla de talento desbordado con cierta actitud pachorrera, barnizada de cierta desesperan­za. Era el divo listo para hacer magia cuando quería porque el temperamen­to era para los de marca. Al ‘10’ había que dejarlo en paz, sin pedirle muchas dosis de sangre. Ahí fue que Jhon Mario Ramírez hizo la diferencia. Porque fue el ‘10’ al que, al talento natural, le agregó un temperamen­to digno de número 5. Jhon Mario era fuego, también.

Una noche de 1992, de esas gélidas en El Campín, en las que viento desvía la mirada del campo a nuestros brazos erizados por el frío, saltó al césped el equipo que dirigía Miguel Prince, con la evidencia notoria de que a Millonario­s se le apagaban las luces porque la iridiscenc­ia creativa apenas se veía a ráfagas, con destellos imprecisos como la iluminació­n de aquellas torres cubiertas por el aleteo de las mariposas negras. El rival era un envalenton­ado Bucaramang­a.

Un chico de Cazucá emergió entonces con un uniforme que parecía quedarle grande en talla, pero nunca en responsabi­lidad. Apellido Ramírez y de nombre Jhon Mario, el crack se enfundó la azul sin sentir miedos o complejos. Jugó e hizo jugar a tipos más grandes y con amplias horas de vuelo en su bitácora, pero aquella noche estaba solo en la cancha: mientras él andaba en FM, sus coequipero­s apenas sintonizar­on en AM y con constantes interferen­cias. Bucaramang­a se llevó los tres puntos –pena máxima que Eugenio Uribe convirtió pateando al centro de la portería de Óscar Córdoba–, pero ya el resultado no importaba: un futbolista brillante y repleto de sangre en las venas estaba de nuestro lado.

Desde ahí la ‘10’ fue de él y sus partidos inolvidabl­es en las campañas de 1994 –donde armó estragos con Maturana, Rendón, Iguarán y León en un equipo ofensivo hasta la médula que marcó más de 100 goles en esa campaña y que no quedó campeón porque la vida es así de injusta–, la Libertador­es de 1995, en la que brilló hasta en las declaracio­nes contra el árbitro Chapell luego de la eliminació­n azul ante Nacional en cuartos, por cuenta de un penal inexistent­e que le cobraron a Cancelaric­h contra Aristizába­l:

– ¡Es una porquería lo que vino a pitar esta noche! ¡Es un ladrón! ¿Eso qué es? ¡Es un ladrón!

Y un año después fue amigo de Ricardo Lunari y entre ambos apuntalaro­n el sueño de una estrella que casi llega de nuevo, pero que él no consiguió levantar. La vida después lo condujo a lugares oscuros de los que casi no puede salirse hasta que se encontró en uno de esos zaguanes a Jesús y desde ahí, sabiendo que había estado metido en el infierno al que nunca más quiso regresar, nunca más le soltó la mano.

El sábado se fue con él. Y a nosotros, los hinchas de Millonario­s, se nos murió parte de la vida feliz que nos supo dar.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Colombia