De Yunioshi a Shang Chi: así ha cambiado la representación asiática en Hollywood
La última película de Marvel da cuenta de que la mirada es otra, pero también hay una poderosa razón: el mercado
En la novela original de Desayuno en Tiffany’s de Truman Capote, el vecino japonés de Holly Golightly, el señor Yunioshi, es un señor bastante digno y discreto que tiene que aguantarse sus ruidosas fiestas. Pero su adaptación en la película de 1961 es uno de los actos más vergonzosos de racismo que se recuerden: el comediante Mickey Rooney, blanco y estadounidense, lo personifica como el estereotipo propagandístico que ya se veía en los discursos de las potencias coloniales que invadieron el agonizante Imperio Chino y a los países vecinos del Sudeste Asiático y que se terminó de empeorar en la Segunda Guerra Mundial con caricaturas como Popeye. Es un señor irritable, medio loco, y Rooney exagera su color de piel, su dentadura. Su acento. Todo, de manera grotesca.
Pero para el promedio de películas del siglo pasado esto era solo un ejemplo más, ya que solo muy pocas producquisitas ciones del cine del siglo XX –dejemos aparte el kung-fu con figuras como Bruce Lee y su sucesor, Jackie Chan– no exotizaron a los asiáticos ni los sexualizaron, o los caricaturizaron. O incluso, no los encasillaron en películas de asiáticos. Grandes figuras como Michelle Yeoh o Zhang Ziyi, por ejemplo, que han brillado en impecables producciones del género wuxia en su país y en géneros como el policíaco de las películas de Hong Kong, tuvieron que pasar por papeles así en sus comienzos. La primera, como el interés romántico-sexual-exótico-experto en artes marciales de James Bond en El mañana nunca muere (1997) y la segunda, como la discípula psicópata loca y sensual (y también experta en artes marciales) de la segunda parte de Una pareja explosiva (2001).
Sin contar, claro, las excepciones hollywoodenses donde todo relato asiático era mediado por el salvador blanco con los japoneses, chinos, vietnamitas como sus leales (por ejemplo El último Samurai, de 2004, o 47 rōnin, de 2013, donde Tom Cruise y Keanu Reeves eran seguidos sin cuestionar y con ciega admiración por actores de la talla de Ken Watanabe e Hiroyuki Sanada). Y donde,también, solo pocas películas hechas en Asia eran joyas ex
para cinéfilos, siendo El último emperador (1987) El tigre y el dragón (2000) unas de las más recordadas. O, de nuevo, relatos hechos para la factoría que atraían por su exoticidad, como Memorias de una geisha (2005).
Poco a poco,esto cambió. Y, para estos últimos años, donde se han cuestionado grandemente las formas de representación asiática en Hollywood, Shang Chi, uno de los héroes asiáticos de Marvel, tiene una película en solitario que se estrenó 16 de agosto con un elenco totalmente de este origen y con estelares tan reputados como Tony Leung. De paso, Marvel se saca por fin la espina del racismo con su villano, Fu Manchú, un claro estereotipo asiático como el que interpretó Mickey Rooney. Pero de paso, atiende a un mercado que es un gigante si se habla de consumo en las industrias culturales y que es muy celoso (ya tiene el poder para eso) sobre su representación en productos cinematográficos. Sí, el mercado chino, al que la misma Marvel le hace reverencias al llevar a sus estrellas para estrenos mundiales. Uno que no perdona una ofensa inexacta o racista luego de años de estar en absoluto silencio económico, social y cultural.
“En ningún lugar del mundo se encontrará a gente más rica que la de China”
Esta frase es citada por uno de los autores más celebrados de los últimos tiempos a nivel mundial y cuya trilogía se condensó en una película que ha tenido al mayor elenco asiático en los últimos 25 años, con Michelle Yeoh, de nuevo, y comediantes como Awkwafina y Ken Jeong. Se trata de Crazy Rich Asians, de Kevin Kwan, que satiriza deliciosamente el modo de vida de los ultra ricos asiáticos de China, Malasia y Singapur y que recaudó más de 230 millones de dólares en todo el mundo e incluso fue nominada a un Globo de Oro. Irónicamente, en China, se vio esto como una burla y estigmatización a su cultura y solo recaudó 1,5 millones de dólares.
Y esto deja claras varias lecciones, porque tal y como en la película, se ven varias realidades aplicables a su mercado. Uno: los chinos son los mayores consumidores de lujo y de cualquier cosa (prácticamente gracias a ellos sobrevivieron las grandes marcas de moda en la pandemia) y su PIB de 14.340 millones de dólares no es nada despreciable. Dos: no responden bien si se les ofende (¿alguien recuerda el épico desastre de Dolce & Gabbana y su desfile cancelado de 2018 por los comentarios racistas de Stefano Gabbana?). Tres: no hay que subestimarlos. Por ejemplo, Avengers Endgame recaudó solo más de 629 millones de dólares allí. Y Marvel procura construir una buena relación con este mercado, no importa que tenga que llevar a Robert Downey Jr. o a Tom Hiddleston a hacer monerías para encantarlos o censurar partes de sus películas si no le gustan al Partido Comunista.
Ahora bien, aparte del dinero, Shang Chi tiene un gran reto por delante: también, cuando se habla de su cultura hay que andar con pies de plomo. Mulán, el relato wuxia live action de la maravillosa película de 1998, tampoco fue bien recibida en taquilla, debido a la mezcla de regiones, culturas y dinastías que no calaron bien. Algo en lo que sí se cuidaron en Over the Moon, de Netflix, al trabajar con la celebrada diseñadora Guo Pei en detalles de producción. No generó tanto ruido como Mulán (recaudó prácticamente 860.000 dólares), pero al menos la alabaron por ser respetuosa y cuidadosa con la mitología, la compleja cultura del país asiático y sus periodos históricos.
¿Y la reivindicación?
Bien, gracias. Al menos, en el pasado. Hollywood, de Ryan Murphy, recontó la historia de esta industria en los años cuarenta si se hubiera tenido la esencia woke de este siglo. Y así, en su último y emotivo capítulo, le dan un Óscar a la malograda Anna May Wong, talentosa actriz asiática que no logró triunfar gracias a su fenotipo. Asimismo, actrices como Constance Wu brillando en Hustlers y Chloé Zhao ganando el Óscar este año por Nomadland. Pero aún falta mucho camino para que los actores y actrices asiáticos sigan cimentando una representación digna e igualitaria en Hollywood. Al menos, el mercado es un buen comienzo.