Talibanes prohíben a los afganos ir al aeropuerto
hacer conjeturas”, reflexiona.
Considera que Washington nunca tuvo clara su misión y, por eso, no le extraña el caos que rodea la evacuación de ciudadanos estadounidenses y colaboradores afganos.
De la misma opinión es Jeremiah Knowles, quien era un niño de 19 años cuando en 2008 comenzó a trabajar como analista de inteligencia en la base militar Camp Phoenix, en el este de Kabul y famosa por ser uno de los objetivos preferidos de los talibanes para perpetrar atentados suicidas.
Casi no salía de la base, pero en una ocasión le ordenaron ir a un pueblo para recolectar información de inteligencia.
Les dijo a los locales que iba a revisarles la vista, pero en realidad se dedicó a hacerles exámenes de la retina y tomar sus huellas dactilares para meterlos en una base de datos que servía a Washington para identificar a los afganos, en caso de que fueran arrestados.
“Cualquier ayuda a la población civil se hacía para servir los intereses de Estados Unidos”, dice Knowles con un punto de amargura.
Y por eso, poco a poco, llegó a la conclusión de que la guerra fue inútil. “Solo trabajamos con la versión de Afganistán que era favorable a Occidente, pero no trabajamos con el pueblo afgano”, observa ahora.
Subidas y bajadas
Otros, sin embargo, tienen una visión diferente y creen que la guerra tuvo dos caras: una positiva con el debilitamiento de Al Qaeda y otra negativa con un reguero de muertes.
En Facebook, el teniente general James ‘Jim’ Slife, jefe del Comando de Operaciones Especiales de la Fuerza Aérea, consideró que vivió altibajos, con momentos triunfales como la muerte de Osama Bin Laden en 2011 y otros amargos como los innumerables soldados que envió al campo de batalla y que, en algunos casos, nunca volvieron.
“Como a muchos, me cuesta encontrar sentido a todo esto”, confesó hace unos días el teniente general, quien entre 2002 y 2011 estuvo entrando y saliendo de Afganistán constantemente.
Slife no está solo entre los altos mandos militares estadounidenses que dedicaron buena parte de su carrera a la guerra de Afganistán.
El propio secretario de Defensa de Estados Unidos, Lloyd J. Austin III, quien lideró a soldados en el campo de batalla entre 2003 y 2005, reconoció recientemente en una rueda de prensa que la caída de Kabul en manos de los talibanes es algo muy personal para él.
“Esta es una guerra en la que luché, que lideré. Conozco el país. Conozco a la gente y conozco a los que lucharon a nuestro lado”, afirmó Austin.
Aún quedan en Afganistán casi 6000 militares estadounidenses con el objetivo de asegurar el aeropuerto de Kabul y permitir la huida de los ciudadanos estadounidenses y sus colaboradores afganos.
En total, junto a Estados Unidos, otros 51 países –entre socios de la Otán y aliados– han participado en la guerra de Afganistán.
Además de las vidas estadounidenses, la guerra ha dejado 66.000 militares y policías afganos muertos, además de unos 47.200 civiles fallecidos y otros 2,5 millones que han tenido que huir de sus casas, según datos de la ONU y de la Universidad Brown, dedicada a investigar los costos del conflicto.
Los talibanes anunciaron que para evitar que continúe el caos en el aeropuerto de Kabul, los ciudadanos afganos no podrán ir al aeródromo, una medida que dificultará los intentos de Estados Unidos y de otras naciones de evacuar a los aliados afganos vulnerables en el país.
“El Emirato Islámico está tratando realmente de controlar la situación. Ahora el camino al aeropuerto ha sido cerrado. Los afganos no están autorizados a ir allí, (solo) los extranjeros pueden ir”, dijo el principal portavoz insurgente, Zabihullah Mujahid.
Además, Estados Unidos aseguró que estará en el aeropuerto hasta el 31 de agosto.