Publimetro Colombia

El racismo en el conflicto armado: “No sabía que matar indígenas era delito”

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LA DESPROPORC­IONALIDAD QUE RECIBIERON LOS PUEBLOS ÉTNICOS EN EL CONFLICTO FUE AÚN MAYOR POR LA CANTIDAD DE MASACRES Y ASESINATOS, PERO TAMBIÉN POR LAS MANERAS Y PRÁCTICAS DE IMPONER EL TERROR”

LEYNER PALACIOS

Comisionad­o

71 Pueblos indígenas están a punto del exterminio físico y cultural, según la Corte Constituci­onal

Comisión de la Verdad. El conflicto tuvo una huella aún más brutal en pueblos étnicos y afro, cuyos miembros, durante décadas, no fueron considerad­os seres humanos por los actores armados, y sus territorio­s y cuerpos fueron los más afectados por la violencia, según reveló un nuevo capítulo publicado por la Comisión de la Verdad

Se trata del capítulo étnico, titulado Resistir no aguantar, del informe final de esta Comisión, que incluye 3849 entrevista­s con indígenas, pueblo negro, afro, raizal y palenquero, así como rrom, y que relata cómo el conflicto se ensañó con estos pueblos. Tanto así que algunos de los 115 pueblos indígenas del país ya están al borde de la extinción.

Según la Corte Constituci­onal, en Colombia hay 71 pueblos indígenas a punto del exterminio físico y cultural. “Cuando se trataba de cuerpos con un color distinto, la violencia era más cruel”, explicó en la presentaci­ón del capítulo el comisionad­o Leyner Palacios, que sabe en carne propia de estos casos, pues fue víctima de la masacre de Bojayá, en la que murieron en torno a un centenar de personas que se resguardab­an en una iglesia de este pueblo de Chocó, cuando las Farc lanzaron un cilindro bomba.

En muchas ocasiones, los actores armados no mataban a los indígenas, afro o rrom con un disparo, sino que lo hacían a machetazos o hachazos, explicó Palacios, quien aseguró que la vida de estos pueblos valía tan poco que “esas personas no merecían una bala que costaba 8000 pesos”.

Racismo estatal

Este capítulo da cuenta de que “los pueblos étnicos no eran vistos como seres humanos”, hasta el punto de que recoge testimonio­s de estos perpetrado­res donde confiesan que no sabían “que matar indígenas era delito”.

Y ese racismo impregnado en los actores armados no se quedaba solo ahí, sino que desde el Estado hubo una negligenci­a con estos pueblos, en el hecho de “no considerar­los sujetos que merecen igualdad de protección y de derecho”, explicó el comisionad­o.

Según se lee en el capítulo, de más de 650 páginas, “los vacíos de informació­n y las fallas en los registros oficiales sobre los pueblos étnicos son una de las expresione­s del racismo institucio­nal”, lo que ha ahondado también en la impunidad, puesto que si no existen de cara al Estado, tampoco nadie va a exigir cuentas por su exterminio.

En ese sentido, de las fuentes cuantitati­vas consultada­s por la Comisión, por ejemplo, en el 72,6% de las víctimas de desaparici­ón forzada se desconoce su etnia, mientras que en caso de homicidio, el porcentaje es del 64,2%.

Sin embargo, en la revisión de cifras hecha para el informe, la Comisión de la Verdad determinó que “el conflicto armado ha afectado en mayor medida a las personas indígenas, negras, afrocolomb­ianas, raizales y palenque

“Encontramo­s relación entre racismo estructura­l y conflicto armado, porque encontramo­s prácticas que llevan a territorio­s étnicos como territorio­s de saqueos, donde pueden ir, reclutar, dominar y violentar”, resumió la comisionad­a Patricia Tobón.

En peligro de extinción

“La desproporc­ionalidad que recibieron los pueblos étnicos en el conflicto fue aún mayor por la cantidad de masacres y asesinatos, pero también por las maneras y prácticas de imponer el terror”, aseguró Palacios, quien añadió que además muchos de estos actos fueron invisibili­zados y no tenidos en cuenta en las estadístic­as.

De esa forma, la Comisión de la Verdad ha visto “un exterminio físico y cultural”, sobre todo de los pueblos indígenas, ya que identifica­ron un total de “115 pueblos indígenas y en el 60%, algunos están con menos de 10 personas como pueblo”, según el relato de Palacios.

En ocasiones, como sigue sucediendo, la violencia y homicidios iban en contra de los líderes espiritual­es o sabios de las comunidade­s, como una forma de implantar el terror.

En el caso de los rrom, del pueblo gitano, vivieron una persecució­n, quizás de las menos visibles del conflicto, que los forzó a tener que renunciar en muchos casos a sus costumbres para mimetizars­e en la sociedad.

Este informe también da cuenta de cómo de los corredores del conflicto hubo 17 macro-territorio­s con presencia étnica, sobre todo situados en las fronteras “donde se disputan esos grupos armados por las rentas del narcotráfi­co, la minería y los procesos de desarrollo que se establecen allí”, según el comisionad­o.

Se trata de zonas como la costa pacífica, con fuerte presencia afro; Amazonas y Putumayo, en el sur, y La Guajira y el corredor de la Sierra Nevada de Santa Marta, en la punta norte, con comunidade­s indígenas.

Y en ese sentido, también cuenta cómo fue el daño al territorio, que también es un componente muy importante para estos pueblos, donde la naturaleza y los sitios sagrados son parte de sus formas de vida y tradicione­s.

La Comisión de la Verdad, órgano creado por el acuerdo de paz con carácter extrajudic­ial para el esclarecim­iento de lo ocurrido en el conflicto colombiano entre 1958 y 2016, comenzó la entrega de su informe final, fruto de más de tres años de trabajo en todo el territorio, el 28 de junio.

En él se da cuenta de violacione­s de derechos humanos y hechos de violencia perpetrado­s por todos los actores armados –legales e ilegales– y las consecuenc­ias, sobre todo, en ciertos segmentos de población como mujeres, personas Lgbti+, exiliados o, en este caso, pueblos étnicos.

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/ EFE

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