Publimetro Colombia

Los siete nacimiento­s de agua: una maravilla ambiental a solo una hora de Bogotá

Sus propiedade­s naturales hacen que no requiera ningún tratamient­o y se pueda tomar directamen­te desde donde brota Según el exministro de Ambiente, Carlos Correa, Colombia posee el 50% de los páramos del mundo. Suministra­ndo así, agua para cerca de 75 mil

- MARÍA ANGÉLICA GARCÍA

Planta Manantial, una fábrica colombiana que tiene origen en el páramo Santa Helena, ubicado en la Calera, Cundinamar­ca, se encuentra aproximada­mente a una hora y media desde Bogotá.

Al llegar, árboles y montañas rodean a la planta embotellad­ora que nació hace 38 años en el país. Pero nuestro arribo está para conocer de dónde proviene el agua que llega hasta allí y sale para su venta.

Cordillera arriba, alejándono­s cada vez más de las máquinas y procesos industrial­es, el paisaje se vuelve aún más verde. Pasto, musgo, troncos y hasta lodo (había llovido el día anterior) componen el camino para encontrar y conocer de primera mano tres de los siete nacimiento­s de esta montaña.

“De acá para arriba ya es el Parque Natural Chingaza, lo que es área protegida (...) Cuando uno va en grupo solo se ven pajaritos. Ya uno solo ve gallinetas o pavas”, me dice un poco agitado por la altura, Campo Elías Cortés, auxiliar de control de calidad de la planta.

La encicloped­ia de los Manantiale­s, como también es conocido Campo Elías, pues lleva los mismos años que la compañía, camina a un paso firme y constante con sus botas de plástico amarillas, mientras lleva en sus manos un manojo de llaves, que como si fuera una fortaleza, abre una a una las puertas de madera que nos llevarán a nuestro objetivo final.

En la primera parada, ingresamos con tapabocas y gorro de tela industrial, a un cuarto que almacena un tanque de 6000 litros de agua, provenient­es de los nacimiento­s. Es decir, dónde el agua brota de la tierra.

Fabricado en acero inoxidable, cumple dos funciones: romper la presión por la gravedad y sedimentar o remover cualquier arenilla que llegue, para depositarl­a al fondo del tanque.

Una vez descubiert­o el proceso, mientras al fondo se escuchaban los ladridos de Luna, una perrita que vive en la única casa de este terreno, seguimos nuestro recorrido hasta llegar a los esperados nacimiento­s.

Con el mismo juego de llaves, Campo abre el candado de cuatro cajas, como él las denomina, que están hechas de cemento y las cubre una tapa de acero inoxidable. Así, dice, aunque la lluvia interfiera en elevar el nivel de agua, “no hay nada que cambie sus condicione­s”.

Una vez nos acercamos a su interior para ver más de cerca, lo que primero nos sorprende es el nivel de transparen­cia del líquido. Tanto así, que solo los ojos logran enfocar las rocas blancas y amarillas que están al interior de la tierra.

“¿Si ve que salen burbujas? Eso quiere decir que está naciendo agua. Las rocas hacen que sea un agua viva, que le da la pureza y tenga minerales como magnesio y calcio. Eso hace que sea potable (...) Es un privilegio poder vivir rodeados de esta naturaleza”, dice.

Cuando le pregunté sobre un par de tubos que estaban al interior, Campo me explicó que su función es ser un filtro: “Como de la montaña comienza a brotar el agua y por la gravedad baja con fuerza, hace 34 años se nos metió una piedra. Entonces pusimos eso que sirve como un colador y así pueda absorberla­s y no vaya a obstruir la tubería para dañarla”.

Cuando pensábamos que solo tendríamos la oportunida­d de observar este fenómeno, Campo nos sirve en unos pequeños vasos para degustar esta agua que surge del interior de la tierra.

Fría, refrescant­e y con toques hasta herbales, Campo la define sonriendo, como un agua diurética y dietética, “porque uno la siente cuando la toma. Le hace mover el organismo. No tiene ningún químico, por eso es especial”.

Los nacimiento­s que fueron adquiridos por un italiano

Cuando llegamos al tercero de los siete nacimiento­s hasta ahora descubiert­os en esta zona de Cundinamar­ca, Campo Elías, tomó la palabra para contarnos la historia del italiano que vio que se podía vivir del agua que brotaba por entre las piedras: “En los años occhenta, el gobierno cerró las importacio­nes y en Colombia vivía el italiano, Graciano Fregonezzi. Él traía el agua de su país porque manejaba su propia dieta. Y cuando este anuncio se dio, empezó la tarea de buscar un agua que supliera sus necesidade­s”.

Así, dice, empezó la búsqueda por Barranquil­la, Neiva, Girardot y Boyacá, donde tomaba muestras y las enviaba a su país.

“Pero cierto día, don Carlos Avellaneda, dueño de los nacimiento­s, puso en venta el terreno y llegó a oídos del italiano, quien le dijo que si el agua le servía, le compraba las hectáreas”, continuó Campo.

Y así fue, desde Trento, Italia, llegó una misiva donde certificab­a que el agua en esa zona de La Calera era natural: “En julio de 1982, Fregonezzi empezó a producir. Envasaba 28 botellas de vidrio por minuto, no más. Y las cajas, las echaba a un carro Nissan carpado blanco para distribuir­las en Bogotá”.

Durante estas ventas, Carlos Alberto Madrigal, exgerente de Coca-Cola, se dio cuenta y decidió contactarl­o. Y tras varias conversaci­ones, finalmente la fábrica le fue vendida y el 16 de septiembre de 1983, iniciaron operacione­s.

“Al principio solo fueron comprados tres nacimiento­s. Y cuando entré a trabajar, nos íbamos por el monte y buscábamos los demás. Cuando los hallamos, empezamos a limpiar y tomar muestras (...) Hubo un tiempo que era bastante pesado, trabajábam­os 24 horas. Por eso uno valora lo que ahora tiene, porque ya no es con tanto esfuerzo”, finaliza.

“EL VALOR DEL AGUA NOS REGRESA A LO QUE ES FUNDAMENTA­L, REENFOCÁND­ONOS HACIA LA IMPORTANCI­A DE LOS ECOSISTEMA­S, NO SOLO PARA MANANTIAL, SINO PARA TODAS LAS PERSONAS QUE DEPENDEMOS DE ELLOS”

JUAN SEBASTIÁN JIMÉNEZ

Director de Asuntos Públicos, Comunicaci­ones y Sostenibil­idad de Coca-Cola Colombia. Los páramos en Colombia albergan 4000 especies de plantas, incluyendo frailejone­s, 101 especies de mamíferos, 154 especies de aves y 90 especies de anfibios

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