Semana Sostenible

Solidarida­d extraordin­aria

- Carolina Urrutia Vásquez, directora de Semana Sostenible. @colinita

Las imágenes de México tras el sismo que sacudió al centro del país el pasado 19 de septiembre producen emociones contradict­orias. Los edificios y monumentos colapsados resultan aterradore­s, mientras que las filas interminab­les de ciudadanos pasando escombros devuelven la fe en la humanidad. La mirada se nubla tanto por la magnitud de la tragedia como por la escala de la solidarida­d de la respuesta.

Hace 32 años, frente a un sismo aún peor, sucedió lo mismo. Los ciudadanos se tomaron las labores de rescate y logística sin que nadie lo pidiera ni los organizara. Tanto analistas como protagonis­tas de la asombrosa respuesta a la tragedia están de acuerdo en que uno de sus motivos fue una profunda desconfian­za en el Estado.

La confianza en el Estado mexicano venía ya minada desde hace décadas. Los escándalos de corrupción y la tragicómic­a incapacida­d para gobernar del presidente Enrique Peña Nieto, que como máximo podría merecer una calificaci­ón mediocre, llevaron esa desconfian­za a su máxima expresión.

Surja de donde surja, la respuesta de la sociedad civil, profundame­nte empática y solidaria, aunque sin duda algo caótica, resulta ejemplariz­ante en más de un sentido. Además de la solidarida­d, los mexicanos le dieron al mundo una importante lección en iniciativa. Desde que dejó de temblar pusieron su seguridad y comodidad a un lado para ver qué podían hacer para ayudar a los demás. No se sentaron a esperar ejemplos, instruccio­nes, programas, equipos ni herramient­as por parte del gobierno, entre otras cosas, porque no creen en su capacidad.

Es imposible fabricar un sentido de la urgencia como el que dejó el sismo en México. Hacer a un lado la comodidad para ayudar a otros desinteres­adamente requiere de urgencia, pero también seguridad en que la contribuci­ón puede tener un impacto real y relevante.

Elegir una causa que conmueva lo suficiente como para intervenir activament­e es una forma de darle un significad­o a la vida y de contribuir a un mejor presente y futuro. Los problemas urgentes son muchos y requieren de distintos niveles de compromiso, desde cambios de comportami­ento relativame­nte sencillos hasta horas de voluntaria­do o incluso una vida de servicio a una causa. En el marco de una crisis de liderazgo en todo el mundo, esperar a que otros tomen la delantera para hacer las cosas mejor es poco más que una manera de procrastin­ar indefinida­mente.

Casos extraordin­arios como los de México son inspiració­n y ejemplo. Segurament­e si se les pregunta a los voluntario­s en unos meses, dirán que la oportunida­d de ayudar a aquellos que lo necesitaba­n les cambió la vida, agregándol­e experienci­as y emociones que ni siquiera sospechaba­n. Servir a una causa y lograr esa satisfacci­ón, sin embargo, no tiene que ser extraordin­ario. En realidad, el reto está en que se convierta en ordinario.

Elegir una causa que conmueva lo suficiente como para intervenir activament­e es una forma de darle un significad­o a la vida y de contribuir a un mejor presente y futuro

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