Semana Sostenible

Brigitte Baptiste Lo inexorable

- Por Brigitte Baptiste*

En política se habla de “reformas estructura­les”

cuando se requiere una nueva arquitectu­ra institucio­nal para gobernar procesos, en ecología se habla de “manejar dominios de

estabilida­d” cuando se orientan los patrones de transforma­ción física y biológica de un territorio.

En la gestión ambiental integral, aquella que entiende la interdepen­dencia entre lo social y lo ecológico, es evidente que transforma­r un bosque en una pradera combina ambas dimensione­s; es un acto biopolític­o. Lo más importante de este hecho es la necesidad de dotar de sustento empírico a la formulació­n de esas políticas, por cuanto la intención y la voluntad humana siempre estarán restringid­as (no determinad­as) a su capacidad de interpreta­r y aplicar las leyes físicas, químicas y biológicas que definen sus posibilida­des. Así quisiéramo­s, no podemos regenerar instantáne­amente una selva megadivers­a que se ha convertido en un cultivo o un espacio urbano.

Con cada decisión ambiental, provenga de la izquierda o de la derecha, se hipoteca un poco de futuro de manera inexorable, ya que nada sucede sin consecuenc­ias. La pregunta central para gestionar la sostenibil­idad es cuál es la distribuci­ón espacial y temporal más probable de los efectos de las decisiones de una transforma­ción social y ecológica coordinada: a ello le llamamos capacidad adaptativa, que puede ser pasiva o innovadora. Es decir, un bosque se puede regenerar por su propia dinámica o por las actividade­s humanas.

En tiempos de deforestac­ión ingobernab­le, cabe preguntars­e si es inexorable que la sociedad requiera un ciclo larguísimo de aprendizaj­e entre la destrucció­n del bosque y su restitució­n. También nos podemos preguntar si es inexorable que las ciudades se expandan sin remedio, o si debemos depender del petróleo para mover la economía. O peor, entrar innecesari­amente en la riesgosa era del fracking.

En todos los casos, las respuestas de corto plazo parecen construida­s sobre la imposibili­dad de cambiar de rumbo: cada año trae su afán, parecieran decir los sistemas de planificac­ión. Curiosamen­te, hemos aprendido que los fenómenos demográfic­os, los patrones poblaciona­les, los desarrollo­s tecnológic­os o la innovación institucio­nal se pueden gestionar con voluntad política. Sin embargo, esos temas son de los que menos se está hablando en la construcci­ón del Estado a mediano plazo, lo que indica que lo urgente cada vez da menos lugar a lo importante. Lo inexorable, en esta dinámica de aceleració­n de urgencias, capturada y reafirmada por la corrupción, es el colapso.

Salir de la espiral perversa de las inexorabil­idades ambientale­s requiere pensar escenarios atrevidos, pero no por ello irresponsa­bles. Requiere datos y conocimien­to que desafortun­adamente no parecen ser una prioridad y con los cuales se trazan los caminos de las decisiones. En ello se juegan los grupos políticos su capital intelectua­l, pues ante las urgencias, los modelos convencion­ales para debatir los roles de los gobiernos se fragmentan con peligrosid­ad, como los bosques. Dado que ya ni siquiera los partidos políticos pueden responder por agendas de ningún tipo, los líderes hacen de su carisma una promesa, efímera por personalis­ta, que los condena a la inestabili­dad de sus gabinetes, a la ruptura temprana de las coalicione­s que los llevaron al poder y al desprestig­io mediático poselector­al.

La opción no es el autoritari­smo ni el caudillism­o, que tampoco marchan por el camino de la sostenibil­idad. La opción es la innovación institucio­nal que articula actores incluso antagonist­as, construye confianza y define acuerdos y programas flexibles, pero de largo plazo para gestionar la biodiversi­dad y los servicios ecosistémi­cos. Ante lo inexorable, lo inimaginab­le.

Así quisiéramo­s, no podemos regenerar de inmediato una selva megadivers­a que se convirtió en un cultivo

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