David Bojanini La empresa frente a los ODS
Las empresas hemos sido convocadas como actores principales en la agenda que se propone alrededor de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), promovidos por la Organización de las Naciones Unidas (ONU).
Lograr que esa apuesta global se traduzca en un mayor avance hacia la prosperidad, el bienestar de las personas y el medioambiente, y que no se quede solo en una declaración de buenos propósitos, es el reto que tenemos todos.
Ban Ki-moon lo dijo en su momento: “El empresariado es un socio vital para la consecución de los ODS. Las empresas pueden contribuir a través de la actividad principal de su negocio, por lo que les pedimos a todas que evalúen su impacto, establezcan metas ambiciosas y comuniquen de forma transparente sus resultados”.
¿Cómo conectar el objeto de ser de cada empresa, con los propósitos superiores que tenemos como sociedad? Esa es la cuestión de fondo. Es desde la esencia de lo que hacemos, desde la forma como gestionamos los negocios y desde el propósito trascendente que nos mueve, como mejor podemos contribuir al círculo virtuoso del desarrollo sostenible.
En efecto, nuestra reflexión sobre este tema nos ha permitido entender que cuando vamos más allá del negocio, es posible identificar nuestro rol en las metas de crecimiento social y económico, dada la capacidad que tienen las empresas de mejorar efectivamente la calidad de vida de las personas y de generar entornos más competitivos, creando riqueza y prosperidad para todos –entendida en su sentido más amplio–.
En la experiencia particular del sector financiero, al que estoy vinculado, una aproximación al objetivo sobre Crecimiento Económico y Trabajo Decente (ODS 8), nos exige no solo asegurar buenas prácticas laborales, sino además entender que la inclusión financiera y la mayor penetración de esta industria son un imperativo para extender los beneficios que aporta este sector como impulsor del desarrollo.
El acceso a los productos y servicios financieros implica, para la población, contar con opciones de crédito en condiciones equitativas (contrarrestando el efecto de métodos nefastos de financiación como el llamado ´gota a gota´); aumentar la capacidad de consumo, lo que permite tener instrumentos de protección del patrimonio, como es el caso de los seguros; y avanzar en la cultura del ahorro y la previsión para garantizar calidad de vida en distintas etapas y coyunturas de la vida. Esto para no hablar del impacto, en términos de competitividad global, que tiene este sector cuando impulsa el crecimiento con instrumentos que financian o aseguran los grandes proyectos de desarrollo de cualquier territorio.
Si estamos convencidos del beneficio social que representa la industria financiera, ¿cómo no buscar extender su presencia a sectores poblacionales que hoy no cuentan con estos servicios?
Para avanzar en este propósito –en esta, como en cualquier industria–, es indispensable conocer a los clientes, sus perfiles y necesidades, sus contextos y realidades. Es aquí donde la tecnología se convierte en una gran aliada con instrumentos que van desde la captura de información y el análisis de datos, hasta los canales que mejoran la eficiencia y facilitan el acceso, como es el caso de la banca digital y los dispositivos móviles.
Por supuesto, debemos revisar nuestras prácticas y redoblar nuestra gestión en diversos frentes. La educación financiera es uno de ellos. Si bien existen múltiples iniciativas y proyectos valiosos en esta materia, aún debemos ser más asertivos y contundentes para que los clientes entiendan los productos y servicios, perciban una industria más transparente y, finalmente, tomen decisiones más consistentes a la hora de acceder a un crédito, planear su pensión o cubrir sus riesgos con un seguro.
Es posible contribuir a la agenda de desarrollo global desde la gestión particular de cada empresa. De hecho, es allí donde somos verdaderamente transcendentes para la sociedad y aseguramos con ello nuestra sostenibilidad.