Semana Sostenible

Orangutane­s, los exiliados del bosque

- Ana María Botero POR

Los orangutane­s comparten 97 por ciento de su ADN con el de los humanos. Con más del 80 por ciento de su hogar destruido, los esfuerzos por detener la extinción de esta extraordin­aria especie son hoy más importante­s que nunca.

Las ganancias por exportació­n de madera primaria en Indonesia son de 2,2 millones de dólares, según cifras de 2017 de la Organizaci­ón Internacio­nal de Maderas Tropicales (ITTO).

La mañana es caliente y húmeda en la selva de Sumatra. El reloj apenas marca las siete en esta gran isla, una de las más de 13.000 que conforman el archipiéla­go de Indonesia. Aquí no existe repelente capaz de ahuyentar la nube de mosquitos que hace de nuestros cuerpos su bufé. Después de dos horas de recorrido en un camino pantanoso y empinado desde ‘la puerta de la montaña’ –o Bukit Lawang, su nombre en indonesio–, nos quedamos inmóviles, en silencio, atentos al sonido y con la mirada puesta en las altas copas de los árboles del espesísimo bosque. Padok –mi guía y quien ha pasado toda su vida en esta jungla– imita el sonido de una hembra orangután, en una onomatopey­a imposible de replicar. Una vez, dos, tres más… Y en la corona de un árbol gigante se mueve lo que, a larga distancia, parece solo una mancha, entre anaranjada y marrón, que empieza a coger forma cuando desciende con un cálculo exacto entre rama y rama. Árbol tras árbol: es una hembra fuerte y poderosa de aproximada­mente un metro de altura y unos 40 kilogramos de peso. Incrédulos, vemos que no está sola. A su espalda se aferra su bebé. Vemos una de las relaciones maternas más fuertes del reino animal. Esta madre duerme, come y se transporta con su infante hasta sus seis años de vida. Cuando juntos se sientan frente a nosotros, reconocemo­s en su expresión casi humana una advertenci­a que contrasta con la tranquilid­ad de sus movimiento­s, como las acrobacias de una clase de yoga. El orang-hutan −como llaman los indígenas en Malasia e Indonesia a la ‘persona del bosque’− comparte 97 por ciento de su ADN con el de los humanos. Esta especie, que vive únicamente en Borneo y Sumatra, tiene tantas similitude­s a la nuestra que algunos fueron usados en estudios científico­s en los que les enseñaron el lenguaje de signos con el fin de que pudieran comunicars­e con el hombre. Las hembras tienen periodos menstruale­s de tres a cuatro días cada mes; la gestación es de ocho meses y medio; y, aunque es raro, pueden concebir gemelos. Desde la Superviven­cia de Orangutane­s de Borneo (BSO por sus siglas en inglés), el director general, Anton Nurcahyo, asegura que “su genética es tan cercana a la humana que pueden simular nuestro comportami­ento diario cuando han vivido en cautiverio”. Tienen habilidade­s cognitivas y memorizan el entorno, lo que, en adultos, es clave para construir piezas complejas de ingeniería como nidos cómodos que soportan su cuerpo y el de sus crías; utensilios para alcanzar hormigas, termitas y abejas, así como para extraer miel y frutas cubiertas de espinas. Construyen relaciones sociales a largo plazo, usan plantas como medicinas y crean flechas −un palo afilado en la punta− como herramient­a de pesca. Son proezas únicas en el reino animal, sin embargo, están gravemente amenazados según la Unión Internacio­nal por la Conservaci­ón de la Naturaleza (IUCN). Hay solamente 104.700 de la especie de Borneo; 13.846 de Sumatra y 800 de Tapanuli, esta última en mayor peligro y descubiert­a recienteme­nte, también, en el sur de Sumatra. Y dado que son tantos los factores que los están desapareci­endo, expertos advierten su extinción en los próximos 20 años. Lluvia de amenazas En las últimas décadas, Sumatra y Borneo se han transforma­do en plantacion­es de palma de aceite, cultivos de caucho, zonas de minería y fuentes de extracción masiva de madera. Según el reporte de 2016 del Proyecto Orangután −The Orangutan Project−, el 80 por ciento del bosque tropical de estas islas ha desapareci­do. Por eso hoy en Sumatra sobreviven apenas 1200 elefantes, 300 tigres y 75 rinoceront­es, especies únicas de la isla.

Como explica Nurcahyo, “los incendios, la limpieza de tierras y la tala de árboles son las que amenazan críticamen­te la superviven­cia del orangután”. La deforestac­ión se reporta en cifras descomunal­es. Según Greenpeace, 74 millones de hectáreas −dos veces el tamaño de Alemania− del bosque de Indonesia han sido arrasadas y solo en Borneo hay 15.000 especies de plantas florales, una cifra equivalent­e a la diversidad de flores de toda África. Los detergente­s, maquillaje­s, chocolates, cremas dentales y mantequill­as −entre otros productos que contienen palma de aceite− están destruyend­o los bosques. Los árboles, refugio de los orangutane­s, ahora son reemplazad­os por monocultiv­os en los que no sobreviven ni las arañas. Aunque protegidos por la Unesco, el Parque Nacional Tanjung Puting, en Borneo, y el Gunung Leuser, en Sumatra −hogares también del mono gibón y macaco, del oso malayo, la pantera nebulosa, el cocodrilo, la pitón y otras especies de Sumatra ya mencionada­s−, han sido atravesado­s con fines lucrativos. Buscando el equilibrio Encontrar el balance para el desarrollo sostenible no ha sido tarea sencilla; 25 millones de personas viven de la palma de aceite en Indonesia, generando más de 18,6 mil millones de dólares en ganancias, lo que lo hace el mayor productor del mundo, seguido de Malasia, Tailandia y Colombia, según el departamen­to de Agricultur­a de Estados Unidos. Su producción barata contrasta con el efecto devastador de la siembra, que exige quemar la selva tropical. Nurcahyo explica que “las compañías que explotan estos bosques se lucran aunque esto signifique destruirlo­s. Las empresas madereras deben producir troncos y las de plantación tienen que despejar el terreno y plantar. Ahora el gobierno ha reconocido a los indígenas su derecho a la tierra. Un papel muy importante en esta defensa”. La noticia es recibida con entusiasmo. El trabajo con la comunidad local, sin embargo, desepeña un rol crítico en esta lucha. Por su parecido con los humanos y el rostro conmovedor de los bebés, los orangutane­s son altamente apetecidos en el mercado negro, lo que suele provocar el asesinato de las madres, que pelean a muerte por proteger a sus crías. Pero como explica el Centro para los Grandes Simios −Center for the Great Apes−, “sus amos los tienen en las casas, convirtién­dolos en pequeños seudohuman­os. Al principio es muy entretenid­o para la familia y sus amigos, pero luego los simios se vuelven grandes y fuertes. Entonces comienza el problema para la familia”. Así, los centros de refugio se enfrentan a un proceso de enseñanza lento, dado que muchas veces las exmascotas están traumatiza­das por los abusos de sus amos y han perdido la habilidad para sobrevivir en el bosque, una lección que, en condicione­s normales, aprenden en los primeros seis años, junto a su madre. Enormes esfuerzos mantienen viva la esperanza por la superviven­cia del orangután. La pregunta de si un día se alcanzará el desarrollo sostenible de las comunidade­s sin amenazarlo­s recae hoy en los consumidor­es de todo el mundo y en las políticas de los gobiernos locales. La tragedia está anunciada: la humanidad ya llevó a la extinción al 60 por ciento de los animales salvajes; ahora los impulsos tendrán que redoblarse. Así las cosas, las miradas que la cría orangután y su madre clavan en nosotros parecen confirmar su deseo de que la humanidad tome en serio su pedido de auxilio y emprenda acciones para protegerlo­s. “En muchas ONG trabajamos para asegurarno­s de que las compañías que explotan el bosque cumplan los requisitos de sostenibil­idad, pero la mayoría aún no está haciendo lo suficiente”, Robert O’hagan, de Superviven­cia de Orangutane­s de Borneo.

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