Víctimas de una paz inconclusa
Un recorrido por las selvas de Antioquia y Chocó retrata las condiciones de vida de sus comunidades y la vulnerabilidad del medioambiente.
La promesa del gobierno Santos de llegar a zonas históricamente apartadas quedó inconclusa, aun cuando las Farc dejaron las armas. Y ese ideal de paz se diluyó aún más en medio de fuertes críticas al proceso de paz, debates sobre impunidad y rencores acumulados de un fragmento urbano de la sociedad que en la distancia administra un país que no conoce. En las selvas de Chocó y Antioquia sus habitantes caminan hasta tres y cuatro horas para llegar a un centro de salud. No tienen carreteras y las Farc construyeron el acueducto que usan. Hoy ellos mismos lo mantienen.
¿De qué viven? Antes, directa o indirectamente de la guerra. Hoy, de la madera que extraen del monte, de la minería y de una agricultura que apenas les da para comer, pues transportar los productos resulta tan costoso que no vale la pena hacerlo.
Así, la selva se deteriora, y donde antes estaban las Farc y el ELN, ahora solo queda este último que se fortalece y ocupa el vacío de una paz inacabada. La guerra tiene tantos efectos, que tuvimos que jerarquizar a las víctimas y priorizar al ser humano. Pero ¿dónde quedan los bosques? El día a día del conflicto armado golpea cientos de especies y ecosistemas que se vuelven invisibles detrás de la tragedia humana.
Las Farc ejercían el poder en sus territorios a falta de un Estado visible, vetaban la entrada a grandes proyectos mineros e impartían justicia a quienes talaban o contaminaban los ríos para extraer oro u otros minerales. Una vez entregaron las armas, el ELN empezó a ejercer ese control. “En muchas partes el Estado no había llegado con sus proyectos de multinacionales por la presencia guerrillera. Pero, a la salida de las Farc de muchos territorios donde no estamos nosotros, eso entra todo mundo… Ya estamos llegando nosotros, y aquí no van a venir a deshacer”, dijo una jefe del ELN de la zona.
Sin embargo, repetidas acciones del ELN contra la infraestructura petrolera –como los ataques contra el oleoducto Caño Limón-coveñas desde su construcción– han dejado efectos inconmensurables y plantean interrogantes frente a ese discurso. El proceso de paz permitió ver los estragos del conflicto de manera más amplia y buscar construir y reconstruir. Pero hoy esa oportunidad se desdibuja.