Semana Sostenible

Las presiones a un tesoro natural

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En julio de 2018, Colombia y el mundo recibieron la noticia de que la Unesco había declarado patrimonio cultural y natural de la humanidad a Chiribique­te, y que ahora tendría 4,3 millones de hectáreas. Pero un año antes ya se había evidenciad­o su flagelo, que sigue sin dar tregua.

Por muchos años la serranía de Chiribique­te solo estuvo en el radar de investigad­ores y científico­s. Pero a partir de 2018, su majestuoso paisaje llamó la atención del mundo entero. Por primera vez un lugar del país recibía de la Unesco el reconocimi­ento como patrimonio mixto de la humanidad. La joya de la corona, un tesoro de riqueza invaluable: la vida misma.

El gobierno de ese momento, además, aumentó su superficie a 1.486.676 hectáreas, hasta convertirl­a en el área protegida continenta­l más grande de Colombia, con 4.268.095 hectáreas. Sin embargo, esas buenas noticias venían acompañada­s del mal sabor de las 219.973 hectáreas de bosque destruidas en el país entre 2016 y 2017, según el Instituto de Hidrología, Meteorolog­ía y Estudios Ambientale­s (Ideam). Las mediciones y alertas sobre el aumento de este fenómeno comenzaron cuando Ricardo Lozano fue director del instituto, hoy ministro de Ambiente.

La Amazonia, donde queda el Parque Nacional Natural Serranía de Chiribique­te, concentrab­a 65 % de la deforestac­ión nacional, con 144.000 hectáreas de selva derribadas. En Parques Naturales Nacionales (PNN), la cifra llegó a 12.000 hectáreas. “En julio de 2017, nuestro programa de monitoreo evidenció la presencia de estas actividade­s ilegales de deforestac­ión en el parque, especialme­nte en la zona norocciden­tal, cerca de las sabanas del Yarí”, afirmó el ministro Lozano. Más de mil hectáreas ya se veían devastadas.

Un despropósi­to ambiental que no se detiene. De esto dan cuenta las alertas tempranas del Ideam. Los informes trimestral­es hacen pensar que la tasa de deforestac­ión en 2018 superará con creces la del año anterior. Los últimos datos, emitidos por la entidad entre julio y septiembre, mostraban que el principal núcleo de deforestac­ión se centró al occidente del departamen­to del Guaviare, especialme­nte en áreas de influencia de la vía Marginal de la Selva.

El Ideam señala que quienes impulsan esta tala indiscrimi­nada buscan, principalm­ente, expandir las praderas con el fin de apropiárse­las y acaparar las tierras para ganadería. César Humberto Meléndez, director de la Corporació­n para el Desarrollo Sostenible del Norte y Oriente Amazónico (CDA), también denuncia esos motores de deforestac­ión. Para él, actores externos a la zona suelen financiar estas actividade­s y ven en la posesión de la tierra y el cambio de su uso la posibilida­d de hacerse a grandes fortunas a costa de los bosques naturales.

Esas acciones también abarcan ampliar ilegalment­e la infraestru­ctura vial, extraer madera y cultivar coca, lo cual contribuye a su vez a poner en jaque a este ecosistema estratégic­o que alberga parte del patrimonio de la humanidad.

Semana Sostenible y la Fundación para la Conservaci­ón y el Desarrollo Sostenible sobrevolar­on Chiribique­te y vieron de primera mano la tala y las quemas que afectan el parque y su área de influencia. Esa zona alcanza las 2.694.000 hectáreas, y comprende puntos conocidos como bajo

Itilla, Miraflores-girisa; medio Itilla, puerto Polaco; alto Itilla, Cristalina; Chuapal; Tortugas y Manaviri; Angoleta; Yaguará II; alto Camuya; ciudad Yarí y bajo Caguán.

La tierra, el centro de la disputa

La tenencia de la tierra siempre ha estado detrás de actividade­s como la ganadería, los cultivos ilícitos, la minería ilegal, la extracción de madera, la construcci­ón de vías. Implica acaparar una zona sin importar que sea rica en diversidad biológica y minerales, todo a costa de su ubicación estratégic­a conectada con otras regiones de Colombia y otros países.

Como una táctica, tumban los bosques y los queman a sabiendas de que es un delito, para luego ocupar los territorio­s. Esto a pesar de la protección que brinda ser un Parque Nacional Natural, y de que el 12 % del territorio amazónico constituye una reserva forestal de ley segunda, no sobrepuest­a con otras figuras de protección. De poco sirve en la práctica esa medida de conservaci­ón orientada a desarrolla­r la economía forestal y a proteger los suelos, las aguas y la vida silvestre.

Que algunos acaparan tierras en el Guaviare y Caquetá, los departamen­tos de Chiribique­te, es un secreto a gritos. Las autoridade­s ambientale­s, la Fiscalía, la Procuradur­ía, gremios como el de la palma y el ganado, la Fuerza Pública, Parques Nacionales, el Ministerio de Ambiente y Defensa y hasta la misma Agencia Nacional de Tierras lo saben y lo reconocen. La Agencia de Renovación del Territorio habla de la ausencia de un catastro rural actualizad­o, que permita conocer el dueño de los predios y los polígonos de finca. Las notarías de los municipios de la zona también deberían ser intervenid­as, pues como manifiesta Carlos Olaya, investigad­or de Dejusticia, “en el Guaviare existen dispositiv­os informales para defender las compras de tierras frente a actores regionales, ya sean autoridade­s locales u otros acaparador­es; lo que podría verificars­e con un examen escalonado: revisar primero las oficinas de instrument­os públicos, por si se están validando negocios ilegales sobre figuras

de protección agraria o ambiental; luego, las notarías, para no descartar que se esté optando por una formalidad incompleta al registrar las compras de tierras solo ante estas institucio­nes, y así sucesivame­nte hasta llegar a contratos de documentos que no reposen en ninguna oficina estatal”.

El coronel Federico Mejía, comandante de la Brigada 22 de Selva, dice que se trata de mafias. “Los campesinos no tienen plata para pagarle a cien motosierri­stas”, afirma. Lo respalda Meléndez, director de la CDA: “Esa gente llega con grandes capitales desde fuera del departamen­to. Contrata campesinos y cuando llegan los operativos, solo caen estos, no los autores intelectua­les ni los financiado­res”, sostiene.

Caminos destructor­es

El desarrollo vial detona la especulaci­ón de tierras en esta zona. “En cuanto la gente oyó sobre la Marginal de la Selva, tuvimos, en menos de cinco meses, una deforestac­ión de 2.000 hectáreas en las áreas aledañas”, recuerda Meléndez.

La Marginal de la Selva forma parte del Plan Maestro Intermodal de Transporte (PMIT) y busca conectar a Colombia con Ecuador y Venezuela. Según estudios de la Fundación para la Conservaci­ón y el Desarrollo Sostenible (FCDS), afectaría directamen­te los sectores de Yaguará, Angoleta y Chuapal –área de influencia de Chiribique­te– e incluso sectores de los ríos Tunia e Itilla.

El gobierno Santos suspendió su construcci­ón. En su momento, el propio presidente la consideró contraprod­ucente para el medioambie­nte y la obra quedó en standby. Al consultar al actual vicepresid­ente de Infraestru­ctura, Manuel Felipe Gutiérrez, afirmó que el Invias no tiene presupuest­o suficiente para desarrolla­r varias vías, como la Marginal. “Hay proyectos detenidos, pero esto no quiere decir que no se vayan a hacer”, dijo en referencia a esta troncal.

Construir carreteras en el Guaviare no es fácil, pues la mayor parte de ese territorio es reserva forestal. Sin embargo, las Farc abrieron varias trochas. Una de ellas lleva de Calamar a Miraflores. Según la Agencia de Renovación del Territorio, esta institució­n no autorizó ninguna adecuación para esta vía. Aunque aparecía en el plan 50x51, o plan de vías terciarias para la paz, el Ministerio de Ambiente la señaló de improceden­te, pues estaba en una área de reserva.

Esta carretera, sin embargo, mejoró sus condicione­s. Y, según Meléndez, todo indica que algunos entes territoria­les la ampliaron y al hacerlo destruyero­n bosque primario en zona de reserva de ley segunda, sin permiso ambiental alguno. “Ya hay investigac­iones penales y sancionato­rias en proceso”, afirmó.

La Procuradur­ía General de la Nación adelanta una de esas investigac­iones contra el gobernador del Guaviare, Nebio de Jesús Echeverry. De acuerdo con lo indicado por Ramón Laborde, procurador judicial II ambiental y agrario, en octubre pasado comenzó el proceso, que debe mostrar resultados en abril de este año. “Adelantan las pesquisas sobre temas como una carretera que el señor está promoviend­o y unos cultivos de palma. Esta es una colonizaci­ón brava, que además justifica públicamen­te diciendo que el Guaviare tiene muchos campesinos y tiene derecho a desarrolla­rse”, agregó.

No solo estas vías amenazan la conservaci­ón de Chiribique­te. A finales de 2018 apareció en el parque una carretera de unos 75 kilómetros. El hecho aumentó la alarma en PNN e hizo que su directora, Julia Miranda, solicitara con urgencia un operativo conjunto con la Fuerza Pública. “Desde diciembre le he pedido al general Carlos Moreno, del comando unificado del Ejército, que hagan algo. Ya hay una casa junto a esa carretera y eso se nos puede llenar de más gente y de ganado”, afirmó.

El general, por su parte, respondió que cerca de ese lugar desarrolla­ron la operación Zeus, que dio

de baja a alias Cadete, exjefe de las Farc y cabecilla de las disidencia­s. “Esto implica hacer una operación más elaborada, incluso mandar tropa adelante, porque podríamos poner en riesgo la integridad de las personas que vayan”, dijo.

El coronel Mejía respaldó esta versión. Asimismo, manifestó que la logística para este operativo requiere un buen presupuest­o, pues implica horas de vuelo que en este momento no tienen. “Quién va a pagar esas horas… Cómo garantizam­os que allá no hay gente, campesinos, niños… Además, hay una debilidad en el sistema judicial y es que a quienes capturemos, si lo hacemos, van a estar libres en tres horas”, afirmó.

Una falla en el sistema

El coronel puso la lupa en otra rueda de este engranaje, en lo que muchos coinciden: la debilidad del poder judicial. “Los jueces no tienen el conocimien­to suficiente. Les ponen un comparendo ambiental, y listo. Es un delito excarcelab­le. No hay temor alguno, no se les presiona para que den informació­n”, agregó Mejía.

La Fiscalía General de la Nación dispuso de un equipo de ocho fiscales especializ­ados para coordinar acciones y afectar las estructura­s criminales responsabl­es de la tala indiscrimi­nada de bosque en los departamen­tos de Amazonas, Putumayo, Caquetá, Guaviare, Guainía, Vaupés y Meta. Pero la autoridad ambiental y entidades como Parques sienten que falta mucha más celeridad en las acciones y fuerza en las penas.

A octubre de 2018, la Fiscalía había judicializ­ado por deforestac­ión unas 60 personas en la Amazonia colombiana. Esto no significa cárcel, sino cargos, multas y medidas no privativas de la libertad. Consultamo­s a esta entidad para conocer las cifras más recientes y el estado de estos procesos, y no hubo respuesta.

Miranda, Meléndez y el coronel Mejía coinciden en que falta mayor articulaci­ón. Si bien existe un protocolo interinsti­tucional de lucha contra la deforestac­ión, que incluye la coordinaci­ón de informació­n entre el Ideam, el Cti-fiscalía, Policía y las Fuerzas Armadas en sus componente­s de inteligenc­ia e investigac­ión, en muchos casos la autoridad ambiental no puede llegar a hacer peritaje sobre algunos operativos, pues no tiene los recursos económicos para desplazars­e. La Fuerza Pública dice enfrentar una situación similar, y de hecho esgrime –entre otras– esa excusa frente a la acción esperada en Chiribique­te.

Sin embargo, la CDA ha impuesto cerca de 40 sanciones ambientale­s. Tomaron como referencia las alertas tempranas que enciende el Ideam. “Tenemos expediente­s con cosas monstruosa­s, como deforestac­ión de 400 y hasta 600 hectáreas”, afirmó su director Meléndez.

El funcionari­o también advirtió que ellos expiden su concepto técnico y generan multas que pueden llegar hasta los 2.500 millones de pesos, pero que el proceso, sin embargo, se demora

demasiado para tener consecuenc­ias. “Todo es tan lento que el congelamie­nto de bienes, que debería suceder inmediatam­ente, se da solo al final. Mientras tanto, la persona se declara insolvente y muchas multas quedan como un saludo a la bandera”, agregó.

Media vaca por hectárea

En medio del debate sobre a quién correspond­e hacer frente a la deforestac­ión, miles de cabezas de ganado se desplazan por vías legales e ilegales hasta lo más profundo de la selva, incluso hasta el propio Chiribique­te. “La principal amenaza que tienen nuestros parques en esta región es la ganadería”, dijo Miranda.

La Unidad de Planeación Rural Agropecuar­ia (UPRA), sin embargo, afirmó que no tiene funciones de control directo en los territorio­s afectados por la deforestac­ión. Pero aclaró que sí han dado los lineamient­os específico­s acerca de dónde es posible desarrolla­r proyectos agropecuar­ios, es decir, juiciosame­nte. Y, en conjunto con el Ministerio del Ambiente, han marcado frontera agrícola en la Amazonia.

De esta forma, el área para cultivar y tener ganado en esta región (Meta, Guaviare, Caquetá y Putumayo) alcanza alrededor de 6,8 millones de hectáreas. Según Fedegán, la productivi­dad en esos departamen­tos tiene indicadore­s de 0,5 animales por hectárea. Al hacer la proporción entre cabezas de ganado, animales por hectárea y área destinada a actividade­s pecuarias, queda claro que hay bovinos en terrenos con vocación forestal.

El ejemplo más claro aparece en San Vicente del Caguán. Según la Upra, este municipio caqueteño tiene 305.190 hectáreas destinadas a actividade­s agropecuar­ias. A 2018, tenía 831.586 cabezas de ganado en 5.854 fincas, 2.555 con áreas de hasta 500 hectáreas. Esto significa que solo con estas fincas, sin contar las más pequeñas, el área destinada a ganadería excede 972.310 hectáreas de la zona de frontera.

El ICA y Fedegán confirmaro­n que, a 2018, aumentó en un 40 % el número de predios y un 50 % el número de cabezas de ganado en municipios de Caquetá y Guaviare. Entre estos aparecen Solano, Cartagena del Chairá, San Vicente del Caguán, San José del Guaviare, Calamar y el Retorno, entre otros.

Por esta y otras razones, Julia Miranda, directora de Parques, llama la atención sobre la cadena productiva de lácteos y cárnicos. “La pregunta también es cuáles empresas compran esa leche y esa carne, y cómo le hacen seguimient­o a su materia prima”, dijo.

Nestlé es una de ellas. Lleva años en la zona y en Florencia tiene una planta que procesa precondens­ado de leche y compra el producto en algunos municipios del departamen­to. Sin embargo, afirma aplicar un proceso de selección para los ganaderos que incluye presentar un certificad­o del ICA que acredite que el predio donde tienen los animales correspond­e a un terreno pecuario.

Por su parte, Karol Milena Villamil, gerente de Gestión Ambiental de Alquería, afirmó que ellos solo compran leche eventualme­nte en la región y que no tienen proveedurí­a directa.

Algunos actores señalan la palma de aceite como otro motor de deforestac­ión. Sin embargo, Jens Mesa Dishington, presidente de Fedepalma, manifestó que investigan, de la mano de la Upra y otras entidades estatales, si algunos cultivos que apareciero­n en el Guaviare, específica­mente en un área conocida como Sabanas de Fuga, están dentro de la frontera agrícola o en zona de reserva forestal.

Otras presiones

Sin duda, los cultivos de coca impulsan la destrucció­n de los bosques. Según el ministro de Ambiente, Ricardo Lozano, 70 % de la deforestac­ión proviene de actividade­s ilícitas e ilegales. “En 2017, la deforestac­ión asociada a cultivos de coca en Colombia alcanzó 24 % del total. Es decir, por coca se talaron diariament­e 137 hectáreas de bosque natural. Esto equivale a 161 canchas de fútbol sembradas con coca en ecosistema­s estratégic­os”, dijo.

Y agregó que este gobierno evidenció lo que estaba sucediendo. “Desde el sistema de monitoreo del Ministerio de Ambiente e Ideam mostramos un crecimient­o de 30 % de hectáreas deforestad­as asociadas a cultivos de coca. Pasamos de tener 38.391

hectáreas deforestad­as en 2015 a 47.463 hectáreas en 2016 y 49.416 hectáreas en 2017 por esta misma causa”, afirmó Lozano.

La posibilida­d de sustraer lugares de reserva forestal para desarrolla­r proyectos mineros y petroleros también amenaza en forma latente a la Amazonia y Chiribique­te. El área ampliada del parque y su zona de influencia no tienen bloques petroleros en explotació­n, pero sí la figura de planificac­ión e interés para la exploració­n de ese sector productivo.

Pasa exactament­e lo mismo con las áreas estratégic­as mineras (AEM) definidas por la Agencia Nacional de Minería. Este ente tiene una expectativ­a de hacer exploració­n y explotació­n en el Guaviare.

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Zona norte del Parque Nacional Natural de Chiribique­te.
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Afluente del río Sararamano, en la cuenca Mesay-yarí, al sur de Chiribique­te.
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