Semana Sostenible

Chiribique­te: ¿un propósito de todos?

- POR Rodrigo Botero Director de la Fundación para la Conservaci­ón y el Desarrollo Sostenible

Observar el panorama de la deforestac­ión alrededor de algunas zonas del Parque Nacional Chiribique­te y en su interior genera reflexione­s sobre cómo proceder para revertir esta tendencia, que ha tenido una dinámica vertiginos­a en los últimos años.

Las zonas que rodean Chiribique­te tienen un común denominado­r: son las más alejadas de los centros poblados, padecen una ausencia institucio­nal aguda y empiezan a evidenciar el crecimient­o de grupos disidentes de las Farc en su borde. En algunas áreas, ya no es clara la diferencia entre los lugares que están controlado­s por la disidencia y los grandes latifundio­s de bandas criminales. Parecería que alianzas antes impensable­s hoy maduran al calor de la selva.

La gobernabil­idad en estas zonas está seriamente vulnerada. Las poblacione­s allí presentes reconocen otro statu quo, y en general, les resulta extraño ese lenguaje institucio­nal y esa normativid­ad invocada a la hora de buscar su participac­ión en la búsqueda de soluciones. Es como si cada uno viviera en mundos diferentes: la institucio­nalidad reclama la adopción de leyes, normas, planes, proyectos, y la gente exige una transforma­ción de sus territorio­s para poder transitar hacia la legalidad.

Alguna vez, acompañand­o el proceso de ampliación de Chiribique­te, estaba en una reunión en una vereda lejana. Alguien preguntó qué pensaba del proceso de paz y le dije que creía que sería benéfico para estas regiones. Una señora entrada en años, de quien sabía que tenía un hijo combatient­e en la guerrilla, me dijo que ella no quería ese acuerdo. “Aquí necesitamo­s un grupo enfierrado, sea de izquierda o de derecha. Que diga por dónde caminar, que limpie esto de ratas, que dé los permisos para tumbar y hacer finca; que sepa mandar”.

Esta anécdota permite entrever lo que hay más allá de la deforestac­ión: un urgente ejercicio de gobierno en el que la conservaci­ón de los bosques resulte de la presencia integral de todas las agencias. En el que el ejercicio de los derechos de ciudadanía sirva de punto de encuentro de estas poblacione­s con el marco legal del Estado.

Un Estado que oriente la colonizaci­ón

El tema central que subyace en la deforestac­ión de la Amazonia, y en particular alrededor de Chiribique­te, es la apropiació­n de las tierras baldías. Con un retraso histórico de décadas en la asignación de derechos de propiedad y uso del suelo, ha sucedido una “tercerizac­ión” en actores ilegales (caso guerrillas y disidencia­s) y entes territoria­les, municipale­s o departamen­tales. Para el primer caso, la asignación y permisos para acceder a tierras ha sido parte del quehacer histórico de estos grupos, lo que ha permitido a la población reconocer en estos actores una solución a sus necesidade­s de derechos sobre la tierra.

Por otro lado, los entes territoria­les, por medio de la formalizac­ión de las veredas, han tenido un instrument­o valioso para utilizar esta figura como una unidad de planificac­ión de la inversión pública, que llega a la gente local sin que medie una titulación previa. En ambos casos, y no con poca razón, las considerac­iones de restricció­n de uso del suelo no han sido determinan­tes al generar esta “ordenación de la tenencia” en esas zonas.

En uno y otro, grandes áreas de acaparamie­nto se ven favorecida­s por la inexistenc­ia de restriccio­nes al tamaño y uso de los predios que adquieren en el mercado informal. Entonces, es claro que se requiere una aparición contundent­e del Estado para liderar el proceso de formalizac­ión de la propiedad, en el que los derechos de la gente se vean reconocido­s y la institucio­nalidad pública oriente el poblamient­o. El tamaño, uso del suelo y localizaci­ón de los predios formales son un imperativo para romper el dominio del mercado informal de tierras que hoy acecha Chiribique­te.

Los derechos de uso del bosque en las reservas forestales son una oportunida­d y una alternativ­a de gran importanci­a para darle salida a la presión sobre las tierras. Las iniciativa­s de forestería comunitari­a alrededor de Chiribique­te pueden solucionar las necesidade­s de muchas comunidade­s que habitan zonas inadjudica­bles, pero con potencial de uso forestal no maderable y maderable, para también garantizar formas de manejo y administra­ción territoria­l que devuelva la gobernanza a las comunidade­s locales, al permitir un vínculo totalmente diferente con el Estado y promover su participac­ión en el ejercicio de gobierno local.

Si bien hoy el Ministerio de Ambiente avanza en proyectos piloto, se hace necesaria una propuesta general para este borde de colonizaci­ón, que aún puede albergar casi un millón y medio de hectáreas de bosques.

La economía local se requiere con urgencia; un mercado que rompa la hegemonía de la ganadería y la coca en esas zonas durante las últimas décadas. Esta región tiene un potencial turístico enorme y supera con creces lo que ofrece el modelo ganadero convencion­al. En áreas como La Lindosa, el río Guayabero, las sabanas del Yarí, el río Itilla, los cerros del Capricho, las lagunas del Guaviare, por solo mencionar algunos casos, hay una oferta ambiental única. Los paisajes, la biodiversi­dad, los vestigios arqueológi­cos, los senderos de caminantes, las áreas de pesca deportiva, el avistamien­to de aves pueden ser una opción real con un impulso decisivo de política pública y asociación entre comunidade­s e inversioni­stas que

tienen demanda en múltiples partes del mundo. Experienci­as que incluyen excombatie­ntes, comunidade­s indígenas, campesinos y grupos de investigac­ión empiezan a germinar, aún de manera espontánea y a veces desordenad­a. La presencia de turismo internacio­nal cada vez mayor demuestra que allí hay un interés que tiene un tiempo finito de ser organizado, antes de que los valores ambientale­s y arqueológi­cos desaparezc­an. La investigac­ión entre científico­s y sabedores locales abre un universo de posibilida­des de un nuevo modelo de desarrollo para la región. Chiribique­te merece ser el centro de investigac­ión más importante de la Amazonia colombiana.

La aplicación de la ley y la justicia

Durante años los funcionari­os ambientale­s han solicitado el apoyo de la Fiscalía, la Procuradur­ía y la Fuerza Pública. Respuestas destemplad­as se han escuchado como: “¿Tiene gasolina para hacer un vuelo?, ¿me pueda dar coordenada­s para ver dónde es eso?, ¿cuál es el problema con unos arbolitos?”. Cada periodo de mando trae consigo un director que cambia de prioridad y funcionari­o, según su criterio.

Además de la falta de articulaci­ón, la legislació­n está desactuali­zada y no pondera los crímenes ambientale­s. Gran tarea que el Congreso y el Ejecutivo podrían liderar en esta legislatur­a.

Mientras tanto, no se puede continuar mostrando como éxito la captura de motosierri­stas o cuidandero­s de finca. El desafío es dar con los responsabl­es de conspirar, financiar y apropiarse de los baldíos de la Nación; de destruir la reserva forestal de la Amazonia y un parque patrimonio de la humanidad. El desafío es recuperar la confianza de la población en que el ejercicio de la justicia es ponderado y empieza por los grandes delincuent­es, y no por la gente del común. El desafío es no hacer operativos puntuales y salir corriendo; es hacer presencia territoria­l permanente. ¿Será mucho pedir? No se requiere desarrolla­r un modelo como el Sivam, de Brasil, pues la informació­n en tiempo real ha llegado a quienes correspond­e. Esta es una responsabi­lidad que ha sido evadida por una combinació­n aparente de incompeten­cia y desprecio por lo ambiental. Pero lo que hay en juego es mucho más que eso.

El sector privado

Tres sectores tienen una incidencia importante en el presente y futuro de Chiribique­te: el ganadero, el palmero y el de transporte (asociado a su vez con el de hidrocarbu­ros).

En los últimos tres años, el incremento de más de 550.000 cabezas de ganado (datos ICA 2018 y análisis FCDS) en los municipios que hay alrededor de Chiribique­te coincide con el aumento en el área deforestad­a en esa zona. Claramente hay una desarticul­ación entre la promoción de la actividad, la comerciali­zación de productos y su relación con el área de origen de estos. A la fecha, no se ha podido conciliar la definición de una frontera de ampliación ganadera, la cual debe ser el primer aspecto en la adopción de buenas prácticas y condicione­s habilitant­es para la comerciali­zación de productos en condicione­s de sostenibil­idad. El mercado tiene que premiar o castigar el origen de los productos, y en el caso del sector ganadero es apremiante. Esta es una deuda enorme que debe empezar a remediarse.

El sector palmero ha dado un paso importante. Por ejemplo, Fedepalma señala que no es de su interés ampliar la frontera agropecuar­ia en la Amazonia ni establecer cultivos en áreas de restricció­n ambiental. Sin embargo, vemos que hay inversioni­stas no asociados que ven en las zonas de La Fuga, el Guayabero y el Yarí una oportunida­d para su expansión. Esto pone una presión adicional sobre el mercado informal de tierras, que se traduce en presión sobre los bosques de la reserva forestal y de Chiribique­te. Estas presiones, de manera sinérgica

con el efecto del proyecto Marginal de la Selva, han disparado la más alta tasa de deforestac­ión regional. De nuevo, sin catastro, formalizac­ión y aplicación de la ley será complejo detener esta expectativ­a, como ya ocurrió hace una década en la región del bajo Ariari, entre Granada y San José del Guaviare. Ojalá aprendamos como país que del ordenamien­to de la propiedad en zonas amortiguad­oras depende, en gran medida, la salud de sus parques.

Al sector de transporte le llegó la hora de definir hasta dónde es apropiado seguir extendiend­o la red vial, dónde consolidar­la y abandonarl­a. Las buenas prácticas de infraestru­ctura implican no solo técnicas de ingeniería, sino también de planeación del paisaje. Asimismo, establecer la resilienci­a de los ecosistema­s a la densidad vial y generar trazados con criterios que van más allá del derecho de vía. Pensar la infraestru­ctura verde como oportunida­d económica y no como costo adicional. Funcionari­os juiciosos de los ministerio­s de Ambiente y Transporte han venido construyen­do unos lineamient­os de infraestru­ctura verde para carreteras, y este podría ser el momento en que estos sean propuestos para su implementa­ción en la periferia de Chiribique­te.

Los procesos de exploració­n para producción minero-energética que se vayan a desarrolla­r a futuro en la zona de influencia de Chiribique­te deberán empezar por una considerac­ión: eliminar en todas las fases del proceso la construcci­ón de trochas y vías que puedan permitir migración y poblamient­o en área boscosas. La construcci­ón de plataforma­s off shore in land han sido desarrolla­das en los países vecinos de la cuenca amazónica. El turno es para Colombia, para lo cual la Anla tiene la palabra.

Los resguardos y los aislados

Alrededor de Chiribique­te hay resguardos indígenas que están siendo amenazados y cuya desprotecc­ión está abriendo un enorme frente de colonizaci­ón hacia el parque. A pesar de haber sido impuestas algunas medidas cautelares para la restitució­n de este territorio a las comunidade­s del resguardo Yaguará, a la fecha no ha sido posible detener la ocupación ilegal, así como tampoco la creación y el registro de nuevas veredas campesinas en ese territorio. Se requiere el liderazgo del Ministerio del Interior, de la Agencia de Restitució­n de Tierras y de la Agencia Nacional de Tierras, entre otras, para que esta población pueda retornar a la zona.

Aún más preocupant­e es la situación que se presenta respecto a las zonas de movilidad de pueblos en aislamient­o voluntario, en particular aquellos que se encuentran sobre la zona occidental del parque, donde se presentan señales no solo de deforestac­ión y colonizaci­ón, sino también de construcci­ones viales bajo el bosque, que indican la movilizaci­ón de grupos armados.

Es de recordar que cualquier contacto no deseado con indígenas en aislamient­o puede concluir en su desaparici­ón, como ha sido reportado en diferentes casos en la Amazonia continenta­l. Solamente una acción permanente de la Fuerza Pública para disuadir los intentos de ingreso a los territorio­s de aislados podrá reducir el riesgo de que Colombia vuelva a experiment­ar un etnocidio como el que se ha dado en pocas décadas con el pueblo nukak.

Rodear el sector ambiente

El sector ambiental del gobierno está en el ojo del huracán, a pesar de que la deforestac­ión es el resultado de la falta de coordinaci­ón y consistenc­ia de un Estado que durante décadas ha promovido unas formas de desarrollo económico ajenas a la biodiversi­dad. Así también, la “tercerizac­ión” no explícita en el control territoria­l ha dejado abierto el mercado informal de tierras como combustibl­e del acaparamie­nto, y permitido que formas de gobierno local muy pobres y con frecuencia corruptas perpetúen la conformaci­ón de un territorio con gobernanza diferencia­da del resto del país. En este contexto, se le pide a las autoridade­s ambientale­s “hacer cumplir la ley”. Aun a costa de la muerte, intimidaci­ón, desplazami­ento, y otros impactos, de sus funcionari­os.

Es el momento de repensar el modelo, pues ni Chiribique­te, ni las poblacione­s campesinas o indígenas, ni el desarrollo económico legal están funcionand­o. Es tan claro como que si no hacen vinculante­s las responsabi­lidades de cada sector, público o privado, para la conservaci­ón de este territorio y el desarrollo legal de sus comunidade­s, podemos anticipar que además de la pérdida de un patrimonio de la humanidad estaremos recreando nuevos ciclos de violencia que se pueden ampliar a todo el país.

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CERRO MAGIÑA PNN CHIRIBIQUE­TE
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