Semana Sostenible

Cambio climático

- POR Isabel Cavelier Asesora sénior en Mission 2020

En materia de cambio climático, el nuevo Plan Nacional de Desarrollo (PND) está bien orientado, pero se queda corto y, en ocasiones, carece de coherencia.

El Plan hace un diagnóstic­o acertado de la situación nacional en la materia, y define una serie de objetivos pertinente­s para avanzar en la dirección correcta. En el Pacto por la Sostenibil­idad propone “avanzar hacia la transición de actividade­s productiva­s comprometi­das con la sostenibil­idad y la mitigación del cambio climático”, mejorar el transporte, impulsar las energías renovables no convencion­ales, y “avanzar en el conocimien­to de escenarios de riesgo actuales y futuros para orientar la toma de decisiones en la planeación del desarrollo”, entre otras.

Sin embargo, las estrategia­s planteadas carecen en varios casos de precisión, y más aún, la mayoría de las metas definidas como medidas para cumplir los objetivos son poco ambiciosas. Un ejemplo significat­ivo es la meta de hectáreas con producción ganadera sostenible, que pasa de 72.000 a 147.000. Hoy en día, según el Instituto Geográfico Agustín Codazzi, en Colombia hay 14 millones de hectáreas dedicadas a esta actividad, cuando solo 2,7 millones son aptas para ese fin. Por otra parte, está la meta de alcanzar 2.600 vehículos eléctricos; cifra realmente pequeña si se tiene en cuenta que cerramos 2018 con cerca de 14 millones.

El ejemplo más grave es sin duda la meta para frenar la deforestac­ión. Es bien sabido que la mayor cantidad de gases de efecto invernader­o en Colombia proviene de la tala acelerada de nuestros bosques, que son, además, parte fundamenta­l del ecosistema y nos permiten adaptarnos al cambio climático. Sin embargo, el PND se propone, en vez de frenar o disminuir este alarmante fenómeno, mantener el crecimient­o anual tal como está. La meta está formulada en términos de crecimient­o de la deforestac­ión respecto al año anterior, y planea pasar de 23 % al 0 %; esto significa que la idea es que sigamos en las mismas durante cuatro años más. Una meta sencillame­nte inaceptabl­e.

El Plan es directamen­te incoherent­e cuando se lee además el ‘Pacto por los recursos minero-energético­s para el crecimient­o sostenible y la expansión de oportunida­des’. Aunque hay algunas referencia­s a la necesidad de incentivar las energías renovables no convencion­ales, incluye metas que esperan aumentar las toneladas de carbón que extraemos del subsuelo, incrementa­r las reservas y producción de hidrocarbu­ros, y el uso del carbón térmico como fuente de generación de energía eléctrica para casos en que disminuya la capacidad de generar energía hidráulica. Una de las cifras más impactante­s es que se planea cuadruplic­ar la cantidad de pozos explorator­ios de petróleo perforados.

Esta incoherenc­ia, que consiste en buscar aumentar el uso y disponibil­idad de hidrocarbu­ros en nuestra economía, se combina con la total ausencia de un plan de transición bien definido, que permita avanzar desde ya en la diversific­ación económica y energética para ser un país responsabl­e con nuestro propio futuro en materia de cambio climático.

En conclusión, el Plan se parece a algunos anteriores en los que con una mano se borra lo que se hace con la otra. Bien sabemos que existen intereses económicos, sociales y ambientale­s por balancear en un ejercicio como este. Pero, en este caso, se requiere un mayor compromiso político con metas ambiciosas y coherentes a lo largo de la agenda de progreso. Es urgente y necesario; es un imperativo del momento planetario que vivimos.

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