Una colombiana en la Antártida: travesía
El 31 de diciembre de 2018 zarparon a la Antártida 80 mujeres líderes en ciencia y cambio climático de 30 países. Se trataba de la expedición de liderazgo Homeward Bound. La ambientalista Carolina García representó a Colombia en este viaje. Este es su relato.
El viaje
Acabo de llegar de nuestra parada en la isla Cuverville, donde está una de las colonias más grandes de pingüinos papúa, una de las tres especies de este animal que he visto en el viaje. Fue un día blanco y frío en el que no paró de nevar. Muy diferente a los otros: soleados, propios del verano que nos acompaña en esta expedición por la península Antártica, en la que nunca anochece. Cuando llegué a mi cabina, tenía los dedos de los pies congelados, y recuperar el calor me dolió muchísimo. Allí todas las sensaciones son fuertes.
Pasar por Drake, el tramo de mar que separa a América del Sur de la Antártida, no fue fácil. Las olas pueden alcanzar 14 metros. En nuestro caso, el barco duró moviéndose fuertemente dos días. Era imposible mantener el equilibrio para ir al baño o caminar por los corredores. Como no sabía si me iba a enfermar, me tomé una fuerte dosis de Dramamine, que me dejó en cama y me hizo sentir más enferma de lo que hubiera estado sin el medicamento.
Llegamos a las islas Shetland, la primera parada de la península. Vimos el primer iceberg y casi nos enloquecemos. Llegar a la Antártida es lo más parecido a aterrizar en otro planeta. Es una travesía más allá de lo terrestre. Un continente de hielo, glaciares y montañas, donde está congelada más de 70 % del agua dulce que tenemos. No deja de maravillarme.
Con el sol en pie, salimos en un bote de goma a ver ballenas por el archipiélago Palmer, donde están las rocas Hydrurga. Nos tocó una pareja de jorobadas que pasaron a no más de 5 metros de distancia. Fue un momento de plenitud. Oíamos su respiración, moviéndose en total sincronía. Enormes y majestuosas. Es difícil dimensionar lo magníficas que son cuando uno las ve desde lejos en el barco. Aún me cuesta creer que en algún momento de la historia las llevamos al borde de la extinción.
El impacto
Aunque a simple vista la Antártida aún parece prístina, no lo es. Hay cerca de 75 estaciones científicas en el continente,
donde viven cientos de personas, cuya subsistencia deja la fuerte huella del hombre. Desde derrames de gasolina hasta un mal manejo de desechos: el continente de hielo no se salva de nuestro impacto.
Me pregunto si realmente son necesarias tantas estaciones. Las investigaciones científicas son de punta: desde el descubrimiento de nuevos recursos genéticos con propiedades curativas hasta la historia climatológica de la humanidad. Hay más de 30 países con bases en la Antártida. ¿Acaso no duplican esfuerzos? Las estaciones son también un acto de soberanía en un territorio que legalmente no tiene dueño.
Aunque la Antártida es imponente, también es frágil y vulnerable. La península es uno de los lugares que se está calentando más rápidamente en el mundo. Cada vez se derrite más el continente y se reduce el hielo marino que se forma en invierno, del que depende el kril, la base de la cadena alimenticia. Los pingüinos adelia son uno de los principales perdedores. Esto es tan solo la punta del iceberg.
La Antártida me reconectó con la naturaleza y con mi propósito de dedicar mi vida a conservarla.
El propósito
Este viaje ha sido de humildad, introspección y aprendizaje. De reflexionar y aprender sobre qué clase de líderes queremos ser, cómo son los que el mundo necesita y sobre todo, qué herramientas necesitamos para lograrlo. La premisa es sencilla pero poderosa: lo que yo quiero debe ser lo que el grupo necesita.
Ha sido una aventura de absoluta colaboración, confianza y cariño. Ni una sola pelea ni un solo mal rato. He compartido día y noche con más de 80 mujeres que solo me han dado cariño, una familia. ¿Cómo sería de diferente el mundo si fuéramos como mi barco en la Antártida: más constructivos y más compasivos con el otro?
Ellas hacen que esta experiencia lo valga todo. Cada conversación es un regalo. Estoy con la costarricense que hizo posible el Acuerdo de París; con la sudafricana que protege a los leones en una reserva en Mozambique; con la alemana que formó parte del proyecto que detectó, por primera vez, las ondas gravitacionales; con la pakistaní que estudia el polvo de estrellas entre galaxias. Lo mejor de todo es que hay un lazo inquebrantable que nos une: la profunda convicción de trabajar unidas por un mundo más sostenible y equitativo.
No me siento sola. Sé que todas estamos en el mismo barco.