Los pueblos envejecen
El número de habitantes ha descendido en 580 municipios en los últimos 14 años. Según el Dane, se van del pueblo sobre todo personas entre los 20 y 39 años. ¿Desaparecerán las poblaciones?
Angie Palma tiene claro que se irá de Chivatá. La estudiante de grado 11 de la Institución Educativa Técnica Agropecuaria de ese municipio, enclavado en pleno corazón de la cordillera Oriental boyacense, está convencida de que solo en la ciudad forjará su destino.
Quiere estudiar derecho y en su localidad no hay universidades, así que para lograr su sueño migrará a Bogotá o Tunja. La capital del departamento de Boyacá ofrece la opción más viable, a solo 11,8 kilómetros de Chivatá.
Las urbes significa oportunidades para ella, al igual que para la gran mayoría de los jóvenes de los pueblos. “Los muchachos se van de acá porque en las ciudades encuentran mejores opciones para trabajar o estudiar, para progresar”, resalta Angie. Pese a su corta edad, es consciente de que el campo se está quedando solo y el promedio de edad de la gente crece a un ritmo acelerado.
“Se siguen perdiendo las tradiciones; los abuelos están enfermos y ya no hay quien cultive”, afirma Palma. “El todo es vivir en la ciudad, sin embarrarse ni mojarse. Ahí están las fincas abandonadas”, sostuvo Francisco Mendoza, agricultor de 84 años. “En la actualidad 80% de los predios cultivables del municipio están baldíos debido a que, para los campesinos, ya no era rentable sembrar”, cuenta Jacinto Montero, alcalde de Chivatá. Agrega que del total de habitantes que quedan en el municipio cerca de 800 tienen más de 65 años, y solo 20% son jóvenes.
Los habitantes de esta localidad señalan factores que consideran han contribuido en forma determinante al creciente fenómeno migratorio hacia las ciudades. Citan el elevado costo de los insumos, la influencia familiar, la falta de sistemas de riego, de asesoría técnica y de instituciones de educación superior, así como de una política pública de emprendimiento y antimigración.
Chivatá forma parte de los más de 100 municipios de Colombia en los que más se redujo la población en los últimos 14 años. El censo de 2018, realizado por el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (Dane), muestra que esa localidad boyacense pasó de tener 4.977 habitantes, según el registro adelantado en 2005, a 2.783 residentes el año pasado. Es decir, 2.194 personas (44,1%) le dijeron adiós a su pueblo en esa localidad, la mayor parte jóvenes entre los 16 y 25 años. Las cifras que manejan el Sisbén, la Alcaldía y la Personería así lo corroboran.
“Yo creo que si hubiera más apoyo del gobierno nacional y departamental para el campo nadie migraría, porque todo el mundo preferiría conformar sus microempresas para salir adelante. Para el desarrollo agropecuario, por ejemplo, hacen falta implementar tecnologías que permitan transformar los productos que cosechamos”, considera José María Fagua, concejal de Chivatá.
José Isaías Montero Guerrero, también concejal de ese municipio, señala que si realmente implementaran subsidios gubernamentales que respondieran a las necesidades del contexto y a los que fuera fácil acceder, el éxodo de personas en edad productiva se reduciría. “Para uno poder obtener un subsidio debe estar afiliado a una asociación y hay personas que no cumplen los requisitos, razón por la que se ven marginadas. Otros exigen el título
de las tierras y acá todavía hay mucha falsa tradición. Así es imposible hasta sacar un crédito”, apunta.
Diego Rivera, personero municipal, cree que debido a la desaceleración del agro muchos habitantes han saltado a la minería. “La Ley de Páramos y la reglamentación de estos ecosistemas por parte de las corporaciones autónomas también se han convertido en otros problemas para los habitantes del campo, ya que se ven obligados a cambiar su vocación y, en ocasiones, hasta a desplazarse hacia otros lugares”, menciona.
Para el funcionario la reducción del número de habitantes también puede generar que el municipio descienda de categoría y, por tanto, deje de recibir recursos de la Nación, pierda representatividad política y presupuesto. “El número de concejales, por ejemplo, también podría reducirse”, explica Rivera.
“La falta de oportunidades laborales nos obliga a buscar otros horizontes en las ciudades. Acá no hay nada que hacer, no se puede seguir estudiando ni montar un negocio rentable. Yo apenas termine el colegio me iré a hacer el curso del Inpec a Montería”, comenta Lorena Cruz, estudiante de grado décimo.
Su madre, Rocío Montero, la respalda en esa idea. “Uno no quisiera que los hijos dejaran su tierra, pero ¿qué se quedan haciendo acá? Lo mejor es que vayan a buscar mejores opciones en otros lados, donde sí puedan progresar”, dijo Montero. Como ella, muchos padres de familia influyen directamente en la decisión de sus hijos de migrar a las ciudades, porque no ven para ellos opciones de desarrollo y crecimiento. Un imaginario que trasciende lo cultural.
Un fenómeno nacional
Chivatá muestra solo un caso del fenómeno migratorio que se registra en Colombia. Según el censo realizado por el Dane en 2018, en 580 municipios se redujo la población en los últimos 14 años.
El 77,1% de los 44.164.417 habitantes efectivamente censados residen en las cabeceras municipales, es decir, en los contextos urbanos (ciudades), mientras el 7,1% en los centros poblados (corregimientos) y el 15,8 en la zona rural dispersa (veredas). Un 1,2% más que la cifra registrada en el censo de 2005, que indicaba que el 76% de las personas habitaban en las cabeceras municipales y el 24% restante en la ruralidad intermedia y dispersa.
“Históricamente las dinámicas de migración de la ruralidad hacia los cascos urbanos está asociada con la búsqueda de mejores oportunidades en materia laboral, económica y educativa, así como a temas de reunificación familiar”, señala Juan Daniel Oviedo, director del Dane. Explica que los éxodos en el país también se presentan por factores como el desplazamiento forzado y el elevado costo del suelo.
En las 32 ciudades capitales del país viven 20.148.090 personas, el equivalente al 45,6% de la población nacional. De esa cifra, 6.939.663 nacieron en municipios diferentes a la urbe en la que residen, lo que corresponde a un promedio de 34,5% de los habitantes.
Yopal es la capital de departamento que más alberga personas oriundas de otros municipios, con un 55,4% de participación. La siguen San José de Guaviare, con 52,9%; Villavicencio, con 47% y Mocoa, con 46,6%. “Ahí se ve un ejemplo típico de migración por oportunidades laborales asociadas a la explotación minero-energética. Esta se presentó principalmente desde mediados de 2008 y hasta finales de 2014”, manifiesta Oviedo.
Después aparecen ciudades como Pereira y Armenia con porcentajes del 42,8 y 45,7%, respectivamente. En Bogotá el 35% de su población proviene de otros municipios, mientras que en Medellín la cifra asciende al 37,3%, en Cali al 37,4% y en Barranquilla al 22,5%. En contraste, capitales como Mitú, con el 8,6% y Leticia, con el 19,4%, albergan menos habitantes nacidos en otras localidades.
En Tunja, ciudad a la que migran gran parte de los jóvenes chivatenses, el 40,5% de su población nació en otros municipios.
“Colombia dentro de las dinámicas urbanas tiene una movilidad muy importante y al observar y analizar los perfiles poblacionales, se detecta que la migración se concentra en las personas jóvenes, en edad productiva (entre 20 y 39 años), con un comportamiento equilibrado a nivel de género. Sin embargo, las mujeres en este rango de edad son las que más se marchan, con un 24% frente a un 23% de los hombres”, explica el director del Dane.
La estadística no deja de preocupar a las autoridades, especialmente locales, pues revelan que los pequeños municipios, que no superan los 25.000 habitantes, se están quedando sin jóvenes. Esa situación les podría acarrear grandes perjuicios económicos, políticos, culturales e identitarios.
En Providencia, localidad del departamento de Nariño, lo viven “en carne propia”. En ese pueblo los adultos mayores “mandan”, pues ya quedan pocos jóvenes, razón por la cual su desarrollo parece haberse quedado suspendido en el tiempo.
Esa población pasó de tener 11.726 habitantes, según el censo de 2005, a 4.619 en 2018. Es decir, su número de habitantes se redujo 60,6%. De ese modo se convirtió en el municipio que más registró una variación porcentual negativa de la población en el periodo intercensal.
Le siguen Albán, Nariño, con 57,7%; González, Cesar, con 54,2%; Samaniego, Nariño, con 52,5%, y Quípama, Boyacá, con 50,1% (ver tabla).
“Cuando cruzas la información te das cuenta que buena parte de las caídas en el número de habitantes están concentradas en municipios de Nariño, donde hubo un impacto importante del conflicto armado y donde los flujos migratorios forzados cumplieron un rol protagónico”, dice el director del Dane.
Para Oviedo las dinámicas migratorias en poblaciones como las PDET, priorizadas por ser los territorios más afectados por la violencia, con mayores índices de pobreza, presencia de economías ilícitas y debilidad institucional, han hecho que la pirámide poblacional cambie drásticamente, pues allá solo quedó la población adulta mayor.
El sociólogo Edwin Caballero considera que otro factor para tener en cuenta tiene que ver con la infuencia de los medios de comunicación. “Estos enamoran, dan una línea discursiva, a partir de la cual generan estatus al mostrar a quienes viven en las ciudades como personas exitosas y
modernas, en contraste con quienes residen en los pueblos, que se muestran muchas veces como atrasados. Generan imaginarios que inciden en que los jóvenes migren y quieran, a veces, hasta olvidarse de dónde vienen, tras adentrarse en el acelerado mundo del consumismo”, asegura.
Caballero cree que se le debe dar nuevamente valor al campo para que los jóvenes se queden o regresen o, de lo contrario, “vendrá la miseria, tendremos que importar los alimentos. El campo cada vez está más desolado y envejecido, y si a eso les sumamos las crisis ambientales, el panorama es aún peor. De continuar así muchos municipios tienden a desaparecer y con estos sus tradiciones y cultura”, manifiesta.
“Los municipios no desaparecerán”: Oviedo
Ante los municipios cada vez más despoblados, el director del Dane, Juan Daniel Oviedo, considera “imposible” que una localidad pueda llegar a desaparecer por falta de habitantes. “Estamos muy lejos de que eso pueda suceder. Es supremamente difícil y poco probable que un municipio se vaya a quedar completamente despoblado”, sostiene. Para el funcionario se viene observando en el país una desaceleración en materia de crecimiento demográfico, impulsada por la tendencia decreciente en la tasa de natalidad. Todo ello ha generado un proceso progresivo en el envejecimiento de la población.
“En este sentido los procesos de inmigración internacional hacia Colombia brindan oportunidades para potencializar el crecimiento de la fuerza de trabajo”, afirma.