Semana Sostenible

¡A salvar a Tochecito!

Los expertos ven en la creación de reservas privadas la salida para proteger el bosque de palmas de cera más grande del país y posiblemen­te del mundo. El ecosistema está muy amenazado.

- Angélica Raigoso Rubio POR

Tochecito, el santuario de palmas de cera más denso del mundo, está en Colombia. Pero como muchos otros ecosistema­s, se encuentra bajo amenaza. Ubicado en el valle del río que lleva su nombre, entre los departamen­tos de Tolima y Quindío, este tesoro natural estuvo oculto por años debido a la presencia de grupos al margen de la ley. Hoy permanece abierto para que propios y extraños lo visiten.

Allí se concentra el 90 por ciento de las palmas de cera del Quindío que existen en Colombia, es decir, casi todas. También, el 80 por ciento del total de esta especie que hay desde Perú hasta Venezuela, de acuerdo con Hernando García, director del Instituto Alexander von Humboldt.

Esta especie se convirtió en el árbol nacional de Colombia en 1985, pero ese reconocimi­ento no ha alcanzado para protegerlo. Por eso, muchas voces claman por fórmulas que permitan conservarl­o, pues actividade­s como la minería y la ganadería presentan un peligro evidente.

En 2016, científico­s y centros de investigac­ión, en conjunto con el Ministerio de Ambiente y Parques Nacionales Naturales, comenzaron a buscar una alternativ­a para preservar las cerca de 500.000 plantas adultas que se encuentran en este lugar. Sin embargo, no lograron los resultados esperados.

Como cuenta García, primero analizaron la figura de santuario de flora y fauna. Pero se trata de un mecanismo restrictiv­o, por lo que no tuvo acogida entre los propietari­os de las fincas.

Asimismo, hablaron de crear una reserva forestal protectora del orden nacional, que, a juicio del científico y experto en palmas Rodrigo Bernal, no hubiera sido un gran avance, pero sí un gran paso. Pero este esquema tampoco avanzó.

A juicio de Bernal, a las palmas las amenazan, sobre todo, el tiempo y la ganadería. En el primer caso, porque se están muriendo y, de no encontrar pronto fórmulas para protegerla­s, en pocos años el número de plantas puede ser significat­ivamente inferior al medio millón por tratarse de ejemplares adultos.

A esto se suma el efecto de la ganadería sobre esta especie. Los animales evitan que las palmas se regeneren en áreas de potreros, y las que no se mueren se convierten en su alimento. “Donde no hay ganado se genera rastrojo y luego bosque secundario, y allí las palmas se reproducen porque no reciben el sol de forma directa. El sol las mata”, manifiesta.

Resultaría ideal sacar el ganado de las fincas y enfocar la economía hacia actividade­s como el turismo. Esto era precisamen­te lo planeado cuando tuvieron lugar las conversaci­ones. Por obvias razones no tuvo acogida.

Reservas privadas

Hoy, los expertos encuentran la alternativ­a de crear reservas privadas que garanticen en algo la preservaci­ón de estos árboles. Según Bernal, se trata de una figura poco protectora, pues no hay una gran garantía de que el objetivo se logre. Pero sí es un inicio.

En Tochecito ya había una reserva de la sociedad civil llamada La Carbonera, aunque allí sus propietari­os siguen viviendo del ganado. Bernal confía en que esto pronto cambie, tal como vienen haciendo en la finca La Leona, cuyos dueños también constituye­ron una reserva privada y han comenzado a dar el paso hacia el turismo sostenible.

¿Pero cómo lograr muchas reservas de la sociedad civil cuando los propietari­os de los predios no tienen interés en cambiar su actividad económica? Los expertos y los centros de investigac­ión han estudiado la fórmula de conseguir recursos privados para adquirir las fincas.

Rodrigo Bernal manifiesta que ya han escuchado voces de interesado­s en invertir en conservaci­ón y, por ende, comprar predios para transforma­rlos en áreas protegidas.

Hernando García explica que ya tienen definida una zona de más o menos 1.000 hectáreas, las de mayor valor por la densidad de plantas que poseen.

Con esta área determinad­a, ahora deberán encontrar personas o entidades que quieran invertir en la conservaci­ón de la palma de cera. Para Bernal, el Estado debería tener en cuenta el artículo 2 de la Ley 61 de 1985, que declaró la palma de cera del Quindío como el árbol nacional de Colombia. Esa norma faculta al Gobierno para realizar operacione­s presupuest­ales, contratar empréstito­s y celebrar contratos con el fin de adquirir terrenos no baldíos. Sin embargo, a este científico le parece que el Ejecutivo no está interesado en realizar inversione­s o endeudarse con este propósito.

Ahora bien, el objetivo se centra en crear un fondo que permita obtener los recursos necesarios para comprar fincas a buen precio. Todo ello para crear una estrategia mixta que permita conservar esas cerca de 7.000 hectáreas habitadas por esta especie. Esto, dice García, requiere hacer partícipes a los habitantes de esta estrategia.

“Tochecito es uno de los grandes tesoros ecológicos y tenemos una deuda con este lugar”, manifiesta. Y comenta que el instituto que dirige, junto con la Fundación Natura, The Nature Conservanc­y (TNC), Wildlife Conservati­on Society (WCS) y la Red de Reservas de la Sociedad Civil, trabaja con la idea de contar con ese fondo

y, de esta manera, encontrar formas de conservar los árboles.

Para García han tenido avances importante­s, pues, además de constituir una finca como reserva de la sociedad civil, están evaluando alternativ­as de ecoturismo; la Corporació­n Autónoma Regional del Tolima se ha vinculado para apoyar estos propósitos, y la cadena de restaurant­es Crepes & Waffles se ocupa de proyectos de encadenami­entos productivo­s sostenible­s. Pero todavía falta mucho.

“Requerimos más apoyo de Parques Nacionales. El Gobierno sabe de la importanci­a y singularid­ad de este sitio. El objetivo no es solo proteger la palma, sino, a partir de su conservaci­ón, también beneficiar un ecosistema clave para proteger muchas especies”, dice el director del Instituto Alexander von Humboldt. García nunca deja de manifestar su gran preocupaci­ón: los bosques andinos y altos andinos permanecen bajo amenaza constante.

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El carriquí (Cyanocorax yncas), uno de los principale­s consumidor­es de los frutos de la palma de cera.

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