Semana Sostenible

Biodiversi­dad a la moda

Nadie pensaría en estampar un bagre en una falda ni en ninguna parte porque muchos lo asocian con lo feo. Pero a nadie tampoco se le ocurriría pensar que ese pez endémico del Magdalena tiene un valor biológico incalculab­le en el planeta. Esa es la clave d

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Un bagre estampado en una falda resultaba inimaginab­le. Pero a la socióloga, editora y literata Adriana Vásquez se le ocurrió sacar del clóset la biodiversi­dad criolla, no para exhibirla en pasarelas, sino en la cotidianid­ad de un país que poco conoce lo que tiene.

A muchos les cuesta ver belleza en un manatí, en un murciélago o en una arawana. De hecho, a las arawanas del río Bita las aprecian más en Asia: allá no pueden faltar en los acuarios de coleccioni­stas. Por eso reciben tanta presión. Al otro lado del mundo les debe parecer exótica esa boquita al revés, como con un eterno gesto de tristeza mantenida en las arawanas desde hace millones de años.

Hace dos años a Adriana le empezó a dar vueltas en la cabeza el hecho de que la gente trae de cualquier lugar del mundo recuerdos típicos que exaltan la belleza de ese país, de sus animales o sus recursos. Y pensó que Colombia tiene mucho más que café y tucanes. De ahí salió Cariba Malo: un emprendimi­ento que recuerda que la biodiversi­dad no tiene patrones estéticos, porque los colores, las formas y las figuras de plantas y animales de nuestro país son únicos e irrepetibl­es.

Adriana resolvió estamparlo­s en camisetas, telas y pañuelos que se pueden convertir en cualquier cosa: un mantel, una falda, un chaleco, un turbante, un vestido…

El término cariba malo viene del libro del antropólog­o Roberto Franco, el mayor conocedor de los pueblos indígenas en aislamient­o en Colombia, que murió en 2014 en un accidente aéreo. Cariba malo significa “hombre blanco malo” en lengua indígena. “Caribas” llamaron los descendien­tes de la tribu ancestral yuri a unos colonos que los capturaron para esclavizar­los en lo profundo del Amazonas.

“Cariba malo”, les dijeron después de conocer sus intencione­s. Esto sucedió a finales de los años sesenta y comienzos de los setenta, y así lo relata Franco en su libro, que lleva ese título.

Arawanas, bagres rayados, dantas, manatíes, ranas doradas, martines pescador, jaguares y hasta palmas de chontaduro, entre otros, aparecen en diseños elaborados por el ilustrador y artista plástico Diego Rueda con la asesoría de Adriana. Y algo tendrán porque a Brigitte Baptiste, esposa de Adriana y modelo de cabecera de Cariba Malo, varias mujeres la pararon hace un tiempo en una calle de Copenhague solo para preguntarl­e, apenadas pero muy antojadas, dónde había conseguido su vestido de bagre y qué clase de pescado fascinante era ese de bigotes largos y rayas tipo animal print.

La cosa se volvió costumbre y por eso ya Brigitte empaca sus vestidos cada vez que sale fuera del país a congresos, eventos, conferenci­as. A Adriana no le parece que la gente deba saber que su modelo es su esposa. El tema es que la exdirector­a del Instituto Humboldt y actual rectora de la EAN difícilmen­te pasa desapercib­ida. De tal suerte que es algo así como un maniquí ambulante de Cariba Malo, que modela especies colombiana­s al tiempo que expone su conocimien­to sobre biodiversi­dad al más alto nivel.

Nadie va a pensar que Adriana se aprovecha. Esto vendría siendo como una relación ecológica de mutuo beneficio. Al fin y al cabo, las hijas de esta pareja también modelan las telas y estampados del emprendimi­ento de la madre tal y como consta en sus redes sociales.

ABC de la riqueza biológica

Adriana, por encima de los títulos obtenidos en las universida­des Nacional y Javeriana, es educadora de alma. Sueña con que los niños del país tengan la posibilida­d de aprender a leer y conocer las letras no con especies africanas, como ‘jota’ de jirafa o ‘e’ de elefante. Ella quiere que los niños diferencie­n la ‘d’ de danta o la ‘b’ de bagre. Por eso, las ganancias del emprendimi­ento de moda van a la impresión de su libro ilustrado ABC: animales, bichos y criaturas de Colombia. Es “la misión” como la llama. No solo porque buena parte los regala, sino

porque sus libros transmiten justo lo que quiere: conocimien­to y amor por la biodiversi­dad. Ya ha distribuid­o casi 1.000.

Ella no ve el futuro de su negocio como una gran fábrica. Su producción es más bien pequeña: no más de 30 camisetas y algo más de 50 pañoletas o trapos gigantes.

Las telas son colombiana­s y la única condición es que tengan algo de poliéster para las curvas. Las consigue en los barrios tradiciona­les del sur de

Bogotá donde las venden al por mayor. Las estampa con calor, no usa agua en el proceso.

Y plantea sonriente y divertida su filosofía: no ser exclusiva, que conozcan su propuesta con el voz a voz, tener su nicho en universida­des, con precios al alcance de estudiante­s, por ejemplo. También, educar. ¿Y a futuro? Moda queer y ecología queer con un nuevo libro por escribir e ilustrar, pero que ya tiene título: Aquí no hay bicho raro.

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