Semana Sostenible

Segundas oportunida­des para el reino animal

Nala, una leona que logró recuperars­e de las heridas recibidas en un circo bogotano, y Xue y Chie, una pareja de cóndores que buscan reproducir­se para ayudar a salvar la especie de la extinción, muestran que los animales sí pueden renacer con la ayuda y e

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De víctima a matriarca

A las 5:30 de la mañana, un rugido rompe el silencio de la ‘sabana africana’ del bioparque Jaime Duque, en Tocancipá, a una hora de Bogotá. Allá crearon una réplica de ese ambiente para que lo habitaran cuatro leones africanos, dos hipopótamo­s, varios avestruces y muchas gacelas, a 2.605 metros sobre el nivel del mar.

El rugido proviene de Nala, una leona adulta de 132 kilos que lleva reinando diez años en el lugar. Mira desafiante, con sus movimiento­s elegantes y su cabeza siempre erguida hacia el cielo.

No siempre fue así. En sus primeros seis años de vida compartió junto con su hermano Pumba una pequeña jaula con barrotes oxidados en el Circo Nacional de los Muchachos, que funcionaba en los Llanos y Bogotá.

En diciembre de 2008, la Secretaría de Ambiente visitó el circo en el norte de la ciudad. Los leones estaban en los huesos, con pelajes opacos, cicatrices y les habían arrancado las garras de las patas delanteras. La entidad decomisó a los felinos y los trasladó al Jaime Duque.

Con una dieta de 10 kilos de carne cada día de por medio, a los pocos meses subieron de peso y sus pelajes brillaron de nuevo. Trasladaro­n a Pumba al zoológico de Barranquil­la, y Nala se convirtió en pareja de Duque, león emblemátic­o del parque. Ambos intentaron procrear cachorros, pero sus encuentros no fructifica­ron.

Nala acompañó a Duque hasta 2017, cuando murió de viejo. Luego llegaron Kenia y Kiara, dos leonas jóvenes, y Amani, un macho que se convirtió en su compañía en los 1.500 metros cuadrados de la réplica de la sabana africana.

Catalina Rodríguez, directora del bioparque, aseguró que 20 personas, entre veterinari­os, zootecnist­as, cuidadores y pasantes, lograron darle una segunda oportunida­d a Nala.

Le perdió el miedo a los hombres y los sombreros (alguien con sombrero la golpeaba en el circo para que hiciera piruetas). Logró ese milagro un programa de entrenamie­nto animal, que consistió en generar confianza con su cuidador, que pasaba horas frente a su hogar dándole pedazos de carne.

Nala tiene hoy 15 años. Está en el comienzo de su vejez. Ha sido sometida a dos cirugías, la remoción del útero y el cristalino de su ojo izquierdo, pero permanece cómoda y tranquila.

“A veces duerme con la barriga al aire, lo que indica que se siente segura. Le hemos dado una vida digna a Nala. Perdió sus miedos, mejoró su físico y tuvo parejas. Solo le faltó ser madre. Garantizar­emos que su vejez sea la mejor”, puntualizó la experta.

La esperanza del cóndor

El cóndor de los Andes está a punto de desaparece­r. Según el Libro rojo de las aves, no quedan más de 150 ejemplares en Colombia. Es una especie en peligro crítico.

La expansión de la frontera agrícola, la cacería, la ganadería y los envenenami­entos juegan en su contra. Por eso, el Jaime Duque puso en marcha un programa para reproducir y liberar cóndores en territorio nacional.

La estrategia arrancó en 2015 con la llegada de tres parejas de cóndores juveniles desde Chile. Xue (macho) y Chie (hembra) se quedaron en el parque, y los otros arribaron al Aviario Nacional en Cartagena y al zoológico Santa Fe en Medellín.

“Xue y Chie estaban tan nerviosos que empezaron a vomitar, medida que los cóndores aplican para perder peso y arrancar a volar”, dijo Fernando Castro, zootecnist­a del Jaime Duque.

El primer reto era que comieran. En Chile les daban pequeños pedazos de animales, algo que no sirve para la reproducci­ón. “Como son carroñeros, necesitan comer más que músculo, es decir, cartílago y hueso”, anotó el experto.

Cuatro años después de su llegada al parque, Xue, con cuello de plumas blancas, y Chie, de ojos rojos penetrante­s, están listos para ser padres. El macho ya ha tratado de montarla en dos oportunida­des, extendiend­o sus alas negras y moviéndose al paso de cumbia.

La hembra está receptiva y no le da picotazos cuando se acerca. Así lo muestran las cámaras dentro de la gruta y cautiverio. “Ver indicios de monta nos llena de esperanzas de que sí lograrán reproducir­se”, mencionó Castro. La pareja del Aviario procreó un polluelo, Tayrona, pero murió a los tres meses.

El Jaime Duque también trabaja en un proyecto piloto en el páramo del Almorzader­o (Santander), donde diez familias campesinas aprendiero­n a criar sus ovejas y cabras en corrales con techos para evitar que los cóndores los ataquen. También construyer­on tres plataforma­s para que las aves puedan comer carroña. Humanos y cóndores ya conviven tranquilam­ente.

“Hemos capacitado a la comunidad para que no ataque a estas aves y aplique soluciones en sus predios. En noviembre pasado, unos campesinos salvaron a dos cóndores envenenado­s en el páramo”, mencionó Castro. Estos son Illika y Dasan, llegaron al Jaime Duque donde pasaron tres meses recuperánd­ose del envenenami­ento. El día que volvieron a la libertad les instalaron transmisor­es satelitale­s. Dasan alzó vuelo hacia el Cocuy, mientras que Illika sobrevuela por Norte de Santander, Cesar y Magdalena.

“Hemos invertido más de 3.500 millones de pesos en este programa, un pequeño aporte para salvar al cóndor”, puntualizó Castro.

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Así luce hoy en día Nala, tras los cuidados que recibe en el parque Jaime Duque.
 ??  ?? Así lucía Nala en el encierro del circo de Bogotá. Su frente tenía una cicatriz en forma de corazón debido a los golpes que se daba contra los barrotes a causa del estrés.
Así lucía Nala en el encierro del circo de Bogotá. Su frente tenía una cicatriz en forma de corazón debido a los golpes que se daba contra los barrotes a causa del estrés.
 ??  ?? Xue y Chie buscan reproducir­se en el bioparque del Jaime Duque. Si lo logran, sus polluelos serán liberados en sitios como el páramo del Almorzader­o.
Xue y Chie buscan reproducir­se en el bioparque del Jaime Duque. Si lo logran, sus polluelos serán liberados en sitios como el páramo del Almorzader­o.
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