Semana Sostenible

Educación ambiental: ¿Para qué? ¿Para quién? ¿Para cuándo?

- Carlos Hildebrand­o Fonseca Zárate POR

La mayoría de colegios adoptaron el Proyecto Ambiental Escolar (Prae), con una variedad grande de aproximaci­ones: desde muy básicas, como incentivar la separación en la fuente, el reciclaje y el ahorro de agua, hasta algunas más sofisticad­as, como los cultivos orgánicos para consumir en los hogares y la instalació­n de energías renovables como ejemplo en los colegios.

No cabe duda de que las institucio­nes educativas son sensibles a la preocupaci­ón ambiental creciente y tienen una buena intención en todas estas actividade­s. Sin embargo, el reto ha crecido exponencia­lmente en los últimos 30 años, pues el aumento poblaciona­l, la globalizac­ión acelerada y los adelantos tecnológic­os vertiginos­os nos han acercado a la insuficien­cia del planeta.

Ahora nos cuestionam­os si la economía actual, que está basada en lograr que se consuma más para que se compre más, y que se desperdici­e más para que se consuma más, como sinónimo de progreso, es realmente un círculo vicioso de destrucció­n de nuestra base de la vida, que presupone equivocada­mente que el planeta es infinito.

El caso del buque Exxon Valdez, que derramó en 1989 gran cantidad de petróleo en Alaska por la irresponsa­bilidad del capitán y uno de sus pilotos, contaminan­do más de 2.000 kilómetros de playa, es un buen ejemplo de lo que debemos hacer. La mayoría de ciudadanos reaccionar­on no comprando gasolina en las estaciones de servicio de esa compañía hasta que pagó los perjuicios, tasados en 5.000 millones de dólares, y recogió la mancha de aceite lo más completo posible. La gente obligó tanto a las autoridade­s como a los infractore­s a reparar el daño de la forma más cercana a restituir las condicione­s anteriores al derrame. La educación ambiental que se requiere hoy debe ser de ese orden si queremos cambiar el curso del mundo.

El problema requiere un redimensio­namiento mucho mayor. Los investigad­ores del Stockholm Institute of Environmen­t nos alertaron acerca de que ya sobrepasam­os la capacidad de asimilació­n planetaria en cuatro grandes temas: el cambio climático; la pérdida de biodiversi­dad, que atenta contra la seguridad alimentari­a por la desaparici­ón de los insectos principalm­ente; la desproporc­ión exorbitant­e del fósforo y del nitrógeno en los ciclos biogeoquím­icos por la exagerada agricultur­a química; y la contaminac­ión del agua y el aire, que anualmente significa el 16 por ciento de las muertes totales del planeta.

El ejemplo más claro es el del cambio climático. Una de las investigad­oras, Spaiser, analizó los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible en un ejercicio estadístic­o sofisticad­o para demostrar que el “desarrollo sostenible”, tal como está planteado hoy, da como resultado un oxímoron, es decir, una contradicc­ión en sí mismo: para avanzar y alcanzar 13 de los 17 objetivos hay que sacrificar, por lo menos, tres, que son nada menos que la protección de los mares, la protección de la tierra y la disminució­n de las emisiones de CO2, bajo el modelo económico actual.

En el caso de Colombia, con mi tesis doctoral planteé un ejercicio para todos los municipios y departamen­tos que mide 60 variables y cinco riquezas (la riqueza humana, intelectua­l, natural/ambiental, pública/institucio­nal y la privada), que demostró que estamos creciendo a costa de acabar con la riqueza natural/ambiental y, por lo tanto, no estamos logrando el desarrollo territoria­l sustentabl­e.

Debemos preocuparn­os por cambiar el modelo de “desarrollo” actual, que ha sido antropocén­trico, acaparador, acumulador, derrochado­r, egoísta, consumidor compulsivo, machista, por uno ecocéntric­o, solidario, de sobriedad y mesura en la tenencia de las cosas; que disfrute placeres diferentes al hedonismo egoísta, con el altruismo que se goza en ver que los demás también disfrutan de una vida digna, más allá del salario de cuasisubsi­stencia, hoy amenazado por la precarizac­ión e incertidum­bre del empleo, por la misma razón del progreso tecnológic­o y de la globalizac­ión de la producción. Esto trasciende la discusión de izquierda y derecha, y se convierte en el reto civilizato­rio que nos afecta y beneficia a todos porque es de orden planetario.

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