Semana Sostenible

Un voluntaria­do siembra esperanza en la Alta Guajira

- Jhon Barros TEXTO Y FOTOS

Jóvenes ambientali­stas e indígenas wayús de Uribia y Manaure trabajan de la mano para sacar adelante un proyecto de aulas ambientale­s que funcionan con energía solar. La apuesta va más allá del asistencia­lismo: le apunta a la apropiació­n y al manejo sostenible del territorio.

Millones de bolsas plásticas revolotean hasta quedar atrapadas entre los trupillos y cardones, árboles que con sus espinas las retienen y evitan que sigan su ruta hacia el mar. Una infinidad de botellas, llantas, icopores y colillas invade los recovecos polvorient­os por donde transitan niños descalzos.

Las canecas de los establecim­ientos que venden friche de chivo y arepas de huevo no dan abasto con tanto residuo sólido. Algunos turistas empeoran el panorama al arrojar las envolturas de mecato desde los vehículos que prestan el servicio de transporte, los cuales la gente llama ‘copetranas’.

Este mar de basura correspond­e a la periferia del casco urbano de Uribia, municipio ubicado a dos horas de Riohacha que sirve de puerta de entrada a lo más alto de La Guajira y a uno de los lugares paradisíac­os del país: el cabo de la Vela.

Los 154.898 wayús que habitan en la llamada capital indígena de Colombia sobreviven en condicione­s poco dignas. Las tres volquetas que pasan cada dos días por el casco urbano no alcanzan, y no hay un lugar en donde disponer de los residuos. Llevan el material que recogen al relleno de Maicao.

Sumado a esto, la pobreza pulula con fuerza por la zona. Rancherías sin agua potable ni energía, niños con panzas hinchadas y chivos que comen plástico convierten a Uribia en el noveno municipio del país con el mayor porcentaje de necesidade­s básicas insatisfec­has. En los últimos ocho años, más de 4.700 pequeños han muerto desnutrido­s.

En 2014, Camilo Prieto, director del Movimiento Ambientali­sta Colombiano, se encontró con esa realidad cuando pasaba unas vacaciones en el cabo de la Vela. “Una de las imágenes más fuertes fue la de una mujer wayú cargando a su hijo desnutrido mientras pasaba una caravana de motos. Ese contraste de la opulencia de un rally en un lado y el hambre en otro me motivó a tomar acciones”.

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