Esponjas de agua dulce: de las cumbres altoandinas a las profundidades del Orinoco y el Amazonas
Carlos A. Lasso, investigador sénior del Instituto Humboldt, lleva casi una década estudiando a estos fascinantes animales que llevan millones de años en el planeta y cuya persistencia representaría una gran ayuda para estudiar el cambio climático en la historia del ser humano y la evolución de la Tierra.
A pesar de su apariencia, las esponjas de agua dulce no son plantas ni termiteros o nidos: se trata de animales que viven tanto en el océano como en las aguas dulces. Son animales multicelulares como el ser humano, aunque con una organización biológica mucho más sencilla que les ha permitido sobrevivir y adaptarse a las condiciones cambiantes del planeta Tierra después de millones de años de evolución.
En Colombia están en el mar y en los manglares (aguas salobres), así como en otras partes del continente, desde las elevadas cumbres altoandinas en las lagunas del páramo, a más de 2.500 metros de altura, hasta los fondos rocosos de los grandes ríos del país como el Orinoco, el Amazonas y muy probablemente el Magdalena.
También ocupan los grandes bosques marginales, lagunas y ciénagas de los ríos de estas cuencas, que permanecen inundados durante varios meses al año.
Con más de 8.600 especies conocidas en el ámbito mundial, en las aguas dulces encontramos apenas unas 225 especies o más. Sudamérica y en especial Colombia son las regiones menos estudiadas.
Brasil es el país más rico seguido de Venezuela, aunque es muy posible que Colombia llegue a ser el segundo país más diverso en Sudamérica, con un potencial de más de una veintena de especies agrupadas en tres familias.
Para saber más de las esponjas, desde hace ocho años el Instituto Humboldt trabaja en diferentes regiones del país como lagunas del páramo, grandes ríos, raudales o rápidos y sus planicies inundables (bosques inundados, lagunas, ciénagas) y algunos ríos más pequeños en las cuencas del Amazonas, Orinoco y Magdalena. Por ahora, las vertientes del Caribe y del Pacífico permanecen desconocidas.
Hoy en día existen datos puntuales de algunas de estas regiones y parcelas permanentes en la Orinoquia para el estudio ecológico de los sistemas acuáticos. Su recolección es más fácil cuando bajan los niveles de los ríos y lagunas, pero en ocasiones requieren de inmersiones subacuáticas.
Algunas esponjas muestran una apariencia verdosa y eso tiene que ver con su asociación –probablemente simbiótica– con algas que contienen clorofila y les dan ese color verde, como ocurre en Caño Cristales, en la sierra de La Macarena o en lagunas andinas como Tota o Chingaza. Es indudable que debe haber una relación de beneficio
entre el alga y la esponja: el alga surte de carbono extra generado en la fotosíntesis que le permite a la esponja crecer, y esta última aportaría nutrientes como fósforo, dióxido de carbono y nitrógeno, una fuente muy interesante de estudio.
Dependiendo de su hábitat particular, las formas, tamaños y colores de las esponjas pueden variar, pero es común la presencia de una red de haces transversales y/o longitudinales conocidas como espículas, unidas entre sí creando formas caprichosas, que se unen al sustrato por una sustancia denominada espongina. La superficie más externa tiene muchas espículas muy pequeñas llamadas microescleras, además de los orificios o agujeros de entrada (poros) y salida del agua (ósculo). En el interior se encuentran cámaras filtradoras del agua (coanocitos) representadas por células con un pequeño filamento que les permite mover las corrientes de agua y así alimentarse. Son entonces de gran importancia ecológica por su papel filtrador de sedimentos y es por ello que por lo general solo se encuentran en ríos y lagunas de aguas claras y bien conservadas.