Andrew Loog Oldham, el creador de los Rolling Stones
Andrew Loog Oldham
Al aterrizar en Colombia, los Stones llegaron al país donde hace 39 años vive el hombre que los hizo famosos. ¿Quién es este inglés que después de conocer la gloria en el mundo del rock se colombianizó por amor?
Entrepuentes es un conjunto vacacional en Apulo, Cundinamarca. Hay unas casas campestres y una pequeña cancha de golf donde pasan los fines de semana algunos cachacos que buscan escapar del tráfico de Bogotá. Entre ese grupo hay un inglés de 72 años que pasa temporadas largas con su esposa, y que a pesar de su aversión a la vida social, es un miembro apreciado de esa comunidad.
Su nombre es Andrew Loog Oldham y tiene la particularidad de haber prácticamente descubierto a los Rolling Stones y de haber sido su mánager durante los primeros años de gloria.
Andrew vive en Colombia desde hace más de treinta años. A pesar de su empaque anglosajón y de su pésimo acento en español, adora al país y lo asocia con la estabilidad que no conoció en su infancia ni en su juventud. Ha forjado una familia con la actriz Esther Farfán, que es el ancla y el orgullo de su vida. Tienen un hijo, Maximilian, que se bate en el mundo del entretenimiento entre Nueva York y Los Ángeles, pero que gracias a la tecnología moderna está todos los días presente en la vida de sus padres.
¿Cómo pasa una persona del Swinging London de los años sesenta, de Carnaby Street, de King’s Road, del auge del rock y la revolución sexual, al mundo del zika y del chikunguña entre Anapoima y Girardot? Ese salto constituye una de las historias de vida más apasionantes de los extranjeros que han venido a parar a Colombia.
El periplo comenzó durante la Segunda Guerra Mundial. Su madre, Celia Oldham, era una mujer de origen polaco, nacida en Australia y criada en Inglaterra, que trabajó como enfermera durante los años terribles de la ofensiva hitleriana. Su padre, Andrew Loog, era un piloto texano que combatió contra los nazis en la Fuerza Aérea norteamericana. Aunque era casado, con familia en Estados Unidos, se enamoró de la atractiva enfermera, quien en medio del romance quedó embarazada.
Loog murió en combate antes de que naciera su hijo, de tal suerte que Andrew nunca conoció a su padre. “Me llamaron Andrew Loog Oldham, en memoria del aviador Andrew Loog, aunque en mi certificado de nacimiento el espacio destinado al papá está vacío”.
Andrew nunca tuvo un verdadero hogar. Precoz e intelectualmente inquieto, se convirtió desde los 15 años en un hábil rebuscador. Ayudaba a arreglar vitrinas, servía tragos en un bar de jazz, paseaba perros y, en general, hacía de todero en cualquier parte donde le pagaran unas libras esterlinas. Cuenta que su madre soportaba el trabajo diurno, pero que cuando agregó las horas nocturnas a su rutina, alquiló un cuarto y se mudó. De ahí en adelante siguió por su cuenta, pues la relación con su madre fue distante, intermitente y conflictiva.
A los 23 años se había convertido en publicista de músicos. “Viéndolo en perspectiva —escribe en sus memorias—, eso fue