Mario Vargas Llosa, una entrevista en su año como Premio Nobel
La última entrevista en su año como Premio Nobel
Hace nueve años, Mario Vargas Llosa recibió al escritor Santiago Roncagliolo para hablar de cómo fueron los doce meses con el máximo galardón de la literatura a cuestas. ¿Cómo le cambia la vida a un hombre que recibe un Nobel?
– Te advierto que te va a producir vértigo.
Mario Vargas Llosa no ha sido capaz de precisar cuántos viajes ha hecho el año pasado. Sabe que, a las más de treinta lenguas en que ya estaba traducido, se han sumado dieciséis nuevas, y que sus libros han aparecido en países tan inesperados como Tayikistán. Pero no recuerda cuántos de esos países ha visitado. Para darme una idea aproximada de la locura que es su vida, ahora se dispone a detallarme su agenda de los próximos dos meses. Contando con los dedos, comienza a decir:
—Mañana parto temprano a Suiza para una conferencia. Al día siguiente a Suecia, para cuatro días en la Feria del Libro de Gotemburgo. De ahí viajo a Oslo, dos días. Y después se me pierde el orden, pero más o menos, París, Varsovia, Cracovia, Viena, Fráncfort, Berlín, Murcia, algunos compromisos más en España, luego Estados Unidos...
Su agenda es tan apretada que ya la ejecuta sin pensar. La avalancha de medallas, distinciones y premios las hace indistinguibles. Sobre la mesa de su salón descansa un libro publicado por una importante entidad, pero él no recuerda de dónde salió. Yo sí lo sé, y se lo digo:
—Te lo ha regalado esa institución porque te rinden un homenaje la semana que viene. Te han distinguido con su mayor condecoración.
—Ah —responde, con el mismo interés que le habría dedicado a la lista de ingredientes de un yogur.
—¿Disfrutas con todos estos viajes y homenajes? —le pregunto.