Querida Domus:
Agradezco el espacio que Domus abre a la opinión y aplaudo la iniciativa de enfrentarse a la crítica sobre el medio ambiente edificado. Sin duda hace falta aferrarse a los baluartes naturales que tenemos el privilegio de proteger, y ubicarse en el ojo de la tormenta urbana, donde se libra una batalla contra el deterioro que inunda el espacio público, mientras los vientos de la especulación y el poder soplan como vendaval arrasador. Prolifera la construcción, pero la arquitectura de buena calidad no crece al mismo ritmo; en tanto que la manipulación del dinero, la política, las leyes, la imagen y la propaganda hacen empalidecer al príncipe de Maquiavelo.
El discurso crítico y hasta la teoría han renunciado al papel público, porque la tarea del crítico es ingrata, confinándolo a una vigilancia solitaria que le agencia muchos enemigos; no obstante, también es gratificante alzar la voz para gritar la verdad, sacudir a los arquitectos y estudiantes, llamarle la atención a la industria de la construcción, alertar a los usuarios, concientizar al ciudadano, guiar a las autoridades, informar, mostrar alternativas y denunciar los desaciertos, sin dejar de ensalzar los logros.
Es innegable que la arquitectura y el urbanismo son las artes utilitarias que modelan nuestras vidas. Sin embargo, en nuestra región contamos con excelentes críticos del arte en general, cine, teatro, pintura y escultura, mientras que los críticos de la arquitectura rara vez salen a la luz pública, donde justamente una llamada de atención a tiempo, un consejo atinado, la censura o la invitación a la reflexión e incluso la incitación al debate, pueden contribuir a mejorar el clima del ambiente construido, en un momento histórico que no se repite ni brinda segundas oportunidades.
La crítica contribuye a elevar el nivel de conciencia, despertar en el ciudadano la realidad de los componentes y sus efectos, de qué y cómo construimos, a valorar los parámetros estéticos y reconocer la relevancia de los temas ambientales, elevando la exigencia para con ello mejorar el entorno. La crítica ayuda a entender la arquitectura como el más despiadado espejo del estado de nuestra sociedad.
Desafortunadamente, la tendencia actual ha sido la receta del facilismo por un lado, y por el otro, con el pretexto de implementar nuevas tecnologías y proyecciones ilusorias, el diseño y la construcción se han tornado en la ambición, la avaricia, la vanidad y la inestabilidad, donde lo que prima es la ganancia contable, el despotismo egocéntrico irresponsable, en detrimento del bienestar social, ambiental y la calidad de vida. Hemos caído en la trampa de las desarrolladoras que, como fábricas de Frankestein se dedican a crear monstruosidades con muy buenas ganancias, en perjuicio de la vida urbana y con poco beneficio para el usuario, en tanto que voluntariamente nos sometemos al masoquismo de las comunidades cerradas, privándonos de gozar la libertad y el disfrute de la diversidad característica del medio urbano, mientras las ciudades agonizan ante nuestra indiferencia. Antes de que sea demasiado tarde, necesitamos provocar cambios épicos en la construcción de ciudades y en el arte de hacer arquitectura, para lo cual la crítica es una contribución necesaria.
Si el excéntrico trabajo del crítico cuenta con conocimiento de causa, convicción, credibilidad y hechos esenciales, éste puede resultar ser tan efectivo como las políticas públicas, porque la historia ha demostrado que los buenos principios y la imprenta se cuentan entre las armas más poderosas del mundo.