Quieren acabarnos
del consumidor, con dos claros propósitos: por un lado, están quienes defienden el negocio que están haciendo, o que ven venir importando productos de primera necesidad; y por otro, los que quieren llevar agua a sus molinos políticos y ostentar poder. Ambos grupos coinciden en su interés de ver desaparecer la producción nacional en manos de grandes trasnacionales.
Ellos ensucian la bandera del consumidor, al utilizarla de mampara para defender a quienes hacen negocio importando, o defender su propia subsistencia.
La propuesta que hacen resulta, en apariencia, muy atractiva: si tenemos productores que tienen que vender sus frijoles muy por encima del precio de lo que en una temporada se consigue en cualquier otra nación, sin importar cuáles sean sus condiciones de producción o su calidad, pues Pero miremos un poquito por debajo de esa simplista propuesta.
En primer lugar, los casi 500.000 costarricenses que vivimos de la agricultura también somos consumidores porque no vivimos en países separados por una muralla.
Si desaparece la producción nacional, pregunto: ¿qué va a pasar con todos los que dependemos directa o indirectamente de la agricultura? Desaparecer la producción nacional, es condenar a la ruina y a la pobreza a miles y miles de costarricenses. ¿Acaso les importará a los detractores que en lugar de alimentos se siembre miseria?
¿Qué creen que puede hacer un agricultor, como yo, acostumbrado a sembrar la tierra, que conoce de semillas, de abonos, que sabe el tiempo que necesita el fruto para ser cortado, pero sabe muy poco inglés, de Internet y menos de redes sociales?
¿A cuál sector pensarán que se pueden integrar a estos casi 500.000 costarricenses? ¿Dónde habrá trabajo para ellos? ¿En los call center, en las empresas de tecnología? ¿Cuántas empresas están instaladas en la zona rural?
Este medio millón de ticos tendremos que migrar a las urbes para hacer trabajos mal pagados, si topamos con suerte. Este medio millón pasaremos a engrosar las estadísticas de miseria y pobreza con toda la problemática social que conlleva. Y algunos, desesperados por necesidad, subirán los índices de delincuencia y prostitución nacionales. ¿A los liberales enemigos de la producción nacional les importará esto? Claro que no.
Tendremos un país con un índice de pobreza muy por encima de lo que hoy conocemos, y con una mayor delincuencia también. Habrá menos personas capaces de pagar el arroz y los frijoles, por más barato que los grandes importadores lo consigan en una bodega asiática. Y, por supuesto, que una vez que desaparezca la producción nacional, esos importadores enemigos pondrían los precios a su antojo.
Ahora bien, no menos importante es señalar el tema de seguridad alimentaria que no mencionan los “defensores” de los consumidores. Todos los productos de la canasta básica vendrán de otros mercados. Todo lo que consumamos en nuestras mesas va a depender de lo que otros países vendan, a los precios que defina el mercado; precios que en época de escasez pueden ser muy pero muy altos. Pero, claro, eso ni lo mencionan los enemigos de la producción nacional.
Y no quiero ni mencionar conceptos como la solidaridad, el cooperativismo, el reparto equitativo de la riqueza y el desarrollo con equidad, porque claramente no están en la mente de estas personas.
No vamos a engrosar los anillos de pobreza, porque mientras los enemigos de los productores se gastan en debatir teorías desde sus cómodas sillas, nosotros nos seguimos rompiendo la espalda para seguir trabajando, nos seguimos reuniendo en los salones comunales, seguimos aprendiendo, explorando y buscando formas de hacer cada vez mejor nuestro trabajo.
Estamos unidos y no vamos a sucumbir ante los que pretenden hacer negocio para llenar sus billeteras.